lunes, 30 de septiembre de 2013

Déjame que te cuente: primeras crónicas limeñas

Jasmines en el pelo y rosas en la cara

He vuelto a Lima luego de varios años y sigue maravillándome, como tiempo atrás, el color de sus jardines, especialmente en una ciudad en la que buena parte del año el cielo es una masa de color gris impenetrable por los rayos del sol.

"Ciudad de cielos color panza de burro", así me la ha descrito un limeño en estos días y he encontrado la misma frase en internet en un par de páginas.

Hace ya una semana que anunciaron formalmente la primavera, pero el cielo, desde entonces, no ha cambiado de color y, por el contrario, se ha hecho más denso en estos últimos días.

No sé si será un tópico, pero en Lima el cielo es gris, y bajo, próximo al suelo, pero las flores tienen unos colores que ni en el trópico. Por llevar la contraria, será. Por mezclar cosas, por juntar extremos será, tambien, que Lima si algo tiene es que es una ciudad ecléctica.

La mejor comida de América Latina

Así, como el título, describía la comida en el Perú antes de este viaje, teniendo en mente los almuerzos y las cenas de años atrás en Arequipa, una ciudad en mi caso de muy grata recordación. Aquí en Lima algunos (compañeros de trabajo, taxistas, porteros del edificio, dependientas en tiendas, meseros en restaurantes, funcionarios ministeriales que me interrogan al saber que no soy peruano, sino un venezolano recién llegado) me han corregido con autoridad "no, de América Latina no. De América, a secas". Otros van más allá, "la mejor del mundo", comentan con orgullo patrio, con caras iluminadas por el ceviche, el rocoto relleno, el tacutacu, las humitas, los tamales y el lomo saltado. Y la verdad no tengo argumentos para quitarles razón, para contrariar el orgullo peruano por su gastronomía.

He comido maravillosamente bien en Francia y en Italia, por ejemplo. Tambien se me viene a la mente una comida -un almuerzo para ser más precisos- en La Coruña hace unos años. tambien he comido muy bien en Estados Unidos, contrariando el cliche, eso sí, a precios nada populares; pero no me atrevería a negar la definición que me han dado de la comida peruana, que está viviendo años de esplendor en Perú, y en el mundo.

De momento, en este viaje que ya no es viaje sino residencia, he ido a Mistura, la feria gastronómica anual de Lima, y me he maravillado con todas las variedades de papas y otros productos que me eran totalmente extraños. Allí, entre colas y tumultos, he comido ceviches y makis, postres y helados, frutas y chocolates. Y, como no, he tomado pisco. Interesante evento desde el punto de vista antropológico, atractivo abrebocas de la diversidad peruana, pero he comido mejor comida en las calles de Lima, para ser justos.

Chancho al palo. Mistura 2013. Magdalena del mar, Lima.

En estos días en Lima he vuelto a restaurantes a los que tenía años sin ir y he descubierto otros que son verdaderas joyas. El más destacado, Maido, aqui a pocas calles de la oficina. El 11vo. mejor restaurante de América Latina de acuerdo al más reciente ranking votado por chefs y periodistas y ampliamente difundido en los periódicos de todo el mundo a comienzos de este mes de septiembre es un local pequeño, con muy pocas mesas, perdido en una calle angosta de Miraflores, a solo una cuadra de otro de los finalistas del ranking latinoamericano, el Rafael, que no conozco  aún y que me han mencionado como el mejor restaurante de Lima. Solo una cosa tengo que decir del Maido, restaurante Nikkei, esa combinación de la cocina peruana con la japonesa y en este caso tambien con algo de influencia china, al menos de las chifas de Lima: he comido sushi en locales de medio pelo y en restaurantes de auténtico lujo, he probado comida japonesa en Nueva York, en Londres y en unos cuantos otros paises, incluyendo el propio Perú, pero sin duda, la que me comí en el Maido ha sido de las mejores. Y lo peor es que cuando comento esto, de inmediato me dicen que digo eso porque aún no conozco otros sitios, y de inmediato comienzas a recitarme direcciones limeñas.

En estos últimos dos meses tambien he comido muy bien en La Pescadería, un local amplio y de horario irregular en el vecino distrito de Barranco, en El Pez Amigo, en los límites entre Miraflores y Barranco; y en Pescados Capitales, a donde volvi luego de años para encontrar la misma sazón que me encantó años atrás, en la avenida Mariscal La Mar, en los límites entre Miraflores y Magdalena del Mar. Igualmente puedo mencionar Alfresco, otro restaurante ubicado a pocas cuadras de mi oficina. Y el Fiesta Chiclayana, tambien incluido en la muy reciente lista de los mejores 50s lugares para comer al sur del Río Grande.

Limeños al volante

La impresión que todo el que llega a Lima se hace de inmediato respecto de sus habitantes puede incluir muchos matices, pero un elemento común suele ser la amabilidad de la gente, la educación en el trato, la cordialidad con el que llega. Por ello resulta especialmente incomprensible la rudeza de su manejo de los vehículos, el trato que se dan entre si los conductores, la agresivadad con la que se conducen en el tránsito de la ciudad. 

Digámoslo sin muchas vueltas: en Lima se maneja a la brava, como salvajes, conductores de trato calmado al tener los pies sobre la tierra se convierten nada más sentarse tras el volante en competidores feroces, que se lanzan el carro unos a otros, que se abalanzan sobre las esquinas sin miramientos sobre peatones y otros vehículos. No en balde son muy frecuentes los accidentes de tránsito en las calles de Lima, es raro el noticiero que no destaque el volcamiento de un bus, el choque entre dos vehículos en una intersección o el atropellamiento de un peatón. Y ello sin distingo de ocupación, nivel educativo, rango de ingresos y clase social del conductor. Sea un taxi, un microbús (una combi, dirían aqui), un pequeño auto familiar, una gran camioneta 4 x 4 o un elegante vehículo europeo de lujo, el comportamiento agresivo en el tránsito es un factor amalgamador de las clases sociales de Lima, un elemento unificador de la Villa El Salvador, San Juan de Lurigancho, San Isidro y Miraflores.

Hay días en los que, inevitablemente, me pongo a imaginar al equipo de Disney que desarrolló aquella vieja película de Goofy/Tribilín de varias décadas atrás, aquella en la que un cordial ciudadano se convierte en un auténtico demonio nada mas subirse a su carro, y no puedo evitar pensar que han debido inspirarse en la forma de conducir de los limeños.