martes, 31 de agosto de 2010

El Avispón Verde

Los habitantes de otras ciudades recuerdan sus esquinas, sus aceras, sus calles. En Caracas, esa parte menguante de la población a la que los publicistas llaman clase c y a la que otros llaman clase media, asocia diferentes etapas de su vida a los carros en que lo llevan a uno o los que uno maneja. Esta ciudad donde vivo creció soñando con que cada uno de nosotros viajara en un carro particular, y cada una de nuestras familias creció pensando en que en esta ciudad no se puede vivir sin un carro.


Eso último es cierto a veces, y a veces no.

He vivido épocas de mi vida donde he tenido la dicha de no necesitar un carro a diario o sólo usarlo para fines muy específicos. Una de las cosas que me gustan de NY es que a pesar de toda la actividad que concentra, uno se puede pasar la vida sin montarse en uno. Cuando viví en España recuerdo haberme subido a un carro no más de 5 veces en todo el tiempo que estuve allí, y eso incluye al Citroen blanco que me llevó de Barajas a Alcalá de Henares en enero de 1991. Desde hace 3 años agradezco poder ir a mi oficina en Caracas caminando, pero aunque no use cotidianamente mi carro, siempre lo tengo presente como objeto. Desde siempre me han atraido los carros, como objeto de diseño, como proyección de las personalidades humanas, como ícono cultural, como proyección de un modo de vida asociado a la modernidad y a un momento de Venezuela y el mundo, como objeto de deseo, como símbolo de independencia...

Avenidas Urdaneta / Andrés bello. El terreno a la derecha es el actual Sambil La Candelaria

Mi padres cuentan que mi entretenimiento preferido en mis primeros años era aprenderme las marcas de los carros y que a los 5 años de edad podía reconocerlos en la carretera: "ahí va un chevrolet azul, y aquel es un ford blanco...". El primer trabajo fijo que tuve, en los años 80s, cuando estaba a mitad de la carrera en la Universidad Simón Bolívar, estuvo relacionado con el automóvil, porque, como respuesta a un aviso de prensa que apareció en El Nacional, me presenté en una oficina que funcionaba en el segundo piso de una casa en la Avenida Los Mangos de La Florida, como candidato a redactor de la revista "Actualidad Automotriz", que dirigía el periodista José Bernardo Jacobi Wende y en la que trabajaban, entre otros, Antonio Pontes - que podía diagnosticar el funcionamiento de un carro solo con oirlo- y Galo López Quintanilla, un viejito español entrañable, que vivía solo en una pensión de La Candelaria ( lo que él atribuía a que nadie le aguantaba su pasión diurna y nocturna por los carros...) y había depositado su muy surtida biblioteca sobre el automóvil y su historia en la sede de la revista, a disposición de quienes teniamos ganas de aprender sobre ese asunto. Todavía no tengo claro por qué, entre los periodistas recién graduados y los estudiantes de periodismo que estaban esa mañana haciendo el examen conmigo, me llamaron a mi a la semana siguiente para que me incorporara como redactor a medio tiempo, con un sueldo mensual de 2000 bolívares de los de entonces, pero con la condición de decir a todos que estudiaba periodismo y no urbanismo.... Allí trabajé unos 3 años, primero como redactor, luego llegué a tener mi propia columna y asistía a los eventos que organizaban las ensambladoras e importadoras de carros en Venezuela, además de probar carros en circuitos de carrera y autopistas del interior, incluso algunos que aún no estaban a la venta en el país...

En el segundo piso de esta casa funcionaba la revista Actualidad Automotriz. En la ventana de la izquierda estaba la diseñadora y parte de la biblioteca de Galo López. Mi escritorio tenía una ventana en la fachada lateral, con vista al avila y la casa vecina. 
Cuando comencé a trabajar en la revista aún no tenía carro, recuerdo haber caminado el día de la entrevista desde la Avenida Libertador hasta bien arriba de la Avenida Los Mangos de La Florida, unas 12 cuadras en pendiente, buscando la dirección. Compré mi primer carro en 1987, un Volkswagen escarabajo bautizado por alguno de los amigos como "El Rancho", que fue primero negro y luego  blanco, pero siempre con los asientos de plástico rojo y un forro de tela de cuadros. El Rancho había salido de la fábrica de Wolfburgo en Alemania un año antes de mi nacimiento. La mitad del dinero que costó ese VW provino del primer premio de la bienal de literatura José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia, en 1987, otorgado a un libro de cuentos que se llamó "El Cuarto Oscuro de la Revelaciones".


VW Escarabajo 1966. El mío era igual a este...

Los años previos andaba siempre en los carros de los amigos o usaba muy ocasionalmente, para ir al cine o algún evento en particular, el carro de mi papá, un Chevrolet Caprice al cual llamabamos "La Lancha". Mi amiga Viena no tenía carro, pero sus novios siempre tenían uno: Freddy El Cocodrilo tenía un buggy brasileño marca Gurgel montado en una plataforma de Volkswagen al cual llamábamos el "Cocomovil"; Gonzalo tenía una Range Rover a la que no nos dió chance de ponerle nombre, porque esa historia no duró mucho tiempo, para pena de quienes entrábamos grátis al Poliedro de Caracas y podíamos sentarnos en el palco vip gracias a él, que trabajaba allí. Hubo otros carros en esos años, pero ninguno como "El Avispón Verde", un Dogde Dart de cuatro puertas verde esmeralda que mi amigo Luife pulía semanalmente con Carnú y cera de la tortuguita y que nos llevaba a la playa o de vueltas por Caracas haciendo alarde de todas sus deficiencias de diseño: nunca la palabra manejar se asimiló tan bien a la palabra domar.


