viernes, 31 de diciembre de 2010

felicidades

que los sueños se hagan realidad

Caracas, desde Colinas de Bello Monte

que el nuevo año traiga a todos salud, paz, felicidad y prosperidad

jueves, 30 de diciembre de 2010

Balance de fin de año

Parte 1: de las listas de fin de año

Siempre por estas fechas que se aproximan al fin de año, esté en Caracas con sus cielos azules de estos días decembrinos, su clima entre los veintipocos  y los diecitantos grados y una brisa fresca y su ritmo sosegado de ciudad mediocerrada o esté de viaje en otros lares más fríos, suelo hacer un balance del año y escribir unos papelitos, nunca más de media página tamaño carta, en donde suelo anotar mis aspiraciones materiales - desde cosas triviales, como sustituir los zapatos marrones de diario o comprar un par de camisas de vestir, hasta cambiar el auto o terminar de reunir el enganche para una casa, así como una meta de ahorro- para el año por venir, con un estimado grueso de los costos asociados, como una suerte de meta a lograr durante el nuevo año.

Hago esto desde que estudiaba en la universidad, en los lejanos años 80s, y en los meses siguientes voy tachando aquellas cosas que se van logrando. Luego, por estas fechas, vuelvo a esos papeles, usualmente guardados en alguna gaveta de mi oficina o en el cuarto de Patricia y un servidor, para hacer un balance del año. De más está decir que no todos los años y sus papeles asociados son iguales: hay unos papeles que evidencian el logro de muchas cosas; hay otros que dejan varias cosas pendientes o solo parcialmente conseguidas, en cuyo caso no llego a tacharlos y me limito a colocarles una suerte de óvalo alrededor.

Debo reconocer que con los años las listas, usualmente divididas en cosas personales, cosas para la casa y cosas para la familia, se han hecho cada vez más cortas, evidenciando cierta satisfacción material, alterada a veces solo por la necesaria renovación, como por ejemplo, la de la aspiradora de la casa, que pasó a mejor vida y me obliga a colocar la compra de una nueva en mi lista de deseos de año nuevo. Tambien es usual la inclusión en cada lista de algún cacharro tecnológico no necesariamente necesario, que debo reconocer son un vicio personal no ausente de críticas en el hogar, y que en la lista del próximo año creo corresponderá a un Ipad, esa máquinita de Apple con la que ya he jugado varias veces y que no deja de atraerme, desde que la vi en la tienda Apple de NY.

En este año que termina el centro de la lista estaba en torno a pagar algunas deudas de corto plazo contraidas para completar la inicial del apartamento de Brooklyn, cosa que cumpli a cabalidad; sin embargo, tambien me propuse comenzar a amortizar la hipoteca, cosa que, la verdad, no me dieron la cuentas para comenzar a hacerlo, por lo que acabo de ponerlo de nuevo en la lista del 2011, esa que estoy escribiendo mientras se imprimen un montón de planillas que debo llevar al SENIAT, en esta mi décima visita en el último mes, haciendo trámites administrativos propios de quien trata de llevar una empresa en Venezuela.

Para el próximo año he comenzado la lista, esa que estoy haciendo, aqui, solo, en mi oficina, porque todos los demás están de vacaciones y yo también debería estarlo, en vez de andar leyendome no se que historias de Bangladesh y Ruanda, además de las consabidas planillas del SENIAT, apartando el dinero necesario para la impresión de "El Cuarto Oscuro de las Revelaciones", un libro de cuentos que escribí 25 años atras y por el que me dieron el premio de la Bienal José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia, que, además del dinero que financió la compra de mi primer auto, incluía la publicación, que nunca fue, en buena parte por mi desidia. Estos últimos meses he escuchado a tantas personas decir que la vida es corta y que es necesario tener todo en orden y establecer prioridades, que me he contagiado del espíritu de ese comentario. Quizas por eso no he comenzado la lista de este año con otra cosa que no sea apartar el dinero para pagar a la imprenta las copias de ese libro, aunque solo sea para regalárselo a los amigos, que son pocos, para ser sincero.

