Mis tres hijos ya han abierto sus regalos de este año, una muñeca, un caja de auto mercado, con su carrito repleto de productos simulados (casi un chiste cruel considerando el estado de los supermercados venezolanos o podrían interpretarse como un juguete de ciencia ficción, como cuando me regalaban una nave espacial varias décadas atrás), un juego de video de Pokemón, libros y un vale para que Lucía, la mayor, escoja ropa a su gusto.
En la sala de la casa de Colinas de Bello Monte, a la que hemos llegado recién el día anterior de la navidad, han quedado las cajas regadas y los trozos de papel de regalo junto a un pequeño nacimiento italiano, de porcelana, que trajimos de París hace unos años. Este año, por primera vez que yo recuerde, no hay pino de ningún tipo o tamaño en casa, tampoco corona en la puerta. Pero no se nota mucho el desorden, ya que nuestra sala está repleta de cuadros, cajas y muebles, sumando a las cosas que normalmente la llenan las otras cosas que nos trajimos de la oficina cuando no mudamos a Lima hace un año.
Todos en casa se han ido a visitar amigos y familiares y yo me he quedado entre las cajas y las cosas, en el único extremo vacío de la mesa de comedor, tratando de terminar un informe que tengo que entregar en otro país, correo mediante, antes de que el año cierre sus puertas. Suena de vez en cuando el teléfono, preguntándonos por nuestro viaje, por cuántos días nos quedamos, por cómo vemos la cosa, por cuándo podemos vernos para conversar. Ganas de trabajar en estas fechas hay pocas, debo decirlo, y una ciudad en silencio, con nubes y brisa de lluvia, poco ayuda a la concentración. El internet que viene y va y se mueve muy lentamente y una computadora prestada a la que no le funciona bien el teclado tampoco colaboran (la mía anunció su muerte a través de un técnico el viernes pasado, en Lima, negándose a volver a su tierra de adopción y me prestaron la que usó una ex-empleada de mi oficina de Lima hasta hace un año). Se respira tristeza en el aire. Así hemos encontrado a Caracas, triste, y hoy ni siquiera se ve el Ávila ni el cielo azul, los principales atributos que le quedan a la ciudad de la eterna primavera, esa luz que nos acompañó hace pocos días mientras veníamos desde el aeropuerto.
Viendo las cajas regadas por mis hijos me ha dado por recordar lo que me dieron mis padres en las navidades de mi infancia. No tengo el registro de cada año, mi padres nunca fueron muy dados a la fotografía, no hay muchas imágenes de nuestra navidades. Algunas fueron en Caracas, otras fueron en Margarita, pero siempre hubo un regalo al pie de la cama o la hamaca, según fuese navidades en la casa de Caracas o en la de la playa. Pero no había cenas ni eventos importantes. Mis pdres siempre se han acostado temprano, incluso la noche en la que finaliza el año.
A veces llegaban cosas que yo había pedido, otras no. Varias veces me dieron ropa. Temprano, a sabiendas que no había ningún ser sobrenatural que se encargase de los regalos, comencé a escoger los regalos yo mismo, en los días previos a la navidad, pero eso tampoco era garantía de éxito. A veces me compraba yo mismo regalos que luego no eran lo que me había imaginado.
Recuerdo especialmente un año en el cual me compraron un álbum de estampillas forrado en cuero marrón claro y un sobre con 1000 estampillas de todo el mundo. Me lo compraron (yo fui con mi mamá, que le explicaba al encargado, español si mal no recuerdo, que yo a mis 11 años había pedido eso por navidades) en una tienda llamada Filven, Filatelia Venezuela, en la avenida Urdaneta, en el centro de Caracas. Luego volví a esa tienda varias veces, a buscar sobres con estampillas organizadas por países. Recuerdo que me sentaba en el escritorio de mi papá a organizarlas en el álbum y mientras lo hacía me imaginaba como eran los lugares de dónde procedían. Todavía conservo el álbum.
Recuerdo un año donde me compraron mi primer reloj de pulsera, un reloj Oris con la correa de cuero negro con agujeritos que al parecer no salió muy bueno. Era a cuerda y lo usé menos de un año. Mi madre aún lo guarda, espero que me lo de alguna vez. Lo compraron en una joyería que quedaba a una cuadra hacia el este de la esquina de La Torre, en el centro de Caracas. Como ese reloj no salió muy bueno (aunque lo recuerdo muy bonito), al año siguiente me regalaron uno más grande, automático, uno Seiko como de submarinismo, con la correa de plástico negro y el fondo de la pantalla color naranja. Ese Seiko me lo compraron en una joyería a la que íbamos todos los años cuando viajábamos a Margarita, a la playa. Era una joyería un poco extraña, pero así eran muchas tiendas de los primeros años del puerto libre de Margarita: quedaba en medio de la nada, al borde de la carretera, cerca del pueblo de San Juan Bautista. Detrás de la tienda estaba la casa del joyero, mis padres lo conocían de toda la vida. Mi madre también conserva ese reloj que usé varios años, hasta entrado en el bachillerato.
Mi Seiko era similar a este, pero con el fondo color naranja |
Un año me regalaron un avión que me compraron en una tienda de la avenida 4 de mayo. Bencamar se llamaba la tienda, me imagino que, como tantas cosas, ya no existe. Afuera, en la tapa de la caja, el avión, un Spitfire de la real fuerza aérea británica, venía pintado de camuflaje y andaba entre las nubes. A mis pocos años siempre me sentó mal que el que venía dentro de la caja no volara y solo hiciese un ruidito al rodar, empujado por la mano de su propietario, sobre el piso de cemento de la casa de mis vacaciones. No recuerdo hasta cuando lo tuve, no se si estará en algún closet de la casa de mis padres.
Otro año me trajeron unos trenes marca Lima, eléctricos, muy bonitos. Mi hermano también tuvo alguno y, en algún momento se quedó con todos, los suyos y los mío.Venían en cajas con varios vagones y tramos de pista, pero también vendían vagones individuales, transformadores y piezas de decoración. Siempre quise hacer una maqueta que pudiese meter debajo de la cama, o colgarla del techo, como vi en un revista de la época, pero nunca tuve la maqueta, aunque la dibujé muchas veces.
Trenes Lima |
Algún año, de finales de los 70s completaron el dinero que tenía guardado y me compré una consola Atari con 2 cartuchos de juegos. Alguna vez me regalaron libros. Y ropa. Ropa. Ropa. Alguna vez ya me dijeron que estaba muy grande para eso de los regalos, aunque mi madre nunca ha dejado de regalarme algo. Todos lo últimos años me ha regalado una pluma, que sabe las colecciono. Este año ha ido una Cross de color rojo.
Atari |
Llueve en Caracas. Apenas se escuchan carros pasar por la autopista que veo desde la ventana de mi apartamento. No parece navidad. Este año hay muy pocos fuegos artificiales, hay poca publicidad de navidad en las calles, pocos adornos. La gente va con la cara amarrada. hay violencia contenida, hay resignación. Las calles están sucias, las luces alumbran poco, la luz en las calles es amarilla y tenue. Esta mañana vi colas en una venta de electrodomésticos cercana a mi casa, allí venden a precios regulado por el gobierno, pero me explican que la mayor parte del tiempo no hay nada para vender.
Solo voy a estar dos semanas en Caracas, pronto voy a volver a Lima a ocuparme de un nuevo trabajo, pero antes de irme voy a buscar mis dos relojes, el Oris y el Seiko de submarinismo, en casa de mis padres. Verlos funcionar de nuevo sería un bonito regalo de navidad.