Gurgel con mecánica VW. El carro de Freddy De Bari era como este, con una viga doble t como parachoques

En el libro que financió la compra de mi primer carro hay un cuento que escribí en 1986, dedicado al Dart de Luife, mi vecino de aquellos años y luego escritor, ganador del concurso de Cuentos de El Nacional y profesor universitario, algo que en estos tiempos que corren todavía tiene algo de glamour, pero muy poco dinero asociado. El Avispón desapareció un día , hace ya muchos años, cerca del antiguo Mercado de Chacao, o al menos eso escuché. El cuento, que no se podía llamar de otra manera, se los copio aquí para quien quiera leerlo...




El Avispon Verde (1986)

Luife hunde la llave, le da vuelta. De inmediato el Avispón responde. Luife dice: “Míralo, está tequenito”. Pone marcha atrás, se atraviesa frente al Laboratorio de Química y arranca. Pasa por las canchas, rápido, tomando bien cerrada la curva. El Avispón derrapa un poco, la estabilidad no es el lado fuerte de los Dart. Pasamos raspando frente al Ampere y frenamos de golpe en el Pidecola. Luife dice: “Una para Los Chorros”. Y se ríe. Yo me río. Le tatareo una de Charlie García. Siempre le canto esa donde alguien dice estar muy verde. Luife no entiende de qué se trata porque jamás ha oído a Charlie – el papi del rock argentino -; pero sabe que me estoy metiendo con él e inmediatamente se pone a la defensiva: “Kayman, tú como que te vas en el autobús hasta El Silencio”. Y yo me río mientras Luife acelera el Avispón frente al rectorado. “¿El repro sirve? ¿Y los casetes?”Ahí bajo tu asiento. Aprovecha a ver si encuentras un portaminas que se me cayó ayer”. Yo lo miro mientras se peina el bigote con un peine de los que dan en las piñatas”. “¿No tienes por aquí el de Sally Oldfield? El que tiene Barreras de Agua”. Luife se queda pensando un rato, cuando ya yo he puesto otro casete – Crises de Mike Oldfield -, voltea y me dice: “Se lo presté ayer a una de Materiales, le di la cola hasta su casa, está buenísima, vive en Cumbres de Curumo…”

Luife siempre hacía la misma gracia en el Pidecola: Montaba a cualquiera que tuviera unas piernas más o menos y la llevaba hasta su casa aún cuando viviera en el fin del mundo. Decía siempre: “Y tú, ¿qué estudias? Yo estudio Matemáticas, cualquier cosa estoy a la orden. Yo me llamo Luis Felipe ¿y tú? … Ah! qué nombre tan bonito…” Entonces le mostraba la caja de casetes que Maurizio le había traído de Italia y le pedía que escogiese lo que iban a oír. Siempre hacía sugerencias dando datos biográficos de los grupos. Ponía un casete, subía el volumen para lucir las cornetas triaxiales de cien watios, y comenzaba a hacer gala de sus dotes de conductor: Aceleraba a fondo al entrar a Oripoto, hacía slalom evitando los huecos. El Avispón derrapaba siempre: En las curvas y en las rectas, sobre seco y sobre mojado. Falla de diseño de la Dodge. Pero Luife ya le tenía agarrado el truco y se la pasaba endiablado. Pero las muchachas no tenías motivos para tenerle confianza y entonces se ponían muy nerviosas, y comenzaban a ponerse pálidas, a apoyar las manos en el tablero. “¿Y tú siempre andas así, corriendo tanto?” Entonces Luife se reía y cambiaba el casete por un TDK de noventa donde estaba el Three Sides Live enterito. Ahora era Chester Thomson como un creyón y un portaminas: Sobre el volante, tan-tacatan-tacatan, sobre el tablero, tan-tacatan-tacatan, sobre el asiento…

Luife enciende las luces, toca la corneta. Grita por la ventana: “Apártate, torpe”. El Avispón pasa varios carros haciendo zig-zag. Luife voltea y me dice: “¿Qué estás haciendo Kayman?”Abriendo la toma de aire para que se enfríe el ecualizador”. Luife regresa al manejo y, al terminar la bajada de Tazón, hace un cambio brusco hacia el canal de enmedio, que está despejado y recién pavimentado, y hunde el acelerador al fondo. “Ajá!, chúpate esa, gringo. ¿Viste cómo quedó el Avispón?”.


jueves, 26 de agosto de 2010

La ciudad que nunca duerme

Ha sido el decorado de tantas historias escritas o cantadas, ha sido el telón de fondo de tal cantidad de películas que, incluso, ha sido en si misma, ignorando actores y guionistas, el tema central de unas cuantas de ellas: las cosas no pasan allí, ella es lo que pasa. De tanto exponerse se ha convertido en un tópico, en un cliché. Todo el mundo la conoce, todos pueden reconocer su imagen, su perfil. Sin haber estado en sus calles, a muchos puede parecerle familiar solo con haber visto alguna serie de televisión o película de domingo por la tarde.


5ta Avenida, Brooklyn (GT)

La primera vez que la vi, precargado del cliché cinematográfico, guardé en mi cabeza la imagen, la silueta lejana de los edificios grises en medio de la lluvia, y la conservo, la recuerdo cada cierto tiempo, como quien lleva una postal en el bolsillo de la camisa. En ese mismo primer momento tomé partido: esta ciudad genera pasiones, ante ella la gente no suele ser indiferente. Se le detesta o se le ama. Y yo amo a esta ciudad ruda y descarnada, sofisticada y violenta, culta y práctica, masiva e individualista, ostentosa y romántica, solidaria y competitiva. Como dice el logo de Milton Fraser, I love NY.