  

Parte 2: de las expectativas de año nuevo 

El 2010 termina con varias semanas de noticias y eventos que se suceden, en lo personal y en lo que al país se refiere. No alcanzan los días para procesar lo que ocurre a nuestro alrededor, con conflictos que no llegan a madurar cuando se superponen otros, tan o más importantes. Con ese panorama, el que se ve el la televisión, en los diarios y en la calle, es difícil ser optimista en un país como este, incluso para aquellos que siguen pensando - que no es mi caso-  que las cosas no pueden ir a peor.

Es raro que pase una semana y no se encuentre uno con alguien que le comente que está preparando su viaje, sin retorno, hacia otros lares porque "no quiere esto para sus hijos". O que te cuente que la empresa donde trabajaba ha cerrado sus puertas o que se ha mudado o vendido el carro, porque ya no podía con las cuentas.  Y uno, que no está en esos trances, no deja de preocuparse, viendo tantas barbas arder.

En la comida de navidad de las clases de Kárate de Diego, alguien me comentó que en el 2011 se iba del país, que no aguantaba más, que esto se iba a poner peor y que se iba ahora que podía y no luego, cuando ya no pudiese hacerlo. Lo dijo con un acento que denotaba que llegó a Venezuela hace años, cuando era un niño, desde el norte de Europa. Patricia y yo lo comentamos en la noche, con la luz del cuarto apagada, para no despertar a Teresa, y, como tantas otras veces, no llegamos a ninguna parte. 

Mi trabajo trata de ver hacia el futuro, y aunque hace ya décadas que dije que este país es un edificio con las bases mal hechas, sigo debatiéndome entre la comodidad de lo alcanzado y la cercanía de la familia respecto de lo que esa visión del futuro suele decirme casi a diario.

Hay días en los que provoca salir al aeropuerto con lo puesto e irse para no volver más. Hay días en los que uno se dice que en ninguna otra parte tendrá de nuevo las cosas que ha reunido aqui. No es un tema fácil.

Las expectativas para el año nuevo no son positivas, porque el gobierno avanza en una forma de autoritarismo a la venezolana; porque la vida cotidiana sigue descomponiéndose bajo el desarrollo de la "anarquía del siglo XXI" y porque la relativamente buena situación personal y familiar comienza a hacerse sospechosa en medio de tanto desastre.

Varias personas me han dicho que están a la espera de lo que pasará en el 2012, en las próximas elecciones. Otros no tienen los ahorros, o las ganas o la energía para comenzar de nuevo. Tambien hay quien se han ido y ha vuelto. Hay quienes ven oportunidades en las crisis. Hay quienes las han pasado peores. No es un tema fácil.

Mientras tanto, sigo haciendo cartas de recomendación para exalumnos que se van a Canada o a Australia o a Colombia. De alguna manera, nos estamos quedando solos.

Por ahora, Patricia y yo seguiremos preguntándonos, con las luces del cuarto apagadas, ¿ y qué vamos a hacer nosotros? Me gustaría tener una respuesta, que, por ahora, no tengo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Fotos de Mexico


Bellas Artes

Museo de la  cultura popular

zocalo

Zócalo

Chapultepec


Mexico DF 2010













martes, 21 de diciembre de 2010

Velásquez redescubierto

Los diarios de buena parte del mundo reproducen hoy la historia del redescubrimiento de un cuadro del pintor sevillano, nacido en 1599, entre los fondos del Museo Metropolitano de Nueva York. El cuadro en cuestión, una pintura de Felipe IV, fue atribuido durante mucho tiempo, décadas, siglos,  a Velásquez, lo que era corroborado por el recibo original -fechado en 1620- de la venta del cuadro, de puño y letra del pintor,  y también perteneciente al mencionado museo niuyorkino; pero la obra  había sufrido -en el sentido literal de esta palabra- tantas restauraciones e intervenciones de baja calidad, que hace unos 35 años y como parte de una investigación que también cuestionó la autoría de otras obras del museo, los expertos asumieron que no era sino una copia realizada por el taller del artista, ya que Diego no podía haber hecho pinceladas tan burdas como aquellas.



