Este es un tema que hace tiempo está sobre la mesa, de esos de los que se habla, pero creo que aún se habla en voz baja, muy baja, para todo el ruido que produce en el presente y las secuelas que traerá en el futuro.
No es un proceso nuevo, como escucho decir con frecuencia, porque si se ven con cuidado las cifras disponibles, es un proceso que se inició al menos en los años 80s, con los primeros regresos, a partir de la crisis económica asociada al viernes negro, de inmigrantes europeos y, muy especialmente, sus hijos, aunque sí es cierto que se ha acentuado en la última década. Y cuenta con todos los insumos que una sociedad -la nuestra- puede aportarle para consolidarse, hacerse mayor, en los años por venir.
Luego del desfile incesante de familiares, amigos y conocidos por los trámites de migración, cada vez va consolidándose en quienes repetimos los mismos gestos y palabras de despedida la sensación de estarnos quedando solos.
La semana pasada asistimos a la circunstancia de conocer la despedida hacia otras tierras de dos compañeros de trabajo.Hace poco más de 3 meses que vivimos el evento previo entre quienes trabajamos juntos. Y ahora nos preguntamos, ¿quién será el próximo?
La revista colombiana Semana publicó un artículo en su último número sobre el impacto que está teniendo la migración de profesionales e inversionistas venezolanos hacia ese país, a un ritmo de más de 800 permisos de residencia por mes, un número nada despreciable si se considera el perfil de los viajeros, y eso sin contar los muchos que van y vienen aprovechando estar a solo hora y media de vuelo desde Caracas, muchos que están comprando apartamentos o explorando negocios sin mover a la familia, sin asumir el desplazamiento del hogar. Lo mismo ocurre en sitios como Panamá, Costa Rica, República Dominicana, México y Perú, además de, claro está, de la Florida, ante las dificultades de los destinos europeos que acogieron no pocos venezolanos durante los últimos 20 años.
Las razones que suelen mencionarse hacen referencia al pasado reciente y al presente nacional, y casi todas coinciden en la inseguridad personal, la ausencia de oportunidades de desarrollo profesional, la inseguridad jurídica a las inversiones, las amenazas a la propiedad privada, el temor a los abusos de quienes gobiernan y el deterioro de los servicios públicos y de la vida cotidiana. Todas esas son razones ciertas y nos las han mencionado todos los que conocemos y se han ido. Pero la razón de fondo,la que hace factor común, es aún más grave. La desesperanza no es otra cosa que la convicción de que el futuro no será mejor,de que los problemas que nos molestan no se resolverán,sino que, por el contrario, que las condiciones serán peores. Es el desmoronamiento de aquel viejo dicho que rezaba que la esperanza es lo último que se pierde.
Y entre quienes no tienen planes concretos, suelo uno escuchar aquello de estar a la espera de qué ocurrirá en diciembre del 2012, fecha que puede suponer un hito para alargar las colas en Maiquetía, para incrementar las relaciones basadas en el skype, para seguir exportando la materia prima necesaria para revertir tanto deterioro.
Hola Gonzalo, visitando a mis amiblogs en fin de semana... Nos quedamos nostalgicos cuando se nos van los amigos y no tan amigos... los que se van mas tristes aun.
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