Brooklyn, NY (GT)

Desde aquella primera visita en una avión blanco y azul de la Pan Am hasta hoy son muchos los encuentros, no llevo una cuenta exacta, 25 más o menos.  Y al menos una visita al año durante los últimos 15 años. Hay viajes más memorables que otros, hay anécdotas más importantes que otras y seguramente tendré muchas oportunidades en este blog de contar sobre cosas que me han pasado allí, por lo que no pretendo ahora contar todo lo visto, todo lo oido, todos los sabores, todos los sueños que han albergado esas calles.Seguramente habra un apartado en este sitio para las historias de Nueva York. Pero hay dos épocas claramente diferenciadas, dos aproximaciones a su diario ajetreo: antes de 1998, llegando en Manhattan a las habitaciones del Wellington y el Woolworth ; y a partir de 1998, llegando a casa de Ricardo y Vicky en Brooklyn. Son dos ciudades diferentes, son dos perspectivas diferentes, aunque podría decir que no son excluyentes. La segunda engloba, de alguna manera, a la primera. En el futuro espero llegar a mi propia casa, que ya existe, que ya tiene una dirección conocida y cuyas llaves guardan espacio en una gaveta de mi casa de Caracas. También llegaremos algún día no muy lejano a la casa que nuestros caseros de Brooklyn están soñando en medio de un bosque en Coldspring, cerca del río Hudson.


Desde Red Hook, Brooklyn (GT)

Mientras tanto, vivo en Caracas...y en Nueva York en la distancia.

lunes, 23 de agosto de 2010

Alma de Blues



Escuché por primera vez la voz de Soledad Giménez, durante más de dos décadas cantante del grupo español Presuntos Implicados, una tarde de enero o febrero de 1991, en mi cuarto del Colegio Mayor de San Ildefonso, Plaza San Diego sin número, Alcalá de Henares, Madrid. Estaba escuchando un aparato de color azul, parecido a un walkman, que me había llevado desde Caracas y que permitía poner un casette o la radio, para escucharlo con unos audifonos o a través de una corneta de una calidad de sonido francamente deprimente. Por ello tiene aún más mérito el que la voz de quién cantaba a través de la radio una canción que se llamaba "alma de blues" lograra captar mi atención, aunque en ese momento no llegué a escuchar el nombre de quien cantaba. Tuve que preguntar unos días despues en "El Corte Inglés" como se llamaba la cantante y en que disco estaba esa canción para enterarme de quién se trataba.

Había llegado a España los primeros días de 1991 a estudiar un postgrado, cortesía de unas personas en Madrid a las que les convenció una carta (y un montón de papel anexo) que había enviado el año anterior desde la oficina de correos de Chacao y a la que me contestaron, unos 3 o 4 meses despues de mi carta, con un telegrama de septiembre de 1990 que decía, palabras más, palabras menos, "D. Gonzalo Tovar Ordaz, aceptado postgrado planificación y gestión urbana, beca aprobada, favor presentarse  Plaza San Diego S/N Alcalá de Henares  Madrid el 15 de Enero 1991  9.30 am". Así, sin más anestesia.


Colegio Mayor de San Ildefonso, desde la Plaza San Diego

Llegué al aeropuerto de Barajas no sin cierta predisposición: las madres de mis amigos hijos de españoles me decían cuánto me envidiaban, que Madrid y el cielo eran lo mismo y que el resto de Europa quedaba a la vuelta de la esquina; mis amigos me enfatizaban que no me quedara en Alcalá, que eso era un pueblo de obreros, un lugar gris, pobre, triste y aburrido. La primera vez que ví a Alcalá, desde la ventana trasera derecha de un citroen blanco con una linea roja en la puerta y la palabra taxi en letras negras, era una mañana fría de invierno y  había hielo en las cunetas de la carretera nacional I Madrid-Barcelona. Esa primera vez me gustó, me pareció estar inmerso en una de esas películas antiguas que veía en la Cinemateca Nacional. Mis amigos de Madrid me recalcaron hasta el cansancio en los siguientes meses que aquello podía acompañar como ilustración en el diccionario la definición de "cutre", pero a mi me pareció aquel día, con los sentidos dominados por el trasnocho del viaje desde Caracas, que habían apagado la luz de la sala y estaba comenzando una película, mi película.


Plaza Cervantes de Alcalá de Henares, una cuadra al sur de la Plaza San Diego

Hay muchos factores que ayudan a explicar la felicidad del momento y que pueden justificar la valoración del sitio y la circunstancia: Tenía 23 años, una beca de unos 800 US$ al mes, tenía 2000 US$ en una cuenta del Banco Exterior de España-Agencia Calle Libreros de Alcalá, no le debía nada a nadie, estaba inscrito en un postgrado en Madrid, tenía un cuarto con vista al patio de los filósofos con una cama-un escritorio-un escaparate-un baño, no tenía mayores compromisos, la palabra urgente no existía y, ciertamente, España y Europa quedaban a la vuelta de la esquina.

Para ser justos, el tiempo que viví allí no me detuve mucho en Alcalá, bastaban unas horas libres en la universidad para correr hasta la estación del tren y agarrar el de cercanías, que en unos 35 minutos me llevaba a la estación de Atocha, o caminar a la estación de autobuses de la Continental, desde donde podía llegar a la Avenida de América en unos 25 minutos. Madrid estaba a solo unos minutos y para allá corría casi a diario, gracias a mi abono de transportes que compré en el estanco de tabaco de la calle mayor de Alcalá.

Calle Mayor de Alcalá de Henares, hermosa judería donde dicen que nació Cervantes
Ese año pasaron muchas cosas, en Madrid y en el Mundo:  desapareció formalmente la URSS; se decretó el fin del apartheid en Surafrica; explotó la central de Chernobyl; interrumpimos una fiesta en la universidad para ver por tv a medianoche la transmisión en directo, vía CNN, del comienzo de la guerra del golfo; murieron Stan Getz, Miles Davies y Freddie Mercury; Indurain gano el tour qué veía desde el bar de la esquina, junto a los esposos echados de su casa por la esposas que veían sin falta "La Dama de Rosa"...muchas cosas de las cuales no recuerdo que nivel de conciencia tuve.

Lo que si recuerdo es que aquel invierno hizo mucho frío en Madrid y el verano fue un infierno. Recuerdo unos cielos muy azules que veía a través de unos lentes de sol franceses que había comprado en una óptica de Sabana Grande. Recuerdo la gabardina beige de Cortefiel que me prestó José Enrique. Recuerdo una americana azul que compré en el Corte Inglés y una a cuadros que compré en un remate de la calle Goya. Recuerdo el restaurante Topeka de la Plaza Cervantes. Recuerdo la tienda de fotografía donde compraba rollos vencidos porque eran más baratos, en la calle de la Estación...


