domingo, 27 de marzo de 2016

Limastone

1.
Jorge ha oído hablar de los Stones. Sabe que son famosos, "como Los Beatles", pero no conoce su música. Alguna vez ha escuchado alguna canción por la radio, pero a el le gusta más la bachata y la salsa. Mientras nos lleva en su taxi Hyundai blanco con asientos forrados de plástico negro desde el Centro Comercial Jockey Plaza hasta el óvalo Huarochirí, la redoma en la que termina la Avenida Javier Prado, el último punto al cual se puede llegar en carro antes de cruzar el primer anillo de seguridad del concierto, va preguntándonos detalles del evento de la noche. Son poco más de las 5 de la tarde en Lima y a pocas cuadras de nuestro destino, mientras el taxi corta camino por calles locales rodeadas de casas para evitar la congestión de la vía principal, cruzamos por la calle Caracas, justo al lado de una cancha de futbolito donde dos equipos vecinales rematan el primer fin de semana de marzo. ¿Sabe a que hora salen del concierto? Va a venir mucha gente ¿verdad?¿Ustedes vinieron desde Colombia solo para ver el concierto? No, vivimos aquí hace dos años y somos de Venezuela. Uy, por allá está bien jodida la cosa ¿no? Maduro está al caer, la gente no lo quiere. Déjeme que me estacione bien, los dejó aquí en este costado, allá al frente están entrando. Bájense con cuidado. Mucha suerte, que disfruten su concierto.



2.
Margarita vende polos con imágenes serigrafiadas de los Stones que ha estampado ella misma en su casa de Los Olivos. Tiene 2 modelos para ofrecer. Bajó las imágenes de internet - la boca de Mick, la bandera inglesa- y las personalizó, poniéndole la fecha del concierto y el nombre de la ciudad, para que quienes las vean las asuman como un recuerdo del evento. Las ofrece a viva voz, caminando entre la gente, a 10 soles cada una, aunque cuando salió de su casa pensaba en venderlas hasta en 15 o 20 soles, pero al llegar al óvalo Huarochirí a media tarde de domingo se dió cuenta que la competencia sería feroz: la policía no deja acercarse al estadio Monumental a los que no tienen entradas para el concierto (aunque sospechosamente algunos vendedores ofrecen a las puertas del estadio polos, llaveros y chapas alegóricas a los Stones sin que la policía les diga nada) y en los alrededores del óvalo, a unos 500 metros del estadio, a donde van llegando los asistentes al concierto desde muy temprano en taxis, autobuses y en sus propios autos, hay un tumulto de vendedores que ofrecen polos, sweateres, chaquetas, gorros, bandanas, pañoletas, banderas, llaveros, afiches, cojines, stickers, banderines, y cuanta cosa imaginable pueda producirse en un pequeño taller de Gamarra al margen de las leyes de derecho de propiedad y a la luz de la oportunidad. Carlos y Adriana ofrecen, sentados en el piso, polos con los diseños oficiales de la gira, en la espalda tienen el detalle de la fecha y lugar de cada concierto, desde el celebrado en Santiago a comienzos de febrero, hasta el que se celebrará en México, cerrando la gira latinoamericana, a finales del mes de marzo. 15 soles, el diseño de las franelas oficiales está hace semanas en internet, de allí lo han sacado.  Carlos estaba ocupado estos días imprimiendo polos para la campaña electoral, pero escuchó en la televisión cuando dijeron que más de 50.000 personas asistirían al estadio del Universitario para ver el concierto y pensó en una oportunidad para financiar la lista escolar de su pequeño hijo, que está acostado junto a los polos mientras cae la tarde en Lima, mientras los partidarios de un par de grupos políticos entregan propaganda a los que llegan al concierto, mientras una veintena de puestos de comida - pinchos de carne color naranja, choclo con queso, sopa humeante, canchitas crujientes, pollo a la parrilla acompañado de camote anaranjado y papas sancochadas, salchipapas con mas papa que salchicha - ocupa una de las calles laterales al óvalo, cerrada al tráfico por la policía. Se escuchan voces que ofrecen entradas, se escuchan voces de otros que ofrecen comprarlas, se cambian entradas de las zonas más baratas por otras de las zonas vip más el pago de una diferencia. Otros vendedores ofrecen agua, cervezas y chicha morada. Pareciera haber más vendedores que asistentes al concierto.



