Cuando llegaba a mi casa desde el
colegio, a esa hora en que los cielos de Caracas se hacían amarillos, el azul
se suavizaba y las sombras se hacían largas, al final de una tarde cualquiera en
los años 70s, todavía con la sensación del olor a chocolate en polvo que se
escapaba de la fábrica del Toddy por la que pasaba cerca el autobús del señor
Amadeo, corría a sentarme frente al televisor Siera que ocupaba con su cuerpo de
madera, pantalla curva en blanco y negro, patas de acero y tope de mármol, parte del pasillo del segundo piso de
la Quinta Paraguachoa y me instalaba a ver durante al menos una hora las series
que pasaban entonces a esa hora: El Zorro, Meteoro, La Familia Monster,
Flipper, La Señorita Cometa, Ultramán y Perdidos en el Espacio.
Las aventuras de la familia
Robinson, perdidos entre planetas de cartulina, monstruos de goma espuma, trajes
de semicuero, naves impulsadas por bombillos y robots con brazos de acordeón,
tuvieron un capítulo memorable en el cual lograban regresar momentáneamente a
la tierra, pero en 1940 y no en 1997, fecha en la que supuestamente estaba
ambientada la serie. Desde que vi por primera vez ese capítulo hace más de 40
años, se me quedó grabada la imagen del Dr. Zacarías Smith mirando a las
personas hacer sus compras navideñas, en la nevada navidad de 1940, mientras
era obligado a despedirse para volver a la nave, para volver al año 1997, lejos
de su planeta.
El Dr. Smith viendo la tierra
desde una ventana, esa escena, esa imagen. El Dr. Smith, con toda su torpeza, queriendo
volver a su casa, viéndola sin poder tocarla, llorando sonoramente al despedirse.
Tengo un vecino en mi casa de Caracas
que publica en varias redes sociales, casi a diario, la vista, cada mañana, y a
veces también cada anochecer, del Ávila y el este del valle de Caracas desde
nuestro edificio.
Fotografía de mi vecino, Roberto Abdul, esta semana
Casi a diario, cada mañana y a
veces también cada anochecer, soy el Dr. Smith volviendo a la Júpiter II ,
luego de ver a través de una ventana digital los cielos azules y amarillos de
diciembre, luego de imaginarme la brisa fresca de estas fechas en Caracas, luego
de intentar recordar el murmullo lejano de los carros en la Autopista del Este,
luego de pensar que la máquina del
tiempo me devuelve al año 2007, cuando nos mudamos al Altolar.
Lo mismo me pasa con los que
publican en las redes sociales fotos recien tomadas en calles que me son conocidas en Nueva
York, en Madrid, o en París.
Salimos a buscar a Alfa Centaury,
cruzamos un mar de asteroides y meteoritos, y estamos, todos juntos, John, Maureen, Judy, Penny y Will, perdidos
en el espacio, viendo a casa a través de una ventana.
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