Quien cuenta estas líneas, en el Patio de los Filósofos, Colegio Mayor de San Ildefonso. Primavera de 1991.

No se que tan cutre era Alcalá, porque cuando la recuerdo solo me viene a la mente la palabra felicidad.

sábado, 21 de agosto de 2010

Cine Prensa / Mephisto

La fachada del Cine Prensa tal y como lucía en los tempranos años 80s. En la cartelera se anuncia ese maravilloso poema visual a la soledad, Paris Texas de Win Wenders, que si mal no recuerdo, vi allí.
Mi amiga Maureen López ha estado estos días de agosto de paso por Caracas, haciendo una visita fugaz que sirve para rememorar tiempos pasados, en un presente que le impulsa a decir "que carajo hago yo aquí, en vez de estar en mi casa de Madrid". En medio de la conversación en la sala de mi casa, que oscilaba entre el pasado del Santiago de León, el cineclub, los amigos de los 80s y el presente, surgió el tema del Cine Prensa.

El Cine Prensa fue una sala de esas que alguien llamó "de arte y ensayo", que funcionaba en el auditorio del edificio del Colegio Nacional de Periodístas, en la Avenida Andrés Bello de Caracas. Organizaba ciclos por autores, temáticas o nacionalidades de las películas y tambien ofrecía en estreno películas que las salas comerciales no consideraban de su interés. Tengo la impresión que comenzó a funcionar en los primeros años 80s, pero la verdad, no he encontrado la información sobre su partida de nacimiento.


Cine Prensa: hall de acceso a la sala, primeros años 80s.

La Avenida Andrés Bello tenía en su entorno algunas salas de teatro, pero no era precisamente el epicentro de la vida cultural caraqueña de los años 80s. En aquella época, los puntos de encuentro eran los alrededores de los museos y el Ateneo, así como el eje Chacaito-Sabana Grande. A esta última zona soliamos bajar caminando luego de salir del Cine Prensa, a comer, a tomar algo, a caminar o a ver otra película, en el Radio City, en el Broadway o en los cines del Centro Comercial Chacaito.

Alrededor del Cine Prensa estaba la pollera de los Hermanos Riviera (al otro lado de la calle, al frente); al este, bajando por la Avenida Andrés Bello, una cafeteria en las que varias veces esperamos a que fuese la hora de la película o ayudábamos a Maureen a llenar los sobres que enviaba al exterior como miembro que era de Amnistía Internacional. En estos días recordamos las cayapas que armábamos para que pudiese cumplir con su cometido de recordarle a través de unas cartas que hacíamos en serie, y que recuerdo como llenas de una muy profunda inocencia, por ejemplo, a israelies y palestinos, que estaba mal aquello de darse trompadas todo el tiempo o le recordaban a algún militar del sur de América, a los que Maureen enviaba cartas con nombre y apellido y dirección de casa de gobierno, que estábamos pendientes de alguno que otro presunto desaparecido.

Creo que la primera vez que fuí al Cine Prensa fue a ver una película que sugirió mi amigo Pierre Souchar. Para mi era algo totalmente desconocido, pero Pierre lo recomendó con mucho empeño. El sí conocía
 lo que anunciaba el Cine Prensa aquellos días, por razones familiares y porque había vivido los 5 años anteriores en Europa. Era un ciclo de Jacques Tati que incluia Mi Tío y las vacaciones del Señor Hulot.

La segunda vez que fui al Cine Prensa fui yo solo, algo que hacía muchas veces en aquella época. Varios de mis amigos y amigas eran mayores que yo y hablaban constantemente de un montón de películas de las que yo no tenía ni idea, asi que para irme "poniendo al día" me iba por mi cuenta a la Cinemateca Nacional, al Cine Universitario de la UCV, a las proyecciones de los martes clásicos que daban en Sabana Grande y al Cine Prensa, nunca menos de 3 o 4 películas por semana. Esa segunda vez fui a ver una película que entonces me impresionó mucho y aún hoy me sigue impresionando cada vez que vuelvo a verla, no se si por la soberbia actuación de Klaus María Bradauer o porque su temática está hoy más vigente que nunca en esta "Venezuela ex moderna" (Lorenzo González Dixit): un hombre que vende su alma al diablo a cambio del éxito económico y social, traicionando sus valores y sus amigos. De haber sido filmada en "la villa del cine Pou y Sesto consultores asociados c.a." Brandauer, el protagonista de Mephisto, ganadora del Oscar a la mejor película en lengua extranjera y el premio de la crítica y al mejor guión en Cannes, ambos de 1981, tendría sin duda un número del registro nacional de contratistas vinculado a no se que maletín o a no se cual container.

Klaus Maria Brandauer / Mephisto
Escuché durante varios días hablar de esta película a Viena Rendón, Luis Felipe Castillo y Roberto Rodríguez, mis compañeros del grupo de teatro en el que estaba entonces y a pesar de bajarme en la "ultima escalera, señor por favor" de la Avenida Libertador y subir las cuatro cuadras que, cruzando Las Palmas, separaban esta avenida de las escaleras de la entrada del Cine Prensa, con las mayores expectativas posibles, recuerdo claramente que no solo no me defraudó; sino que muy por el contrario, regresé a mi casa con las imagenes de esta película de Izvan Szabo en mi cabeza, en plena ebullición.

Si hoy me preguntan por una actuación en película alguna, seguramente pondré la de Klaus María Brandauer, como ese actor lleno de inseguridades que decide traicionarse a si mismo a cambio del aplauso del régimen nazi, como una de las mejores que he visto en mi vida. Una joya que vi por primera vez en el Cine Prensa.