3.
Cruzar la primera barrera de policías y empleados de los organizadores del concierto es un trámite sencillo. Las colas son cortas y fluidas. Recortan el primer trozo de la entrada de cartón y animan a caminar sin quedarse atrás. Anuncios públicos invitan a usar protector solar. Caminando los primeros metros del tramo de la Avenida Javier Prado que separa el óvalo Huarochirí del estadio Monumental se ven al fondo los cerros ocres de Lima y la luz amarilla de la tarde cayendo sobre el paisaje lunar de la costa peruana. La masa avanza dispersa sobre la avenida, en grupos de a dos, de a tres, de a cinco, de a diez, de a quince. Hay mucho contemporáneo de los Stones. Hay también gente joven, gente que no había nacido cuando los Stones ya eran una banda con más de tres décadas de rodaje. Al costado de la vía ofrecen gaseosas y cervezas, los vecinos de las casas cercanas a la vía se asoman en las ventanas y en las puertas mientras ven pasar a los que llegan, Hay quien improvisa un negocio de sándwiches en el garaje de su vivienda. A medio camino hay una segunda cola, dicen que para los que tienen entradas para la tribuna norte, la más popular, la de las entradas más baratas (unos 90 dólares al cambio, más o menos, la mitad del salario mínimo peruano). Los de las zonas Vip y los laterales del estadio pueden seguir avanzando por un costado de la vía. En un minuto la fila es para entrar a la tribuna norte y al minuto siguiente explican que es para cambiar las entradas más baratas por unas mejores. Hay dudas, gente que entra y sale de la fila. Omar y Helena - esposos, limeños, en sus 40s largos, sin hijos, él, contador en una empresa de transportes del mercado de Santa Anita, ella, secretaria en una empresa de productos cosméticos, escuchan a los Stones desde que se conocieron en la secundaria, tienen algunos discos, se conocen las canciones más famosas, las de los 60s y comienzos de los 70s- se alegran al escuchar la opción de cambiar las entradas, ella insiste en averiguar bien cómo es lo del cambio, si hay que pagar algo, él  le dice no te muevas de aquí mientras da una vuelta para averiguar bien. Un empleado de la empresa organizadora del evento explica a los que estamos en la fila que los Stones guardan en cada concierto 2000 entradas de zonas intermedias, entradas que en Lima cuestan alrededor de 200 dólares cada una, para sus fanáticos que llegan temprano a las zonas más baratas, donde cuestan poco menos de la mitad. Las entradas de la zona norte no son numeradas, las de los laterales sí, no hay que correr por asegurar un puesto con buen ángulo. El cambio lo hacen empleados de lo organizadores sentados en la parte de atrás de una camioneta pickup, no toma más de 5 minutos hacer el trámite y seguir camino rumbo, ahora, a la tribuna de oriente. Omar y Helena también cambian sus entradas y salen sonrientes, dando gracias por haberse ganado el premio. Luis ha venido de Cañete y también cambia su entradas y la de su hijo. Nos hemos sacado la lotería, dicen. Por eso es que es bueno venir temprano, insisten. Caminan avisando a los demás que aprovechen esta oportunidad. Alguno cambia las entradas baratas por las más caras y sigue rumiando cierta incredulidad, pensando que alguien le ha jugado una trastada, cambiándole sus entradas oficiales por otras falsas, para una zona mejor, pero falsas. Al final no es un engaño, es verdad, son entradas reales, solo que las razones no tienen nada que ver con la generosidad de Mick y su grupo. Los organizadores han sobrevendido la tribuna de las entradas más baratas y deben reubicar a parte de la gente en otras zonas más caras, donde no han podido colocar todas las entradas. Está oscureciendo a la entrada del Monumental de Lima, comienza a sentirse una ligera brisa fresca, mientras debajo de las tribunas hay pollo en brasas, choripanes, canchitas, tamales, agua helada, cervezas e inkacolas. También hay polos oficiales, sospechosamente idénticos a los que venden en el óvalo Huarochirí, pero a 5 veces su precio. La fila para los sanitarios es más larga que la que hay para entrar al concierto.



