jueves, 12 de julio de 2012

El poder de las palabras

Eran los últimos días del año escolar 1993-1994, el último luego de más de una década en los salones del Santiago de León de Caracas. Específicamente, ese jueves 12 de Julio de 1984 era el penúltimo día, ya no de clases, sino de exámenes finales, los últimos exámenes finales antes de la universidad.

La salida del colegio no era un buen momento para hablar, contrariamente a lo que podría pensarse, porque afuera, a 20 metros de la entrada del colegio, bajo una mata de mamones que -doy fé, la he visto hace muy pocos días- aún hoy, 28 años después, existe, rodeada de una jardinera de piedras grises, esperaba siempre desde antes de la hora de salida, Alfredo Julio Armas Alfonzo, zapatos negros, pantalón gris de gabardina, chaqueta sport de color claro, y no quedaba espacio para quien cuenta estas letras pudiese intentar ninguna historia. Pero como el año escolar llegaba a su fin, como el tiempo se agotaba, pregunté, pregunté por escrito, para que nadie sino ella, a quien aún le quedaban por delante dos años de colegio, pudiese escucharme.

La vi irse junto a Alfredo Julio por la acera junto a las palmeras que hacían límites al edificio de "La Mobil", que era como los estudiantes del Santiago llamábamos al edificio verde que diseñó Don Hacht a la entrada de la urbanización La Floresta, y recibí por respuesta, al téléfono, justo despues del almuerzo de ese mismo día, una frase que aún recuerdo claramente, palabra por palabra: "lo que sientes tiene su reciprocidad".

Es increible que una frase como esa, que parecía más propia de un telegrama (aunque a un servidor le sonó entonces como un concierto de Vivaldi), nos hubiese traido hasta aqui, hasta hoy, 28 años despues.

Y es que despues de 3 hijos, Lucía, Diego y Teresa; un perro, Ella, una salchicha tan diva como la que canta y de su mismo color; un pez - Filiberto que estás en los cielos- , 120 bromelias y 20 orquideas, 3 apartamentos donde hemos vivido, más el de Brooklyn que mientras se paga espera como una promesa; un cuadro de Edgar Sánchez que pagamos por partes, uno de Soto que sobrevivió a las cuchillas niuyorquinas, una escultura de bronce y un cuadro que cambiamos por dos carros, dos de Cruz-Diez, dos de Petroszky y uno de Quintana Castillo, una mesa de comedor y seis sillas iguales a las que Gio Ponti tenía en su casa, dos seibós que vinieron de Dinamarca y dos sillas de Grete Jalk, despues del sofá que nos regaló mi mamá con el dinero de su jubilación, despues de 5 carros, despues de una lámpara de comedor que viajó desde Manhattan a pesar de los reclamos de la línea aérea, despues de las dos cocinas que compré en Ikea y armé en Caracas, despues de los 1100 discos y los libros, despues de 2 juegos de cuarto, 7 televisores, 9 computadoras, despues de una virgen de madera ecuatoriana, otra mexicana y tres niños policromados peruanos, despues de un cuarto lleno de juguetes antiguos, despues de 80 plumas fuente, dos vajillas y un juego de ollas, despues de un juego de 80 copas francesas que compré a un negocio en quiebra cerca de la avenida Urdaneta y cargué yo solo hasta el taxi como si el mundo fuese a acabarse si no teníamos copas para un vermú que nunca nos hemos tomado, despues de dos restaurantes japoneses en Brooklyn y uno de perrocalientes en el sur de Manhattan, despues de una cena en un hotel de San Sebastian un 31 en la noche, despues de un paseo en barco por el Sena, despues de un viaje de 10 horas para encontrar que en Ibi, Alicante, ya no fabrican más juguetes en la vieja fábrica de los Hermanos Payá, despues de un viaje entre Washington y Penn Station bajo la nieve de fin de año, despues de una silla roja de los esposos Eames, despues de 7 cámaras digitales, despues del cuadro de Starsky Brines que la la bienvenida a quien nos visita, despues del aviso de Abbey Road en la escalera, de la mesita de Saarinen junto a la silla de leer el periódico, del chinchorro de moriche en el balcón, despues de ver la exposición aniversario de Frida en Bellas Artes y la remodelación del último piso de Orsay, despues de sentarse a no decir nada en el museo Noguchi como antesala, y como contraste, a sentarse en Peter Luger como si el mundo no tiene mañana, despues de acostarse junto al mar de Pedro Gonzalez sin gente alrededor, despues de ver Brazil en el desierto Cine La Previsora una tarde de día de semana, despues de las albóndigas de Ikea en Elizabeth NJ, un atardecer echados en la grama del viejo San Juan y un desayuno en el Sanborn del DF, despues del cine a 4 bolívares en la vieja Cinemateca Nacional y las malteadas de Crema Paraiso  ¿habrá quien dude del poder infinito de esas 6 palabras?


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