De todo aquello, solo queda la pollera, aunque para ser justos, tambien debe decirse que Mephisto se consigue, por menos de lo que costaba una entrada de cine, en los puestos de dvd "quemados" del pasillo de Ingeniería de la Universidad Central.

jueves, 19 de agosto de 2010

Trespass: 40 años

Carátula abierta, mostrando portada y contraportada, lo cual solo podía hacerse en la edición inglesa. Las otras ediciones que circularon en Venezuela (hechas en USA, Brasil y Venezuela) no tenían portada interna y no permitían la apertura de la carátula.
Hace 40 años, por estas fechas, se estaba preparando la edición de Trespass, el segundo disco del grupo inglés Genesis, grabado en estudio entre junio y julio de 1970 y comercializado a partir de octubre de aquel año. Muchos de los seguidores de este grupo de rock progresivo (en los 70s) y posteriormente de pop rock (a partir de los 80s) consideran a este disco, aún siendo el segundo grabado por el grupo, como el primero de la saga, en términos de calidad, sonido y personalidad. Es común escuchar o leer que es solo a partir de este disco que empieza realmente la carrera de Genesis y los discos recopilatorios de la banda son consecuentes con esto.


De izquierda a derecha: Phillips, Gabriel, Rutherford, Banks y Mayhew, en 1970

La formación de Genesis desde finales de 1969 y hasta poco tiempo despues de la grabación de este disco estaba conformada por Peter Gabriel, Tony Banks, Mike Rutherford, Anthony Phillips y John Mayhew. Los cuatro primeros eran excompañeros de escuela y miembros fundadores del grupo; Mayhew, el baterista, se había incorporado a la banda luego de la grabación del primer disco, "From Genesis To Revelation", en sustitución de John Silver. Luego de la salida al mercado de Trespass, Phillips fue sustituido por Steve Hackett y Mayhew por Phill Collins. Al salir de Genesis, Phillips se dedicó a estudiar guitarra clásica y ha participado en unos 20 discos, incluyendo uno con la banda Camel y otros con sus excompañeros Gabriel, Rutherford y Collins; Mayhew, por su parte, desapareció del mundo de la música y se residenció en Australia, donde trabajó como carpintero hasta su muerte en el 2009.

Los miembros de Genesis tenían menos de 20 años en 1970, pero el grupo se insertó a partir de este disco en un movimiento de grupos de gran calidad, que incluyen  a King Crimson, que había publicado el año anterior esa obra fundamental que es "En la corte del Rey Crimson", Yes, Pink Floyd, Tangerine Dream, Emerson, Lake and Palmer, entre otros. En esta época, Tony Banks y Mike Rutherford solían escribir la música y Peter Gabriel las letras.


Portada de "En la corte del Rey Crimson"

Yo, que en 1970 tenía solo 3 años, vine a dar con este disco en los primeros años 80s y, específicamente, fue el primero que compré de este grupo, que era entonces y es aún uno de mis preferidos. Llegué a Genesis a través de algunos amigos y amigas, unos años mayores que yo, que me permitieron escuchar buena parte de lo producido por la banda en la década de los 70s, pero en el interés de encontrar mi propio lugar entre mis amigos, me compré este disco primero, sin conocerlo y sin haberlo escuchado, solo porque era uno que no tenían ellos. Recuerdo haber ahorrado el dinero de los desayunos y almuerzos y del dinero que me daban para el pasaje de los carritos que agarraba en la Avenida Francisco de Miranda hasta Los Chorros. Recuerdo haberlo comprado en el Centro Plaza, no recuerdo si en Allums/Maracaibo Import o en una tienda llamada la Galería del Rock, que estuvo primero en la villa mediterranea y luego cerca de la entrada, en el piso de abajo, que tenía una fuente en el medio con un puente en arco. Lo compré en la edición más cara, hecha en Inglaterra. Entonces podía conseguirse en 3 o 4 versiones: una hecha en Venezuela, con impresión de carátula pobre y el lp envuelto en una bolsa de plástico; una edición brasileña, apenas un poco más cara, con mejor impresión de carátula; una edición norteamericana, de mejor calidad aun que la brasileña y la mejor, que aun conservo, una edición inglesa con carátula interna y hoja anexa con las letras. Me costó unos 60 bolívares de entonces, ultimos días del gobierno de Luis Herrera.

Recuerdo haber escuchado Trespass hasta el cansancio (de mis padres y los vecinos, no del mío) en el equipo de sonido Keenwood de mi casa en Los Chorros. El disco tenía 3 canciones a cada lado. Unos años más tarde, cuando era tallerista en el Celarg, escribí un cuento basado en una canción de este disco, White Mountain, que leí a mis compañeros de taller bajo una mata de mango en el jardin de la casa que era sede del centro Rómulo Gallegos, a una cuadra de la clínica El Avila.

Al año siguiente de editar este disco, Genesis inició un ciclo de 4 años muy productivos (1971-1975), que comenzaron con "Nursery cryme" y terminaron con "The lamb lies down in Broadway", luego de lo cual, Peter Gabriel se marchó a trabajar por su cuenta, pero esa es ya otra historia.


lunes, 16 de agosto de 2010

Regalo / Olympus Pen


Esta semana mi cuñado, Ricardo Armas, me ha traído de regalo desde NY una Olympus Pen EES2, como una forma de buscar compañía en su afán coleccionista, que ya suma, salvo 2 modelos, la totalidad de las 19 variantes de estas maravillosas máquinas diseñadas por Yoshihisa Maitani a partir de 1959 y que estuvieron en producción hasta comienzos de los años 80s.

Maitani, con una Pen F

Estas cámaras para carretes (rollos) de 35mm han sido importantes en la historia de la fotografía por varias razones, pero la principal es que lograron combinar en un cuerpo compacto y liviano para los estándares de su época, un lente de muy buena calidad, una mecánica sencilla y una muy alta confiabilidad, todo ello a un precio que resultó muy atractivo para el público. Su rasgo característico es que toman solo medio cuadro, por lo que con un carrete de 36 exposiciones podían tomarse al menos unas 72 fotografías.

