sábado, 25 de junio de 2011

¿sueñan los fotógrafos con ovejas eléctricas?

Como preámbulo a la presentación en Caracas -el próximo mes de julio- de su más reciente trabajo, con una exposición titulada "dilatación voluntaria del iris"; así como a la salida de un libro que recoge una parte de ese trabajo de los años recientes, Ricardo Armas, fotógrafo venezolano, Premio Nacional de Fotografía, residenciado desde finales del siglo pasado en Nueva York, nos ha hecho llegar algunas de esas imágenes.

Ver esas fotografías, que es ver lo que Ricardo mira cotidianamente a través de una Lumix de bolsillo que suele acompañarlo cada vez que sale de su casa en Brooklyn, no sorprende, porque esas imagenes son coherentes con su discurso personal, con las preocupaciones y los temas de conversación de quien mira el mundo desde una perspectiva personal, de quien comprende que lo global se construye a partir de la sumatoria de lo local, que la gran imagen colectiva se elabora a partir de la agregación de pequeñas imagenes que todos vamos acumulando en nuestra memoria, y él está en uno de los lugares del mundo donde eso es más evidente.



Nueva York ha sido etiquetada, no pocas veces, como la capital del mundo, y todas las vías de información que contribuyen a moldear lo que pensamos, sea una película de Woody Allen o de King Kong, sea un capítulo de Seinfield o de CSI NY, sea un libro de Paul Auster, sea un disco de Sinatra o de Simon & Garfunkel, sea un reportaje en el noticiero de CNN o una reseña  en el períodico de algún evento, suelen contribuir a la imagen grandilocuente de esta ciudad, tan parecida a la imagen que los norteamericanos tratan de proyectar de sí mismos, pero tan diferente del resto de las ciudades de los Estados Unidos.

El rey Kong vino desde una isla lejana a morir, luchando con aviones de guerra, agarrado a la antena del Empire Estate. Suena como una historia singular, como un hecho espectacular, pero en el contexto niuyorkino no lo es, porque cada día llegan a esta ciudad - y lo han hecho así durante décadas, durante siglos- miles de reyes y reinas de tierras lejanas, reyes y reinas de sus casas, reyes y reinas de sus familias, reyes y reinas de sus pequeñas, medianas o grandes historias empresariales, familiares o personales, que aportan a ese hervidero de energía su memoria personal, su grano de diversidad cultural, su necesidad de decir, de hacer, de mostrar, que es alavez un deseo de integrarse y de mostrar las diferencias personales, todo a la vez y sin una pizca de contradicción.



Incluso mucho antes de que fotografiar fuese un hecho cotidiano, corriente, antes de que todos llevásemos en el bolsillo un teléfono que sirve para hacer fotos, antes de que los niños hiciesen fotos con los relojes de pulsera o los video juegos portátiles, ya era Nueva York el objeto de deseo de muchas cámaras fotográficas. En pocos lugares del mundo se ve a tanta gente fotografíando algo, lo que sea, fotografiándose. Pero lo que retratan esos millones de imágenes que se toman en la ciudad no es el todo; el objeto de esas miles, millones de fotografías, son los detalles -una calle, un edificio, un arbol, un graffitti, un reflejo en una vitrina, un aviso publicitario, una papelera, alguien que se cruza en nuestro camino- que contribuyen a la construcción un discurso coral. Es un caos, pero al referirnos a él lo llamamos ciudad y le damos un sentido integrador a lo que vemos con la amalgama que produce el bagaje cultural de cada quien.

Las semanas previas a ver estas fotos de Ricardo Armas hemos estado hablando con él sobre Blade Runner, tambien sobre Rimbaud. Y ya que mencionamos alegorías surealistas, tambien hemos estado conversando con él sobre lo que ocurre en Venezuela. En los años previos tambien hemos hablado -en nuestras visitas a Nueva York, en sus visitas a Caracas, en las llamadas por teléfono- de Paul Auster, de Javier Marías, de Mike Jagger, de Joaquín Sabina. Podemos encontrar referencias  a cualquiera de ellos en Nueva York, y podemos encontar referencias de cada uno de ellos en las imagenes que muestra Ricardo.



Algunas de las vanguardias artísticas atribuyeron valores sombríos a la ciudad moderna; otras vieron belleza, poesía, música, incluso en el caos, la incomunicación, la violencia, el individualismo que prometían las grandes ciudades. Nueva York ha respondido durante mucho tiempo dando la razón a ambos puntos de vista, mostrando que la gran maquinaria se compone de muchas pequeñas piezas, que la gran energía que esa ciudad irradia -energía positiva que atrae, energía negativa que aleja-  se produce a partir de millones de pequeños chispazos que nos esperan a la vuelta de la esquina, al bajar las escaleras del metro, al entrar en una tienda, al volver a ver, con otra luz, ese mismo edificio que ha estado allí por décadas, al detenernos en algún pequeño detalle, alfijarnos en el transcurrir de un efímero momento. Y hay personas, como Ricardo, que tienen el talento y la habilidad para mostrárnoslo. 






  

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