4.
Faltan dos horas para el inicio del concierto. Está oscureciendo en Lima. La prensa ha anunciado que los Stones son puntuales y han ofrecido comenzar a tocar a las 9 de la noche. A esta hora aún hay muchos huecos en las tribunas, la de occidente está casi vacía y abajo, en la cancha, las manchas de gente no ocupan más de la mitad del espacio. Enrique vino solo. Tiene unos 40 años, nunca se ha casado, vive en un cuarto alquilado en el centro de Lima. Trabaja en el Hard Rock Café del Centro Comercial Jockey Plaza haciendo de todo un poco. Le gusta mucho la música. Dice que trata de ir a todos los conciertos a los que le alcanza con su sueldo. Vió a Metálica y a Rafael. Vió a Merillion y a Olga Tañón. Me dice que trajo sus binoculares para ver más de cerca el concierto, me los ofrece: son color naranja, de plástico, a medio camino entre los que regalan en las fiestas infantiles y algún producto de baja gama de décadas atrás. Solo funciona por uno de los ojos, el otro no enfoca. Que bueno que cambiaron las entradas, dice Enrique, quien no se cree aún su suerte. Desde aquí los veremos bien cerca, nunca me habían regalado unas entradas tan buenas, me dice, mientras se pone encima de su camisa de cuadros y de un sweater de color gris, gastado, un polo de los Stones que compró en el óvalo Huarochirí al final de la tarde. Es de los de 15 soles. Este me queda de recuerdo, me dice, tenemos muchos años esperando que vinieran a Perú. Aquí antes no venía nadie. Ahora están viniendo todos, ya tengo mis entradas para ver a Coldplay el mes que viene. Me dice que tiene un gato y un grabador de casettes. También tiene discos de vinilo, pero solo para coleccionarlos, porque no tiene dónde escucharlos. ¿Ustedes no son de aquí, verdad? pregunta Enrique, mientras nos mira a Patricia y a mi a través de unos lentes gruesos con una montura que podría ser tan vieja como los Stones. ¿Ustedes son de Colombia, verdad? nos pregunta, mientras nos dice que se perdió el concierto de Juanes en Lima. Le aclaramos que somos de Venezuela y me recuerda que fue a ver a Olga Tañón. Ella es puertoriqueña, le digo, y el pone cara de incredulidad. Pensé que era venezolana, me dice y yo le contesto que ella también lo cree a veces. Son las 7 y 15 cuando entran a escena los teloneros, Frágil, una banda peruana formada en los 70s, que comenzó haciendo covers de Genesis y Yes. Enrique me cuenta la historia de los teloneros, me dice que son unas leyendas locales. Me ofrece el bi-monóculo de plástico naranja para que los vea. Se ven mayores que los Stones. Cuesta entender las letras de las canciones, el sonido no ayuda. Todo el estadio corea cuando cantan una que se llama "Avenida Larco". Esa avenida está cerca de mi casa, aunque a mi, que poco se de Frágil y de la historia del rock peruano, la Avenida Larco me suena más a la churrería Manolos o a la agencia del BBVA donde tengo mi cuenta de banco. Luego de 7 canciones y la aparición en escena del antiguo cantante de la banda, retirado de la misma hace unos años, los asistentes los despiden con muchos aplausos y habiendo coreado enteras las dos últimas canciones.



5.
Quince minuto antes de las 9 el estadio Monumental está casi lleno. La gente no ha parado de llegar después de la actuación de los teloneros. A las 9 diría que no cabe un alma, ni en la cancha ni en las tribunas. Los organizadores han abierto puertas entre algunas zonas y han desplazado personas de la abarrotada tribuna norte hacia la cancha y las esquinas al fondo de las tribunas laterales. La tribuna de occidente, vacía hace solo una hora, luce ahora repleta. En todo el lugar hay unas 50.000 personas, la mayoría con polos negros alusivos a los Stones. Hay miles de luces por todos lados, los celulares de los asistentes. Puntualmente, se encienden las imágenes en las pantallas laterales del escenario y entre fuegos artificiales aparecen los protagonistas en escena. Lucrecia Maita vino sola. Tiene 65, aunque aparenta tener más de 70. Llegó a Lima desde la sierra en los sesentas, cuando ella era una adolescente, a trabajar en una casa de familia, donde duró poco para dedicarse luego a la costura y, finalmente, luego de casarse, a las labores del hogar.  Vive con una hija y una hermana en Jesús María, pero ninguna quería venir. Ella no estaba dispuesta a perdérselo, así que hizo una colecta entre sus tres hijos para que entre todos le pagaran los 300 soles de la entrada. También se ganó el cambio a una ubicación mejor, cortesía de los Stones. Lucrecia ama a Mick Jagger, le ha parecido guapísimo desde que conoció sus discos en los 60s, al llegar a Lima. Bailábamos con sus discos en los 60s, me dice. Lucrecia mide un metro cincuenta y para poder ver hacia el escenario, con su polo negro de los Stones cubierto por una chaqueta amarilla impermeable, parecida a la que usan los empleados de la Municipalidad de Lima, tiene que subirse sobre el asiento de plástico. Patricia dice que se la quiere llevar para la casa. La gente grita y salta en la tribuna, sobre la tarima ya han entrado Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts y han comenzado el concierto con  "Start Me Up". Lucrecia se la conoce de memoria y nos señala con picardía hacia la tarima mientras baila y canta toda la canción. Patricia insiste en llevársela para la casa, aun cuando la energía le dure poco y a la segunda canción Lucrecia tenga que sentarse mientras se pasa la mano por las piernas. Aún así, tiene mejor aspecto que Keith Richard.



