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Brooklyn.
El apartamento era coqueto, luminoso y nuevo, pero pequeño. 45 metros
cuadrados, sin contar los 3 metros del largo y angosto balcón con vista al
patio trasero. 48 metros totales, 45 metros cuadrados bajo techo, que medidos
en pies cuadrados eran un número más grande, pero siguían siendo 45 metros cuadrados. Cerca tenía el parque y
enfrente una calle arbolada, ancha, tranquila y fotogénica, que a la vuelta de
la esquina tenía restaurantes, librerías, tiendas de antigüedades y una estación de metro.
Pero tenía 45 metros cuadrados, en los que se amontonaban 2 camas y un
sofá-cama matrimonial, un gavetero de Ikea,
un televisor y un mesón de granito negro con 4 taburetes de madera. Pero eran
solo 45 metros cuadrados, que palidecían ante los 150 metros del apartamento de
Caracas. Pasarían todo el día en la calle, se dijeron a coro la noche de la
mudanza, todavía con las maletas sin abrir. En esta ciudad hay tantas cosas
para hacer, para ver, que sería un pecado estar en casa encerrados, se
repitieron, mientras buscaban el mejor lugar para las maletas; pero a la vuelta
de dos semanas no podían estar dentro del apartamento sin tropezarse unos a
otros y coincidencialmente todos tenían ganas de ir al único baño a la misma
hora y en el mismo momento. No podían ni verse. Había que hacer algo pronto.
La
mañana siguiente, haciendo uso de un tercio de los ahorros que tenían en la
cuenta de Miami y un permiso en el trabajo, en el cual avisó de una súbita
fiebre infantil, contrató a un pequeño taller de la cuarta avenida la
instalación de espejos de piso a techo. A media mañana dos obreros llevaron las
láminas de vidrio y con pegamento y unas pequeñas piezas de metal las fijaron a
todas las paredes de la sala y el único cuarto.
Unas dos horas antes de que salieran los niños de la escuela el trabajo
estuvo terminado y se sentó en medio de la sala a contemplar la obra de su
ingenio. Como por arte de magia, el espacio se había multiplicado.
Llegada
la hora en que su mujer y los niños volvían al apartamento desde la escuela y la
oficina, los recibió con una sonrisa, para descubrir, penosamente, que los
habitantes de la casa también se habían multiplicado.
GTovar NY 2007
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