Particularmente la EES2 (1968-1979) forma parte de la familia de las EE, por Electric Eye, referido a ese disco ubicado alrededor del lente, asociado a un fotómetro de selenio, que contribuía a hacer de esta familia de cámaras una de las primeras verdaderas "point and shot".

Parte de la publicidad asociada a este grupo de cámaras (las EE) se orientó al público femenino, entre quienes tuvo mucho éxito. En Japón, el número de mujeres que habían comprado una cámara para su uso personal pasó del 2% del total de mujeres al 33% en el tiempo que esta cámara ingresó al mercado, y a ello contribuyó este modelo, que podía llevarse en la cartera.

La familia de las Pen se complementa con las Pen F y sus variantes, que son un muy ingenioso y complejo diseño de Maitani, con lentes intercambiables y tienen como rasgo principal la ausencia del pentaprisma común a casi todas las cámaras reflex. Estaban orientadas al público semiprofesional y profesional y fueron promocionadas, entre otros, por W. Eugene Smith, el fotógrafo del cual he tomado el nombre de este blog.

W Eugene Smith, en un anuncio de las Pen F
Cuando estaba en la secundaria, uno de mis amigos y compañeros en el club de fotografía del Colegio Santiago de León de Caracas, Víctor Quintero, tenía una cámara que había heredado de su abuelo, con la que tomábamos el doble de fotografías que las que anunciaba el empaque de Kodak Tri-X Pan o Ilford que solíamos usar entonces. La verdad no recuerdo el modelo, pero siempre he asociado aquella cámara de Víctor con una Olympus Pen. Probablemente le escriba para salir de dudas.

Hace muchos años que no uso carretes de fotografía. Mis cámaras de 35 mm están guardadas a la sombra de las cámaras digitales, que a partir de una Canon Powershot que compré hace alrededor de una década, han sido mi herramienta fotográfica. Pero aprovechando este regalo, seguramente probare usar mi nueva Olympus Pen en estos días...

domingo, 15 de agosto de 2010

Balas perdidas


atardecer en la autopista. Brooklyn NY 2009 (GTO)

Tengo buena parte de este año que ya se adentra en agosto escribiendo sobre personas a las que he conocido en el pasado y que ahora conozco poco: los amigos de la infancia, los hermanos de los amigos, los vecinos, los amigos de los amigos, los compañeros de clase. Quizá porque el ambiente general del país no da para desarrollar un optimismo que no sea el producto de la total ignorancia de los que pasa o quiza porque hasta donde se, la gran mayoría de ellos estan en esa edad en la que se toma cierta conciencia de que los sueños no se harán realidad, me he centrado en aquellos que la cultura anglojasoja agruparia como perdedores. Lo que delata la situación que les hace merecedores de este grupo que he dado por llamar balas perdidas a veces es una foto en el facebook, otra vez es un comentario sobre su trabajo o sobre su vida personal. Pero son esos los personajes que llaman mi atención, las jovenes promesas que ya no son jovenes y suenan más a resignación que a futuro.También los que tenían un futuro por delante y ya no están entre nosotros, con un final mediocre, un accidente sin sentido ni estridencia.

Comencé a escribir sobre estos personajes porque sentí que era una cuenta pendiente con ellos, era una manera de darles una trascendencia que su cotideaneidad no generaba, aunque solo transcendieran al disco duro de mi computadora, ajena por completo a lectores, seguidores o aplausos. Comencé a escribir sobre ellos mientras leía libros de paul auster y sentía la próximidad del lobo, que amenazó hace tan solo unos pocos meses con llevarse a Patricia, y con ella buena parte de mi cotideaneidad, de mis costumbres, de mis rituales.Me puso a tiro de esta banda de sobrevivientes.

Hoy ese mismo lobo, el que dejó aquí su trabajo a medias hace unos meses, se ha llevado -usando las mismas artes empleadas meses atrás- a la joven esposa del amigo Marco Tulio Bonilla y, viendo, esta vez desde la barrera y no desde dentro del foso, como me tocó hacerlo en el pasado mes de febrero, el caos emocional que ha generado, de nuevo, me ha dado por escribir sobre los que parecen condenados al anonimato, sobre los que parecen no tener nada que aportar al orgullo.Gentes que parecen no tener nada de particular, que no tienen mayores triunfos que mostrar, salvo que sobrevivir sea un inmenso mérito en sí mismo. Hoy estoy escribiendo sobre esas balas perdidas. 

viernes, 13 de agosto de 2010

La Debutante (Mark Rayden)

Descubrí a Mark Rayden por casualidad, ojeando libros en el segundo piso de Strand. Luego de ver un primer libro en casa, con mayor cuidado, fui encontrando más y más detalles que me interesaban de este pintor norteamericano. Ahora el internet es la vía para conocer sus trabajos.

jueves, 12 de agosto de 2010

Uno (parte del libro Balas Perdidas)

Me lo soltó nada más verme parado al otro lado de la reja, así, sin anestesia. Esta vez no comenzó nuestro encuentro semanal comentando mis ojeras ni mi aversión a los médicos y el ejercicio. Esta vez no me recriminó mi afición al trabajo y la comida de la calle. Simplemente lo dejó caer, en un tono que mezclaba la satisfacción de quien da una primicia, de quien tiene una información privilegiada, con un reproche ya repetitivo: me enteré por Mirta, la mamá de Luis. Es que tu no hablas, no comentas nada.

Yo entré a la casa y apenas crucé el umbral de la puerta de la cocina, me quedé paralizado viendo el televisor, como quien no escucha nada. Pero mamá seguía, parada a mis espaldas, hablando, completando la anécdota. Había sido fuera de Caracas. Había salido a comprar algo cuando, regresando a su casa, la atropelló un camión. El chofer, dicen, estaba borracho.

No fue así, dije en voz baja, interrumpiendo el monólogo. Fue un autobús sin frenos, el que se la llevó por delante. Ella iba en una bicicleta, iba a buscarle la comida al perro. El chofer del autobús era un muchacho que no tenia licencia. Me lo contó Luis en estos días que me lo encontré en la universidad.

