viernes, 30 de mayo de 2014

Expatriado

Este texto es parte de una cosa que quizás alguna vez sea un libro, de momento es solo una carpeta que lleva por título "Expatriado" y en la cual se acumulan  ya unos cuantos trozos numerados como este:


12

Brooklyn. El apartamento era coqueto, luminoso y nuevo, pero pequeño. 45 metros cuadrados, sin contar los 3 metros del largo y angosto balcón con vista al patio trasero. 48 metros totales, 45 metros cuadrados bajo techo, que medidos en pies cuadrados eran un número más grande, pero siguían siendo 45 metros cuadrados. Cerca tenía el parque y enfrente una calle arbolada, ancha, tranquila y fotogénica, que a la vuelta de la esquina tenía restaurantes, librerías,  tiendas de antigüedades y una estación de metro. Pero tenía 45 metros cuadrados, en los que se amontonaban 2 camas y un sofá-cama matrimonial, un gavetero de Ikea, un televisor y un mesón de granito negro con 4 taburetes de madera. Pero eran solo 45 metros cuadrados, que palidecían ante los 150 metros del apartamento de Caracas. Pasarían todo el día en la calle, se dijeron a coro la noche de la mudanza, todavía con las maletas sin abrir. En esta ciudad hay tantas cosas para hacer, para ver, que sería un pecado estar en casa encerrados, se repitieron, mientras buscaban el mejor lugar para las maletas; pero a la vuelta de dos semanas no podían estar dentro del apartamento sin tropezarse unos a otros y coincidencialmente todos tenían ganas de ir al único baño a la misma hora y en el mismo momento. No podían ni verse. Había que hacer algo pronto.

La mañana siguiente, haciendo uso de un tercio de los ahorros que tenían en la cuenta de Miami y un permiso en el trabajo, en el cual avisó de una súbita fiebre infantil, contrató a un pequeño taller de la cuarta avenida la instalación de espejos de piso a techo. A media mañana dos obreros llevaron las láminas de vidrio y con pegamento y unas pequeñas piezas de metal las fijaron a todas las paredes de la sala y el único cuarto.  Unas dos horas antes de que salieran los niños de la escuela el trabajo estuvo terminado y se sentó en medio de la sala a contemplar la obra de su ingenio. Como por arte de magia, el espacio se había multiplicado.

Llegada la hora en que su mujer y los niños volvían al apartamento desde la escuela y la oficina, los recibió con una sonrisa, para descubrir, penosamente, que los habitantes de la casa también se habían multiplicado.
 
 
                                              GTovar NY 2007
 

viernes, 16 de mayo de 2014

Los adioses

En estos días de mayo en los que en los cielos de Lima se alternan mañanas grises con otras inusualmente azules para los estándares de la ciudad de los reyes, estoy cumpliendo un año de haber estado por última vez en Nueva York y comienza a darme esa mezcla de nostalgia con ansiedad propia de quien ha estado de visita en la ciudad que nunca duerme al menos una vez cada año, desde que fui con Patricia en enero de 1985, hace ya casi 20 años, y tiene somatizada esa necesidad vital, esa carga de energía..., incluso si los números del banco no están -que no lo están- como para estar pensando en esas cosas...

Luego de haber estado allí, más o menos, unas 30 veces en los últimos 20 años, Nueva York es un montón de recuerdos, de calles, lugares, personas, olores, colores, cosas. Allí donde comimos una vez, allí donde compramos aquel regalo, allá donde fuimos por ese libro que tanto nos gusta, allí donde escuchamos esa música, allá donde nos encontramos con tal persona..lugares que forman parte de ciertas rutinas que repetimos cada vez que vamos....pero esos lugares, como tantas cosas, no son para siempre.

En estos días de mayo, decía antes, en los que los cielos de Lima juegan al verano y al invierno, me entero como quien no quiere la cosa, que J&R ha cerrado sus puertas en abril pasado y promete volver recien dentro de 6 meses, sin que pueda uno tener certeza de ese regreso y sin saber que es lo que regresará, toda vez que prometen "un concepto innovador" para unos súbditos que lo que quieren es más de lo que ofrecía en el pasado.
 
