sábado, 9 de noviembre de 2013

Crónicas limeñas segunda parte: Comenzar de nuevo

Hace poco más de cinco siglos y un mes que, según cuentan los historiadores, Vasco Nuñez de Balboa se subió a un cerro de la hoy Panamá y desde allí vió por primera vez el mar del sur, el lago español, el océano Pacífico. Había venido de lejos el conquistador extremeño, había tenido éxitos tempranos y tambien sonados fracasos -como su intento en convertirse en hacendado en La Española- y estaba en el istmo comenzando de nuevo, combinando su mano izquierda con la derecha en el trato con los nativos de esas tierras.
 
 
 
Lo de Nuñez de Balboa viene al caso porque esta semana he alquilado un apartamento, una promesa de casa familiar a la que espero mudarme la semana que viene, en la cuadra 2 de la miraflorina calle Nuñez de Balboa, en Lima. Desde allí, desde su balcón de la séptima planta, entremirando los otros edificios y agradeciendo la fugaz ausencia de niebla limeña, puede adivinarse una masa gris que se ilumina en el horizonte, el mar del sur, el lago español, el océano Pacífico.
 
Mudarse a una nueva casa siempre es un reto. En el norte de Africa y en el Medio Oriente hay una sabia maldición popular que reza sin piedad "ojalá te mudes" como deseo a los enemigos. Yo prometí públicamente, la última vez que me mudé, hace ya más de 6 años, cuando nos fuimos al Altolar de los sueños de Patricia, no hacerlo nunca más, salvo que tuviese que irme del país en que nací. Y aquí estoy, en otro país, preparándome para armar una casa que, aunque prestada pago mediante, pueda tener el sabor de lo propio en los tiempos por venir.
 
Cuentan que Nuñez de Balboa bajó del cerro prontamente luego de su avistamiento de finales de septiembre de 1513 y en menos de dos días se encontró en la orilla del mar, en el cual se sumergió para tomar posesión en nombre de la corona española. Yo me voy a tardar algo más de una semana en tomar posesión del piso, en nombre de la empresa española en la que trabajo. Pero no soy, ni remotamente, un descubridor. Lima está llena de españoles, miles calculo yo, desde ejecutivos que duermen en piso con vista al golf hasta arquitectos jóvenes que están aquí diseñando cosas por 3000 soles brutos al mes.
 
Es una mudanza sin mudanza. porque no hay muebles que mover, no hay cajas que desembalar, no hay libros que clasificar, no hay discos que embalar. Es en realidad un comenzar de nuevo. Esta vez es volver al ritual ya superado de cubrir los mínimos, de satisfacer las necesidades básicas. Es pensar la igenie´ría de procesos del hogar: la papelera para el baño, el batidor para la leche, el abrelata para el atún, el sacacorcho para el vino, el plato para el cereal con yogurth, el cucharón para la sopa, el cuchillo para la carne, la alfombrita para el baño, la almohada para dormir, la olla para la pasta, el vaso para el jugo. Estos dias estoy haciendo listas con las cosas que tengo que comprar para que la casa funcione como una casa, para que cuando venga la familia no asocie la mudanza con la precariedad, para que evite pensar en la provisionalidad.
 
En Caracas a estas horas de viernes por la noche están saqueando comercios con permiso y apoyo gubernamental. Mañana seguirán, que remedio queda. Ya estamos en la fase de repartir las sobras. No hay nada más. Como en los divorcios, como en los funerales. Y yo estoy en cambio con mi lista en la mano, viendo precios por internet, a ver a donde voy a buscar este fin de semana el televisor y la lavadora que necesito. Estoy comenzando de nuevo, subido a la séptima planta de mi montaña blanca que mira al Pacífico, aunque este se esconda tras la bruma.
 
Alguien me dijo esta semana, en una reunión con colegas urbanistas, que era valiente comenzar de nuevo a mi edad, con tres niños y en tierras ajenas. Y yo le respondí de inmediato que no, que valiente era tratar de quedarse en Caracas con 3 niños en estos tiempos de oscuridad y escasez. Y obvié comentario alguno sobre la expresión "a mi edad" porque quien me lo decía tiene pocos años más que yo y porque el portero del edificio y la señora que me vende La República y El Comercio los sábados y los domingo me llama siempre con ese formalismo limeño que tanto me gusta "joven, ¿cómo está usted hoy?
 
Sarten con antiadherente, pañito para la cocina, mantel para el comedor, tabla para picar y cortar, copa para el vino, plato para el postre, pote cesta para la ropa sucia, colgador para las corbatas. Aquí sigo, mirando el mar del sur, comenzando de nuevo. Fregona con su tobo, cuchillo grande, pelapapas, envase de plástico para guardar las sobras, manta para la cama. Solo espero no perder la cabeza, como el español que da nombre a mi nueva calle.