Con eso contraataqué. Pasé la página. Cambié de tema.


Mamá me preguntó, ahora en un tono más tranquilo, casi en voz baja, como quien cuenta un secreto, si tenía tiempo sin verla, sin saber de ella, pero luego fue dejando de lado el asunto del accidente, mientras yo seguía viendo el televisor. Yo mencioné, también en voz baja, que la había visto no hacía mucho tiempo, en la universidad. Entonces pasó a temas más cotidianos, que no merecían ninguna respuesta de mi parte: el costo de las medicinas, la delincuencia y el calor que está haciendo.


La verdad no la había visto en años, pero en aquel instante podía verla claramente en la pantalla del televisor: tenía unos zapatos rojos, unas zapatillas puntiagudas cuya punta subía y se enrollaba en torno a sí misma, como los zapatos de los cuentos de las mil y una noches. Eran unos zapatos que había comprado en un viaje en barco a Brasil.


Cuando dije haberla visto hacia poco tiempo en la universidad, lo dije con absoluta convicción, con fe absoluta en que decía la verdad. Pero pronto caí en cuenta que ya tenía 3 años que había dejado de trabajar en la universidad y ese ultimo encuentro, producto de la casualidad – ella salía de dar unos cursos en extensión universitaria, yo salí a caminar por los jardines para oxigenarme el cerebro, buscando inspiración para redactar un informe que no pareciera la repetición de todos mis trabajos previos – ocurrió años antes de mi renuncia. La verdad, mentía. No la había visto en años, no sabía de ella, en dónde vivía ni qué estaba haciendo. La verdad, no sabía que había muerto. A Luis también tenía meses que no lo veía.


Su cara seguía estando en la pantalla del televisor. Los zapatos rojos, también.


Mamá subió a buscar algo al segundo piso de la casa y yo aproveché para volver a la calle. Antes de cerrar la reja, grité que ya venía, que iba un momento a comprar algo a la esquina, pero en cuanto estuve en la acera tomé el sentido contrario al del abasto. Me dejé caer por la calle, repitiendo en voz baja los nombres de quienes habían vivido en cada una de las casas de la calle. Si lo recordaba de inmediato, sonreía y seguía caminando. Si no podía recordar todos los nombres, me quedaba parado frente a la casa hasta poder recordar alguna referencia, por vaga que fuera, de quienes habían vivido allí. Por suerte es una calle muy poco transitada, nadie conocido me vio en aquel trance.

Pasé la esquina y la siguiente y llegué a la biblioteca, adonde nos habíamos conocido. Ya no era biblioteca, la habían cerrado hacía más de 10 años y desde afuera solo podía verse el muro y portón de hierro.


Pasé por el abasto a comprar cualquier cosa que justificara mi salida, mientras comencé a repetir la lista de nombres en mi cabeza. ¿A donde fuiste? Me preguntó mamá al volver a la casa. Dije cualquier tontería y con una excusa cualquiera me subí al carro y me fui. Pensaba irme directo hacia la casa, pero en el camino, sin pensarlo mucho, agarre hacia otro lado, por la autopista que va hacia el sur.


Hacía años que no vivía ahí. Tampoco se si su mamá seguía viviendo ahí. La última vez que la vi, esa vez en la universidad, me contó que estaba viviendo con alguien en una casa por El Placer, que su pareja tenía un barco y que viajaban mucho. El tenía un negocio de importación de telas y ella daba cursos de maquillaje mientras aparecían oportunidades para trabajar en obras de teatro o hacer películas. Me trasmitió cierta idea de precariedad, de estancamiento, pero se veía feliz, al menos eso me pareció. Cuando le di la cola hasta su casa, me di cuenta que era una casa parecida a ella: parecía un platillo volador, con un collage de piezas de madera junto al puente que comunicaba la calle con la puerta de la casa, colgada al borde de un barranco en el cual los zamuros daban vueltas. Ese día, a esa hora, el sol estaba cayendo con esa luz amarilla tan de esos días y de esa hora, al final de la tarde. Era diciembre. El cielo era muy azul y se sentía una brisa fría, de esa que se sentía antes por allá por la Bolívar. Mientras íbamos en el carro me habló de un viaje a Grecia, su esposo era de por allá. Yo la veía igual que cuando nos habíamos conocido. Pensaba que el tiempo no había pasado por ella. Yo estaba más gordo, pero a ella la veía igual, el mismo cabello liso, la misma risa y mismo hablar cantando.


Dudé entre parar el carro en el sótano de Concresa o en estacionamiento al aire libre del Cine Humboldt.


Desde donde estaba, sentado en una mesa afuera de la panadería al otro lado de la calle de su edificio de La Ciudadela, solo podía ver el muro. Un muro gris salpicado por uno que otro grafitti y una que otra propaganda electoral desteñida. Antes, hace años, cuando solía venir a su casa, su apartamento se veía desde la panadería, se veía la ventana de la sala y la jardinera. Ahora no. El muro es más alto que entonces y cubre los 3 primeros pisos del edificio. Será por los ladrones, pensé. Esta zona ya no es como antes. Antes bajábamos a comprar refrescos a la panadería y desde aquí escuchábamos la música de police saliendo desde la sala del apartamento. Tan tacatán. Police en unos discos que ella trajo desde Francia. Tan tacatán, sonaba Masoko Tanga. El equipo no era muy grande, era un Sony 3 en 1, de plástico color madera, sí, de esos que tenían arriba para poner los discos y enfrente la radio y la ventanita para los cassetes, pero sonaba duro. Walking on the moon. Tenía 4 cornetas grandes y se escuchaba desde aquí afuera, desde la panadería, y mientras caminábamos de vuelta, corriendo con la bolsa de hielo en las manos, podíamos escuchar desde la calle el sonido, el bajo en sincronicity 2 cada vez más fuerte. Birup birop. Bájenle el volumen a esa vaina, gritaban siempre desde los apartamentos vecinos, pero igual seguía sonando Police. También Uk. Los Beatles. Los Rolling. Pink Floyd. Genesis. Yes. Dire Straits. Pero sobre todo, Police. Roxanne se escuchaba ahora, con solo mirar el muro gris.


