Norah Jones es una figura omnipresente en casa. Desde que hace casi una década compramos el que fue su primer disco como solista y al llegar a los alrededores del equipo de sonido de la sala de la que era nuestra casa entonces, en el Conjunto Residencial Bello Monte, rápidamente subió a los altares del hit parade familiar y sustituyó como banda sonora de la cotidianeidad -conjuntamente con la antologia de Madredeus y alguno de los primeros de Diane Krall que tiene la virtud de trasladarlo a uno, directo y sin pasar por go ni cobrar 200, al hall de los cosmeticos de macys de la calle 34- a un compilado de exitos de Nat King Cole y al doble en vivo de Presuntos Implicados, los que por entonces eran los discos que sonaban en automático, sin buscar en los archivos, solo enceder el aparato y marcar el botón play en el control remoto y seguir en la cocina o la lectura o la limpieza.
Concierto en Brooklyn, Junio 2010 |
La llegada de Norah fue alimentada previamente por toda la parafernalia que implica ser hija de Ravi Shankar y la historia que nos lleva a los años de Los Beatles y su vinculación con la India, así que adicionalmente a lo que suponía su voz y su música, llegó a nuestra casa con una aureola que la ponía en contacto con algunos de nuestros héroes pop y con tiempos musicales y culturales que no vivimos, pero por los que sentimos sincera fascinación.
A mi, amante de las cantantes de soul, de jazz, de blues y de algunas, solo algunas, de las del pop, me gustó su voz y su presencia. A Patricia, que poco le importaba que fuese hija de quien compartió tarima con George, mi beatle preferido, en el concierto para Bangladesh, le transmitió paz y seguridad, lo cual se convirtió con el paso del tiempo en un cliché y una broma compartida entre los que vivimos bajo el mismo techo: cada vez que las circunstancias apremian, cada vez que se percibe tensión en el ambiente, cada vez que hay alguien de la familia -propia o extendida- metido en algún problema o sujeto a alguna presion familiar o laboral, sin falta, se escucha el primer disco solista de Geethali Norah Jones Shankar, que es como realmente se llama la muchacha, nacida en Nueva York y criada en Texas.
Al comienzo de los calores del año que corre hacia sus últimos días, el 9 de junio para ser más precisos, Norah cantó en el Prospect Park de Brooklyn, en Nueva York, como parte de un programa de actividades culturales veraniegas planificadas por autoridades locales. Eso no tiene mayor particularidad, porque todos los veranos en las ciudades que se precian de ser sitios atractivos para sus residentes y visitantes ocurren eventos como este y Norah vive en Brooklyn, bastante cerca del parque. Lo particular en este caso, al menos para quien escribe estas líneas, era que yo estaba allí.
Norah Jones en Prospect Park ,Junio 2010 |
Había llovido mucho en Nueva York y desde muy temprano ese día de junio, al punto que tuve que comprarme en Century 21, frente al hueco de las torres gemelas, un impermeable que no estaba en mis cuentas iniciales, como única forma de acercarme al metro en el sur de Manhattan aquella tarde. La tarde pintaba tan mal y la cantidad de agua en las calles era tal que mientras volvía a Brooklyn a bordo del tren de la línea R daba por perdida la oportunidad de ver a Norah en el parque aquella noche, tal y como lo anunciaban los periódicos desde la semana anterior. Pero los organizadores respondieron a las consultas telefónicas con aquella frase que dice que lo previsto se llevará a cabo con lluvia o con sol, asi que con un sandwich de atun en el bolsillo y bajo la protección de un paraguas negro nos fuimos hacia el parque.
Siguió lloviendo las dos horas siguientes a mi llegada al Prospect Park desde el vecino barrio de Park Slope, donde suelen transcurrir nuestras estancias en la capital del mundo, porque por ahi han vivido Ricardo y Vicky los ultimos 14 diciembres y por ahi estan domiciliados buena parte de nuestros ahorros. Incluso, con el paso de los minutos y de las canciones y con la llegada de la oscuridad, comenzo a llover aun mas fuerte. Pero ahi seguiamos todos, escuchando sunshine bajo aquella tormenta, sin que la contradiccion nos hiciese mella. Y yo que pensaba que los venezolanos eramos los unicos a quienes nos seducia la contradiccion.
Público de la parte de atrás. Allí estaba yo, de hecho estoy en esta foto que consegui en internet |
Patricia estaba en Caracas, pero no aguante la tentacion de ponerle -via celular- un par de sus canciones preferidas, ambas del primer disco de Norah, que se hizo acompanar aquella noche por varios musicos muy competentes y un buen juego de luces, que hacian juego con su vestido negro de lunares blancos.
Al terminar el concierto seguia lloviendo a mares. Me fui, empapado aun debajo del impermeable, en medio de la gente que rapidamente se disperso por las calles de Park Slope, viendo el reflejo de las luces en los charcos; viendo a la gente en el bar donde filmaron Cigar, la pelicula basada en una historia de Paul Auster, tambien vecino de Park Slope; viendo las calles desiertas un poco mas al oeste, hacia la casa de Ricardo. Hacia frio, tenia los zapatos y la gorra empapados, aun debajo del paraguas, pero puedo jurarles que mientras bajaba rumbo a la casa de mi cunado Ricardo - luego de haber pasado frente a la puerta de mi edificio- iba con una sonrisa digna del gato de alicia en el pais de las maravillas.
(posdata temporal: estoy en una maquina que no es mia y que se niega a poner acentos y a usar la unica letra castellana que nos queda. Ya la he reconfigurado varias veces y no me hace caso, debe saber que no soy su dueno. En cuanto me siente nuevamente en mi maquina, prometo corregir todos los desmanes cometidos -sin querer- en las lineas previas...)
Al terminar el concierto seguia lloviendo a mares. Me fui, empapado aun debajo del impermeable, en medio de la gente que rapidamente se disperso por las calles de Park Slope, viendo el reflejo de las luces en los charcos; viendo a la gente en el bar donde filmaron Cigar, la pelicula basada en una historia de Paul Auster, tambien vecino de Park Slope; viendo las calles desiertas un poco mas al oeste, hacia la casa de Ricardo. Hacia frio, tenia los zapatos y la gorra empapados, aun debajo del paraguas, pero puedo jurarles que mientras bajaba rumbo a la casa de mi cunado Ricardo - luego de haber pasado frente a la puerta de mi edificio- iba con una sonrisa digna del gato de alicia en el pais de las maravillas.
(posdata temporal: estoy en una maquina que no es mia y que se niega a poner acentos y a usar la unica letra castellana que nos queda. Ya la he reconfigurado varias veces y no me hace caso, debe saber que no soy su dueno. En cuanto me siente nuevamente en mi maquina, prometo corregir todos los desmanes cometidos -sin querer- en las lineas previas...)