miércoles, 25 de abril de 2012

Con lo que escribo

Sería tan bonito como pretencioso decir que comencé a escribir con plumas fuente porque tenía plena conciencia de la calidez y calidad de dicho objeto, por un interés personal en mostrar diferencias con los demás o simplemente por hacerme el interesante. Pero no sería cierto.

Fue solo cuestión de oportunidad. La verdad es que el niño que era comenzó a usar plumas fuentes en sus cuadernos del Santiago de León de Caracas porque tomaba las estilográficas que mi papá no usaba, que nunca usaría, que se quedaban relegadas al fondo de las gavetas del escritorio de fórmica gris y marrón, completamente vencidas, sin uso alguno, ante la practicidad de los bolígrafos y los rollerball. Papá usaba sus bolígrafos, como aquel Parker 75 de plata esterlina con el que rayaba y rayaba, y yo usaba sin que nadie se diera cuenta o sin que nadie le diera mayor importancia, la pluma del mismo juego, que no usaría nunca nadie en esa casa de Los Chorros por donde me buscaba el señor Amadeo en un autobús Ford amarillo chillón para llevarme cada mañana a la escuela.

Parker 75
Perdí esa pluma Parker 75 porque alguna vez la dejé olvidada en el pupitre del salón y ya no estaba allí a la vuelta del recreo. Tambien perdí, creo que en circuntancias parecidas o simplemente se me salió del bolsillo, una Sheaffer dorada, con baño de oro, según se leía en la tapa junto al clip para colgarsela en la camisa. Alguna otra tambien perdí por ahí. Pero en el camino, más o menos a la altura en la que la primaria se convierte en el bachillerato y el señor Amadeo fue sustituido por la camionetica por puesto, me enamoré de la plumas como instrumento de escritura, y ahora sí, como proyección de quien las empuñaba para garabatear apuntes en los cuadernos del colegio e historias en las hojas de reciclaje de mi casa. Cuando agarraba la Parker 21 (sin tener ni idea de qué modelo era) color azul con tapa dorada que había sido de papá en los tiempos en los que estudiaba en el pedagógico quería lanzar una señal a mi alrededor, probablemente una que hubiese podido fácilmente sustituirse por un "hola cómo estás", pero bueno, esas son ya otras historias.

Parker 21

Y junto a las pérdidas tambien gané alguna que otra producto de la suerte. Pero es difícil justificar tanta suerte. Debe haber alguna explicación más propia del concepto del destino cuando uno piensa que un servidor se ha encontrado - la primera en una acera de Caracas, la segunda en una acera de Madrid- sendas Montblanc Meisterstruck con plumín de oro y cuerpo de resina preciosa, que acompañaron bastantes años de mi escritura cotidiana. Debo decir tambien, para confirmar la tesis anterior, que alguna otra me he encontrado por ahí.

Tambien he sumado las que he comprado a lo largo de los años, desde las más humildes, como las viejas Esterbrook que buscaba en un negocio hoy desaparecido, que quedaba bajando de la Avenida Universidad, en Caracas, justo al lado de la sede principal del Banco Industrial, hasta la Boheme que ha sido mi medio de escritura cotidiana durante poco más de la última década y que compré con el pago de un trabajo que tomó algo más de tres meses de mi tiempo. Más recientemente, en mi cumpleaños me han regalado una Pilot Bamboo con la que estoy garabateando estas líneas, cargada con la misma tinta vinotinto Montblanc que compraba en el Corte Inglés de la Calle Princesa de Madrid dos décadas atrás.
Montblanc Boheme
Alguna vez, creo que en un pequeño negocio de Alcalá de Henares, en ese donde compré con los remanentes de mi beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional  durante mi estadía en esos lares -hace ya dos décadas- un par de Pelikan de émbolo, que alternaba en su uso con tintas azules, vinotinto y verdes, leía que la "estilográfica habla de la persona que la maneja". Yo me sentiría más que satisfecho si las plumas que suelo usar hablaran por mi, seguramente lo harían mejor que yo.


Pilot Bamboo / Namiki Bamboo

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