El uso de técnicas como los rayos x y una investigación que incluyó la revisión de algunas obras en el Museo de El Prado, en Madrid , así como un proceso de limpieza, durante más de un año, permitió a los especialistas del MET eliminar las intervenciones hechas a solicitud de sus propietarios previos y redescubrir la obra original, que ha sido restaurada en lo físico y en su atribución, convirtiéndose, nuevamente, luego de casi 40 años de abandono, en una de las atracciones del museo ubicado en Central Park.

Leyendo esta noticia desde la cama donde estoy recuperándome de mi corta pasantía por la clínica - cólico nefrítico mediante- y bajo los efectos del coctel de pastillas que me hacen tomar, lo cual se evidencia claramente en las mamarrachadas que escribo,  recuerdo que viví un largo amorío con el pintor de Las Meninas, cortesía de la Agencia Española de Cooperación Internacional. El día gris de enero de hace casi 20 años en que aterricé en Barajas para comenzar un postgrado en Planificación y Gestión Urbanística, junto con el cheque de mi primera quincena de beca, 37.500 pesetas de entonces, aquellas que se cambiaban a razón 2 por cada bolívar de la República de Venezuela y a razón de 9 por cada dólar estadounidense, recibí dos carnets, ambos con mi fotografía: uno que me aseguraba atención médica mientras durase mi curso y beca y otro, mucho más valioso para mi, porque lo del seguro no sonaba como algo muy necesario cuando uno tiene solo 23 años de andadura, que aseguraba que don Gonzalo Tovar Ordaz era becario de estudios de postgrado y tenía entre las prevendas inherentes a su condición el libre acceso, sin paga ni otra condición que no fuese el horario, a los museos regentados por el Estado español.

La verdad es que aquella condición expresada en un pequeño trozo de cartón plastificado fue de las cosas que más aprecié durante los meses siguientes: Mis puntos de contacto entre Alcalá de Henares, donde dormía y estudiaba, y Madrid, a donde iba cuantas veces podía escaparme de las clases, que no fueron pocas veces, o tenía algo de tiempo libre, eran la parada de autobuses de la Avenida de América y, la más de las veces, la estación de Atocha. En los alrededores de Atocha estaban el entonces nuevo museo Reina Sofía, aún sin el Guernica, que entonces estaba en el Casón del Buen Retiro, y El Prado, a solo 2 calles de mi tren de cercanías.



Con el paso de los días entre Madrid y Alcalá comenzó una rutina que consistía en que antes de irme a la estación de Atocha, entonces una obra nueva del Arquitecto Rafael Moneo, en busca del tren que me llevaba a casa, me pasaba a hacer una corta visita, siempre focalizada, por alguna de las salas de El Prado. Tambien había días en que llegando a Madrid pasaba a hacer mi visita de rigor por El Prado, y no pocos días me senté en alguna sala, a veces con mucho público, a veces casi desierta, y estuve largo rato, a veces horas, viendo aquellos cuadros que despertaban en mi verdadera fascinación, desde los tiempos que los veía en el libro de educación artística de Cándido Millán y ni imaginaba poder tenerlos tan cerca.

Uno siempre tiene sus preferencias, y yo tenía entonces, en 1991, especial predilección por Velasquez y la sala central de la segunda planta de El Prado, aquella reservada en esas fechas para obras del pintor de Sevilla. Habia un banco donde uno podía sentarse horas a ver al perro de Las Meninas, al punto de verle bostezar u oirle ladrar a los japoneses que se hacían fotos entre él y yo.