33 Park Row, la dirección original de J&R. A los lados de las puertas los folletos con ofertas
 
J&R music store fue una pequeña venta de televisores en sus inicios, en los primeros años 70s, que se ubicó en las proximidades del City Hall, en el sur de Manhattan. Con los años comenzó a vender discos, tuvo mucho éxito como tienda de discos por catálogo, a partir de finales de los años 70s y luego creció hasta practicamente ocupar todo un frente de manzana, en su apogeo, tal vez poco antes de la caída de las torres gemelas, en los años finales del siglo pasado, en los que tambien comenzó a vender a través del internet.

 
 
Cuando yo la conocí, hace casi 20 años, en medio de una nevada de comienzos de enero de 1995, J&R ocupaba poco menos de la mitad de los locales de la manzana frente al parque vecino a la alcaldía de la ciudad y seguía siendo principalmente una tienda de discos (con varios locales en la misma manzana dedicados a este rubro, cada uno especializado en un tipo de música) y videos, además de vender algunos electrodomésticos, instrumentos musicales, y computadoras, pero su principal foco seguía siendo la música, que ofrecía en sus locales de Park Row y a través del correo, para lo que imprimía unos catálogos interesantísimos, con las carátulas en colores y a su interior cientos de páginas en blanco y negro con una letra a prueba de presbicia.
 
Local en 34 Park Row, la esquina norte de la manzana, donde funcionó la tienda de equipo fotográfico de J&R. A  media manzana se observa el letrero de la ferretería, la única tienda que en algún momento compartió la cuadra con los locales de J&R
 
J&R en esa época en que lo conocí tenía un local dedicado a la música clásica, otro al jazz y otro para la música latina y ese batido de cosas que suelen agrupar como "world music". Tambien tenía un local de tres pisos donde en uno estaba el rock y en otro la música pop; en el tercero estaban los videos, afiches y franelas. Tambien tenía un local aparte con instrumentos musicales, sobre todo muchas guitarras electricas. No se como será el cielo de los melómanos (incluso el de los melómanos sordos, como un servidor), pero debe ser algo parecido a esto. Eran unos salones desordenadamente decorados, algunos afiches, discos de oro y fotos firmadas en las paredes, que estaban cubiertas por unos módulos de madera blanca con rieles para colgar cosas, y repletos de unos muebles blancos de fórmica en los que se organizaban los miles de discos, casettes y cds en orden alfabético, con algunas mesas en los extremos para poner la mercancía en oferta. 
 
Llégué unas cuantas veces a pasarme más de medio día encerrado allí, comenzando desde la A y terminando con el último disco en la zona Z, no sin pasar un rato en los remates, los cds de 3, 4 y 5 dólares cada uno. La cosa funcionaba así, llegaba temprano en la mañana y tomaba una cesta de plástico, como las de los automercados, y comenzaba a poner allí todo lo que me llamaba la atención. Al cabo de las horas, con la cesta llena, a veces 50 o 60 discos, me ponía en un rincón a hacer una segunda vuelta, y entonces escogía lo que llegaba a la caja, al momento del pago, a veces 10, a veces 20 discos. Tambien algunos para regalo.


la tienda de discos, como la conocí, en primer plano los muebles de fórmica blanca y las mesas con los remates
 
Con los años J&R fue diversificando su oferta, dejó de ponerse el nombre "music store" para sustituirlo por el de "music and computer world", y comenzó a ocupar los locales de casi todos los negocios con los que compartía cuadra (hubo un momento en el que solo se le resistió una ferretería, que estaba allí hace 20 años y sigue allí, hasta donde se), generando un local aparte para las cámaras y equipos fotográficos, en el local de la esquina norte de la manzana, enfrente del Starbucks, y se construyó en la esquina sur un edificio de 4 plantas, donde vendian los productos Apple, los juegos de video y accesorios para computadoras. Tambien generaron un local específico para celulares y otro para electrodomésticos. El local donde inicialmente vendian las computadoras fue ocupado por impresoras y monitores, desplazando a las laptops para la planta baja del edificio nuevo, en la esquina sur.

vecinos de NY leyendo, el pasado mes de abril, el anuncio del cierre de la tienda en las puertas del local de park Row. Foto del NY Times, que reseño la noticia.
 
