viernes, 21 de octubre de 2011

En 1988 me fui de casa por primera vez (para Valerie, que cumplió años esta semana)

Corría 1988, estábamos viendo las últimas materias necesarias para terminar la carrera de urbanismo en la Universidad Simón Bolívar, esas que entonces se agrupaban todas bajo la etiqueta de "talleres de urbanismo" y que para aquellas fechas (a diferencia de hoy en día, cuando el término taller se aplica a un número mayor de materias de la carrera, distribuidas a lo largo de varios años del pensum) eran un síntoma de culminación inminente de algo, de cambio de status, eramos los que estábamos en los talleres, el lugar donde se reunian las distintas cadenas temáticas de los estudios y los estudiantes poníamos (o hacíamos el intento) en práctica todo aquello de la visión sistémica con la que se ensalzaba y a la vez se justificaba ante su entorno de "instituto tecnológico" el estudio del urbanismo como carrera de pregrado en la Universidad Simón Bolívar.

Los trabajos  de los talleres de urbanismo eran trabajos en equipo: se hacían en equipo y se presentaban en equipo. Como todas las cosas en la vida, las circunstancias en las cuales nos ocurren las cosas suelen ser la sumatoría de lo que somos y lo que hacemos a lo largo de un período de tiempo. Tambien ocurren otras cosas a nuestro alrededor sobre las cuales no tenemos control, eso que llaman el azar, y que tambien mete su mano para que las cosas ocurran de una manera en particular y no de otra.

Por la suma de muchas circunstancias propias y tambien por otros temas más propios del azar, a diferencia de otras personas, un servidor no tenía un equipo preestablecido cuando llegué a los talleres de urbanismo y terminé en uno, junto a Valerie Pérez Leray  y Mabel Penaloza, dos estudiantes de urbanismo que habían entrado a la universidad antes que yo y, por esa razón, no habíamos visto ninguna materia juntos, previamente, a lo largo de la carrera. Es decir, no nos conocíamos de antes. Adicionalmente, por provenir de cohortes diferentes de la universidad, nuestros horarios y materias en cursos - aparte de los talleres- no solían coincidir. Todo un reto de convivencia, al que se le sumaban los diferentes intereses de cada quien y las distintas circunstancias personales de cada uno de nosotros. No voy a gastar tinta en los detalles, voy a simplifircarlo diciendo que yo era a mis 21, si mal no recuerdo el número, un "carajito de su casa", haciendo equipo de taller con ese par de mujeres hechas y derechas.

Dado que nuestros horarios no coincidían, la única opción de adelantar algo del trabajo de los talleres era por las noches y ahí apareció el primer problema. Cada uno de nosotros vivía distante del otro: Mabel vivía con su mamá en Manzanares, en el extremo sureste de la ciudad; Valerie vivía en casa de unos familiares en Los Pomelos, en la subida de El Cafetal a Los Naranjos, y yo vivía en la casa de mis padres en Los Chorros, al noreste de Caracas. Unir aquellos tres puntos en las noches no era una tarea fácil, aún cuando el tránsito y la inseguridad en la Caracas de veintitantos años atrás eran temas menores en relación a la situación actual. Valerie no tenía carro, Mabel tenía un Renault con más golpes y abolladuras que piezas sanas y yo tenía el viejo Volkswagen blanco modelo 66, quer a pesar de sus achaques mostró ser más confiable que el carro de Mabel. Si la reunión era en mi casa, Mabel pasaba buscando a Valerie y venían juntas a trabajar; si la reunión era casa de Valerie, Mabel y yo nos íbamos en nuestros carros; si la reunión era casa de Mabel, donde no solíamos reunirnos (creo q sólo fuimos 1 o 2 veces), yo buscaba a Valerie y luego la dejaba de vuelta en su casa.

Era aparatoso e incómodo. También era improductivo, porque entre contarse los chismes - las desaventuras de Mabel con su novio de entonces solían ser un tópico fijo- y comerse la torta que, por ejemplo, mi madre invitaba para que "esos pobre muchachos no estuviesen trabajando hasta tarde con el estómago vacío" se consumía buena parte del tiempo disponible y el trabajo no avanzaba. Pero lo que puso en evidencia la insostenibilidad del modelo fue la poca confiabilidad del carro de Mabel: una noche, tarde, cerca de la medianoche, se quedó accidentada luego de dejar a Valerie en su casa y eso disparó los mecanismos para montar un plan B.

Los padres de Mabel, en proceso de separación, tenían una casa en Santa Fe, desocupada en remodelación, esperando por una próxima venta. El plan B consistía en mudarse los tres - Valerie, Mabel y yo- allí mientras terminábamos los talleres de urbanismo. Y eso hicimos, porque sin importar los horarios de cada quien, a la hora de la cena estábamos todos trabajando en nuestras entregas y a la hora de decir basta, tengo ganas de dormir, no había que salir a repartir a nadie, recorriendo media Caracas, sino sólo había que cepillarse los dientes y tirarse en una cama del piso de arriba.

Mis padres pusieron cara de no entender mucho cuando se los expliqué, pero antes de que comentaran algo, ya yo estaba saliendo de la casa de Los Chorros con mi almohada y mi cobija. Esa fue la primera vez que me fui de la casa de mis padres, así, como dice la canción de Serrat, aunque en realidad, la banda sonora de esa casa de Santa Fé no venía de España sino de México: Mabel y Valerie escuchaban día tras día y noche tras noche a Emmanuel, el cantante mexicano tan en boga por aquellos días de finales de los años 80s.





Emmanuel desapareció luego de nuestras vidas hasta que en estos días, luego de muchos años sin venir a Caracas y sin verlo en la televisión ni escucharlo en la radio, estuvo de paso por estas tierras. Quizas por eso sus canciones reaparecieron en las emisoras locales y me tropecé con una de ellas mientras llevaba a mi hija a una fiesta, casualmente cerca de Santa Fe. 

- Papá, ¿qué oyes?, por favor... me dijo Lucía, poniendo un gesto de asco en la cara.

Y entonces le conté que a su mamá le encantaba como cantaba y bailaba ese mexicano 20 años atras y que, además, el tipo le había puesto música a mi último año en la universidad, aunque era completamente incompatible con mis discos de Genesis, Yes y Pink Floyd.

- !Que horrendo!, ustedes tenían problemas... - me dijo.

Y probablemente sea cierto.

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