Aun tengo el carnet que me dieron en enero de 1991, pero, claro está, ya ha perdido sus superpoderes. Y el internet, con todo su poder planetario, aun no se acerca a la experiencia de mirar el reloj y decir ummm... tengo que correr mucho para tomar el tren de las y 15...mejor vamos a visitar a Velásquez y nos vamos luego a Alcalá...  

lunes, 13 de diciembre de 2010

Anacronismos

Hace unos días, en noviembre pasado,  fui hasta B&H a cumplir un encargo que me habían hecho desde Caracas: buscar unas cajas de placas 4x5, película Kodak de formato grande, que, como tantas otras cosas, no se está consiguiendo en la Venezuela del socialismo del siglo XXI.

B&H es una tienda bastante conocida, que se originó alrededor de la fotografía, pero que se ha ido expandiendo con ayuda de internet hasta convertirse en un hipermercado de la tecnología del alcance internacional, donde convergen quienes buscan asuntos relacionados con la fotografía, el video, el sonido, la computación, entre una largo etcétera. Es una tienda bastante grande, pero no es raro que esté abarrotada de gente y que en los alrededores, en la aceras próximas al negocio de toldos verdes que ocupa un edificio en esquina en la calle 34 de Manhattan, uno se tropiece con personas de distintas nacionalidades que están más pendientes de probar la cámara que acaban de comprar, o el lente, o la batería o el bolso, que de lo que ocurre a su alrededor. Nunca he visto las cuentas de la casa, pero siempre que uno va hasta este negocio sale con la idea cierta de su éxito. 



Ese día, B&H estaba más abarrotada que nunca, con largas filas para hacer pedidos en todos los departamentos, incluso algunos que uno no supone dignos de tanta actividad. Por ejemplo, uno no termina de entender, aunque tenga la fila enfrente, que exista tanta gente interesada en comprar un telescopio o un binocular como para que se forme un tumulto frente a los dos vendedores, creyentes de la fe judía a juzgar por su indumentaria, que tratan de dar respuesta a los interesados en tales temas. Los mismo, con diferentes dimensiones, claro está, ocurría en la sección de equipos usados, o en las de computadoras, o en los stands de las diferentes marcas de cámaras fotográficas. Sólo una sección de la tienda echaba en falta visitantes.

A la sección de película fotográfica le han asignado un espacio importante en la planta baja de la tienda, adyacente a la de los equipos de iluminación y a los de laboratorio de fotografía. En esa zona tambien queda lo que uno esperaría fuese un importante polo de atracción de visitantes: el único baño público de la tienda. En la sección de película hay varios mostradores y unos muebles, con subdivisiones, donde se acumulan cajas de distintos tamaños y colores. Enfrente hay muebles parecidos, donde hay cajas más grandes, contentivas de papel fotográfico. Nada más separarse, a la izquierda, de la senda que conduce al baño, se adentra uno en un espacio solitario, adonde apenas se sienten los ecos del ruido, suma de murmullos, que se acumula en todo el resto de los dos pisos de la tienda. Hay tres vendedores, según mi análisis instantáneo, que de inmediato brincan sobre su presa, a diferencia de las otras zonas, a donde hay que perseguir a los vendedores si uno quiere ser tomado en cuenta. "Podemos servirle en algo" dice uno, casi al unísono de otro que señala "need help?" , como si no terminara de creerse que tengo una razón para estar ahí, como si pensara que estoy perdido entre los recovecos de la tienda.