J&R era una presencia importante en la zona sur de Manhattan, no solo era una tienda, organizaba conciertos, eventos, firmas de discos. En algín momento se discutió llamar a Park Row como J&R Row.

Los catálogos de ofertas con la carátula de colores y las hojas impresas en letra minúscula, en blanco u negro, eran objetos preciados en mi casa. las cosas que queriamos tener -discos, videos, computadoras mac, accesorios- siempre eran más que las que podiamos pagar o meter en una maleta. Eran siempre una promesa para el próximo viaje. Debe haber alguno todavía, entre tanto papel, entre tanta caja, en la casa de Caracas.

Allí compré en cada uno de mis viajes a NY cds, accesorios, cámaras, ipods, juegos de video, discos duros, mi primer pen drive, un videobeam, cuchillos, una aspiradora (lo primero que compramos allí, Patricia y yo, en enero de 1995), pero sobre todo, en cada viaje reservaba al menos medio día para recorrer la sección de discos. Al menos la mitad de mis poco más de 1200 cds, que reposan en la casa de Caracas, salieron de J&R y sus muebles blancos de fórmica...
 
Hace un año me encontré por sorpresa, a primera hora de la mañana, al pretender ingresar al local en el cual habían concentrado en los últimos años todas las variedades de discos y videos, con un aviso que anunciaba que a partir de ese día los discos estarían en el edificio de la esquina sur. Presencié en esa primera hora de la mañana como los empleados sacaban los cds de las cajas y los acomodaban en algunos muebles blancos de fórmica que habian traido desde el otro local. Pero el espacio era mucho más pequeño que el anterior, el ambiente esa mañana era el de un velorio, no la fiesta a la que estaba acostumbrado cuando me sumergía en la música a todo volumen de la tienda original.

edificio en la esquina sur, en el cual vendían equipos Apple, laptops de otras marcas, juegos de video y equipos electrónicos, como discos duros externos, pendrives, proyectores, entre otros. Aquí, en la tercera planta, trasladaron la tienda de discos en 2013.
 
Ahora ya se ha ido, arrastrada por los cambios en los patrones de consumo, ahora más ligados al internet. No pudo esta vez con los cambios culturales, aquel negocio que sobrevivió a la crisis económica de los 70s, que logró sobrevivir a la caída de las torres gemelas y el subsiguiente deterioro del sur de Manhattan (que se llevó, por ejemplo, a la sucursal de Strand, esa fantástica librería que quedaba a pocas cuadras de J&R).

Se ha ido, como se fue hace unos años la Mega tienda Virgin de Times Square, la más espectacular puesta en escena de una tienda de discos que vi en mi vida; como se fueron todas las Tower Records, incluyendo el local más grande, el que estaba en Broadway, frente a Macys, y que ahora es una tienda de Victoria Secret, como se fueron las Circuit city, como se fueron tantas otras, incluyendo la Galería del Rock, donde compraba los discos en el Centro Plaza, en Caracas. Como se fue tambien, hace poco, Pearl Paint, una institución en Canal Street, una de las tiendas legendarias en materiales de dibujo y escritura en el sur de Manhattan, con ese local ruinoso pero con tanto encanto, donde se amontonaban las pinturas con los creyones, los cartones con los caballetes. Ahora solo nos queda Academic Records, la tienda de discos usados en la calle 18, que sigue ofreciendo discos a precios de descuento y dinosaurios de plástico, por ahora.

Cuando vuelva a Nueva York, que volveré más temprano que tarde, iré sin duda a pararme en frente del viejo local, ahora cerrado, en Park Row, a dar el pésame a un viejo amigo. Voy a extrañar, sin duda, el medio día que siempre reservaba en mis viajes para desconectarme del mundo mirando discos y soñando con poder llevarme muchos de ellos a casa.