Estuve más de una hora en la panadería. Mientras me tome dos jugos, escribí en una hoja de papel la lista de nombres que daban vueltas en la cabeza desde hacia un rato. Había reconstruido el directorio de los vecinos, los que iban a las fiestas de Prados del Este y los que no, los del grupo de teatro y los que no, los del cineclub, los de las clases de fotografía, los de los viajes a la playa. Los novios y las novias de entonces. Los que aparecían y desaparecían de vez en cuando. Puse todos los nombres que recordaba: en algunos casos eran nombres y apellidos completos, en otros era solo un nombre o un apodo. Doblé la hoja en 4 partes y la guardé en el bolsillo de la camisa mientras me paraba de la mesa. Después de pensármelo un rato, crucé la avenida por arriba, por la pasarela. Desde allí sí se veía el apartamento: Tenía los vidrios cerrados y la ventana tenía un papel plateado que impedía ver hacia dentro. No había rastro de vida en la jardinera.

Allí me quedé un rato, viendo hacia la redoma de Prados del Este, viendo los carros pasar por debajo de la pasarela. Miré hacia los lados y saque el extremo de los audífonos del bolsillo del pantalón y me los puse discretamente en las orejas. Cuando comenzó a lloviznar, ya estaba sonando mensaje en una botella.

pintura de Starsky Brines que da la bienvenida en la sala de mi casa

miércoles, 11 de agosto de 2010

Cuando cierro los ojos


Me han preguntado por el nombre del blog..la historia es muy sencilla: cuando el fotógrafo norteamericano W. Eugene Smith hizo en 1950 -para la revista Life- su muy famoso reportaje sobre el pueblo de Deleitosa, en Extremadura, España, escribió tambien los textos que acompañaban a aquellas imagenes. Junto a la fotografía de una hilandera, Eugene comentó su conversación con la mujer, que vivía en evidentes condiciones de pobreza. A la pregunta del fotógrafo sobre sus bienes, la mujer contestó: "cuando cierro los ojos, todo lo que veo es mío".

martes, 10 de agosto de 2010

Ajuste de cuentas

barbería en Bleecker Street, NY 2010 (GTO)

Tengo algún tiempo pensando en que mi cámara ve menos cosas que yo.

Cuando voy por la calle suelo hacer muchas fotografías, constantemente, todo el tiempo. Casi nunca llevo una cámara. Solo uso mis ojos.Y voy guardando en el disco duro el detalle del tronco de un arbol, el dibujo en la pared, la grieta en el piso, la sombra sobre el muro, la luz reflejada entre las ramas, el gesto de quien espera sentado en la entrada de un edificio, la casualidad, la circunstancia.

Pero cuando salgo con la cámara, suele pasarme que al encuadrar, siento que todo lo que estoy viendo no cabe alli.

En esta Caracas de tantos miedos y limitaciones, suelo salir con una cámara que pase por la vida con discreción, que sea la materialización en la técnica japonesa del pasar agachado tan de estos lares: desde hace unos 2 años uso una Lumix LX2 con objetivo Leica, que permite jugar entre los 28 y los 70 mm. Rara vez la uso en una modalidad distinta a los 28 mm. Tengo otras, pero solo las uso cuando voy de viaje.

Hace muchos años, en un país con otro nombre y otros símbolos (yo tambien me veía mejor entonces, lo del vino viejo es un cuento chino de comerciantes de vinagre), alguien me enseñó que en una cámara de 35 mm,  un lente de 50 mm reflejaba, muy aproximadamente, la visión humana. Luego he leído que esto no tiene una exactitud matemática, porque la visión de todos no es igual; pero en cualquier caso, un lente entre 45 y 50 mm debería reflejar bastate bien lo que uno suele ver a simple vista. Por ello, usando mi Lumix en la posición más angular, la de los 28 mm ,debería entrar en la foto más de lo que mis ojos pueden directamente. Pero no. Por alguna razón que no tiene explicación no lo percibo así.

Despues de darle varias vueltas a la idea y de mirar de reojo a la cuenta de ahorros, me he comprado una cámara nueva, una Lumix GF1, que parece la hermana mayor de la LX2, pero que tiene la muy importante ventaja de permitirme cambiarle los lentes. La compré en un viaje reciente, con un lente zoom que equivale a un 28-90 mm en el formato de 35 mm, pero tambien me transmite la misma limitación, de querer y no poder meter más cosas en un mismo encuadre.

Así que me decidí a comprar un nuevo lente, un angular, que le permita a mi cámara compartir mi punto de vista. Aprovechando que un familiar viene a visitarnos desde el exterior, lo compré para que lo entregaran en su casa de Brooklyn, a través de Amazon, aunque en realidad quien lo vendía era otra tienda, Adorama.

Pero no llegó. Una sumatoria de errores ajenos y falta de interés en solucionar lo que era fácilmente solucionable, en aras de no salir de los procedimientos y las normas de la empresa, impidió que el lente llegara a donde tenía que llegar. Llegó a otro lado.

Llevo una semana discutiendo con personajes que me recuerdan que su visión es aún más limitada que la de mi cámara, tratando de que me entreguen el lente o en su defecto devuelvan el dinero, en su totalidad, sin ninguna penalidad por errores que no cometí. Hoy finalmente, al parecer, porque aún no se materializa el milagro, se relsolvío el dilema, decántándose por la última opción. No hay lente, solo regresará el dinero.

Para comunicarme la solución final, luego de mucha idas y venidas, Amazon me ha enviado un correo que titula el reembolso de la porción faltante del dinero (ya habían acordado previamente reembolsarme otra parte) como "ajuste de cuentas". Por ese motivo suelen morir decenas a diario en estas tierras. A mí, de momento, solo sigue limitándome la visión.