6.
Avanza la noche. "Hola mis causitas" grita el cantante británico en un español bastante aporreado. Mick Jagger se mueve por el escenario de tal manera que es difícil quitarle los ojos de encima. Uno no deja de pensar en la edad del tipo y en la forma como salta y baila. Ya son 73 años "y el kilometraje", acota un compañero de tribuna. Se cambia de ropa varias veces, camina por una larga pasarela en el medio del público agolpado en la cancha de la U. Tiene la voz entera, me dice Enrique, maravillado, quitándose los binoculares naranja de la cara. Detrás nuestro saltan y bailan. Al voltear a verlos me encuentro a una familia conformada por un tío y tres sobrinos, una chica y dos chicos. Los dos menores se saben todas las canciones y no dejan de dar las gracias a su tío por haberlos traído. Que increíble, no puede ser, dice ella, que debe estar cercana a los 20s. Entre canción y canción pasan los vendedores de cerveza y agua, de vez en cuando pasa alguien ofreciendo sanduches de chorizo, cigarros por unidad y chocolates triangula. Hay algunos errores de interpretación, pero, en general, estamos ante un espectáculo profesional, de músicos con mucho rodaje y recursos, un evento planificado en el que abundan los medio audiovisuales y donde cada pieza ha sido estudiada. La ropa, las luces, los bailes, la secuencia de temas...Hay olor a mariguana en el ambiente. Volví a sentirme como en los tiempos en los que iba con frecuencia al Poliedro de Caracas. Jagger explica que le gusta la comida peruana, Keith cuenta que trataron de venir varias veces y que finalmente se dió la oportunidad. Hay empatía con el público, a pesar de que mucha gente parece no conocer sino un puñado de canciones clásicas de los Stones. Angie es la más coreada. La frase en la cual Jagger dice que en Lima cantan mejor que en Santiago es la más celebrada por el público. Lucrecia ha tomado un segundo aire. Los Stones se dejan acompañar por un coro de jóvenes peruanos. Luego de un apoteosis de luces y efectos mientras cantaban "simpatía por el diablo", rematan la faena cantando una versión de 7 minutos de Satisfaction (I cant get no). Hay fuegos artificiales sobre la tarima y no hay más canciones en toda la noche. La gente pide otra, pero las voces se apagan rápidamente mientras los técnicos comienzan a desmontar equipos. La gente corre a los sanitarios. Los vendedores de cerveza y agua intentan rematar la mercancía que sobró, ya no hay humo en los fogones de los sanchipapas. Lucrecia está feliz, se le nota en la cara. Comenta con Patricia que ha disfrutado el concierto. Enrique dice que valió la pena la espera de tantos años. Los sobrinos vuelven a agradecerle al tío, ya pueden morirse en paz, dicen, mientras vamos desocupando nuestros asientos. Durante la próxima hora y media la Avenida Javier Prado estará llena de carros ocupados por personas con polos negros, con imágenes alusivas a los Stones. Cuando los pasajeros voltean a ver a los de los carros vecinos y descubren que vienen del mismo concierto, se hacen gestos, se tocan la corneta uno a otros. El efecto se diluye en los alrededores de la vía expresa. Arriba en mi calle, en Miraflores, no hay nadie en las aceras. Apenas si hay carros en la calle. Se acabó la fiesta, como diría Serrat. A pocas cuadras el Pacífico sigue golpeando contra las piedras de la Costa Verde. Las otras piedras van camino a Colombia.