En B&H tampoco tenían la película que me habían encargado. Pídala por internet -me dijo uno de los vendedores con el brazo recostado del monitor que daba fe de los inventarios- que en cuanto la ubiquemos se la enviamos.  Puso cara de cierta frustración, de pena, de quien le han asignado la tarea del sepulturero, de músico del Titanic. Estaba claro que allí no tenía perspectiva alguna de ganar alguna comisión por ventas, de destacar entre los vendedores del negocio, de ser tomado en cuenta, como no fuese por su vocación de sacrificio. Esos tres vendedores eran una suerte de monumento al pasado del negocio, a los cimientos del éxito actual, solo que este ocurría fuera de allí, en el piso de arriba, adonde la gente se daba codazos para escuchar explicaciones sobre megapixels y tamaño de los sensores.

Caminando de vuelta al metro seguramente pudieron confundirme con los clientes que absortos en sus cámaras se desentienden de todo lo que ocurre a su alrededor. Solo que yo no llevaba ninguna bolsa verde con las letras B&H impresas en gran tamaño. Iba pensando en todos los rollos de película que habían pasado por mis manos. Iba pensando en los rollos Kodak y Agfa de 110 que compraba para la primera cámara Kodak Instamatic que tuve en mi vida, una que compré siendo un niño de pantalones cortos en una tienda de JuanGriego, en Margarita, con mis propios ahorros y que ahora está en alguna gaveta de la casa de mis padres en Los Chorros. Pensé tambien en los rollos de 35 mm que compraba para la Yashica TL Electro de mi padre, que el no usaba pero cuidaba con mucho celo, por lo que solo podía usarla para situaciones muy específicas y siempre con sentido de austeridad, nada de andar botando fotos, que el revelado es muy caro, siempre me decían en casa y lo internalicé de tal modo que ahora, aun usando cámaras digitales, tomo solo las fotos que de alguna manera ya he procesado y digerido. Pensé tambien en todos los rollos de Plus X Pan y Tri X Pan y de Ilford que acompañaron mi adolescencia, aquellos con los que tomaba fotos en el colegio durante el bachillerato.



Llegué al metro de Herald Square sintiéndome un dinosaurio, alguien que había crecido con una tecnología ahora en desuso, incomprendida por la gran mayoría de los mortales, sin importar que llevase colgado al hombro un bolso con una cámara y tres lentes de última tecnología. Porque la verdad es que yo tambien tenía casi una década sin usar rollos de fotografías - carretes, para mis lectores internacionales, que son casi tantos como los locales - hasta que hace unos meses, movido por el regalo de una Olympus Pen EES2, probé gastarme uno de TriXPan, o su equivalente, que sigue saliendo en una cajita beige y verde que recuerda a la de los viejos tiempos.

Esa noche en Brooklyn, mi cuñado Ricardo me mostró los negativos resultado de ese ejercicio, orientado más bien a probar la cámara en diferentes situaciones y a probar mis propias limitaciones. Me los mostraba en el sótano de su casa de Brooklyn porque en Caracas, como no te lo reveles tu mismo no hay forma de verlas; en Caracas hasta donde yo se ya no hay tiendas a donde llevar un carrete de película de blanco y negro para esperar, una vez develado el misterio, los resultados de aquel asunto.  Como los viejos tiempos ya pasaron, en este caso se necesitó de un scaner y algo de masaje informático para poder ver las fotos en la pantalla de la computadora y recordar los días en que me encerraba en el laboratorio de la biblioteca Enrique Bernardo Nuñez, a una cuadra de la casa de mis padres en Los Chorros, o en el laboratorio del Santiago de León, en el segundo piso del edificio donde entonces funcionaba la biblioteca de la Sra. Carreño y el cafetín del Sr. Conrado.

Las fotos que acompañan estas páginas son de ese carrete, el primer rollo que he usado en este siglo. Seguramente vendrán otros, porquer ahora soy dueño de una flamante Olympus Pen FT, la misma con la que saliera retratado W. Eugene Smith en los anuncios publicitarios de finales de los años 60s, aunque solo fuese un asunto de necesidad vital, de pagar las cuentas, porque por más que busco por internet, jamas he visto una foto de Eugene en el formato de medio cuadro que caracteriza a las Pen.