El arquitecto, compañero de muchas reuniones con amigos y colegas de trabajo y aspiraciones de país, Enrique Larrañaga, me pregunta por Lima. La ciudad de los reyes, la de los cielos color panza de burro, la capital gastronómica de América y tantos otros sobrenombres. Lima, una ciudad que él no conoce y yo, la verdad, tampoco, aunque desde hace unos meses vivo en ella. Una ciudad a la que, por otra parte, los dos conocemos, parcialmente, en la medida en la que podemos recordar como era Caracas y los caraqueños hace 40 años.
Uno no suele vivir en una ciudad, ni aún habiendo nacido en ella. Uno vive en algunas de sus partes, en lo que conoce, en lo que transita, físicamente o en los recuerdos. Por eso, cada vez que en la tan limeña y pituca cafetería San Antonio, en la Avenida Vasco Nuñez de Balboa de Miraflores, muerdo un eclair de caramelo, siento que vivo en Caracas, pero no en "cualquier" Caracas, sino en la Caracas en la que a mis 5 años de edad me compraban mis padres ese mismo dulce, con ese particularmente idéntico sabor que no había vuelto a probar en ninguna otra parte desde hacía tantos años, en una pastelería que ya no existe salvo en mi memoria, en los primeros años 70s, regentada entonces por italianos, con muebles y vitrinas doradas, con fachada en marmol negro-verdoso y aviso de neón verde en el vidrio que daba hacia la calle, a escasa cuadra y media de la esquina de Las Ibarras, a la vuelta de la esquina de donde está el Templo Masónico de Caracas.
La Lima que estoy comenzando a conocer es mucho más grande que Caracas en extensión territorial y en número de personas. Y tiene otra historia, aunque tambien tiene procesos comunes con la capital de la República Bolivariana, procesos de los que, asumo, el petróleo nos llevó a los caraqueños por otros caminos. A juzgar por la ciudad construida y sus espacios, Lima fue una ciudad más importante que Caracas antes de que el Perú fuese una República y tambien en unos cuantos momentos republicanos, pero no en la segunda mitad del siglo pasado, en los tiempos que me tocó nacer y vivir en Caracas. En Caracas hubo más dinero en la segunda mitad del siglo XX y más ambición de modernidad o menos apego por las tradiciones.
El Centro
Lima tiene un centro histórico, El Cercado, que Caracas nunca tuvo. Caracas tuvo uno, pero diferente, un centro histórico más pequeño y modesto. Lima tiene un centro de ciudad que aún aglutina muchas funciones públicas y privadas y aún aglomera población y actividades. Un centro tan prodigioso (declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO) como descuidado, con una riqueza degradada (aunque me dicen ha pasado momentos peores y me consta, porque lo he visto en estos meses que llevo aqui, que se están haciendo algunas cosas puntuales por mejorarlo aunque hay mucho, mucho por hacer). Hay cierta cultura del fachadismo que disimula algunas de las tragedias del centro de Lima, pero es evidente que pudiera estar mucho mejor. En muchas calles bastaría con agua y jabón, en muchos edificios vendría bien solo quitar el polvo y poner pintura. Muchos otros edificios esperan ser salvados de la destrucción y dentro de muchos edificos hay que erradicar la miseria. Y mucho ayudaría una señalización y una iluminación decente, que no la hay. Y en general falta mucho dinero y voluntad para poner en valor este centro magnífico, mejorando el tejido social y la apropiación pública de sus espacios.
El centro de Lima tiene edificios fantásticos y espacios monumentales, pero muchos de ellos, no todos, venidos a menos. Un buen ejemplo es la Plaza San Martín (San Martín es aquí El Libertador, no Bolívar, que contradiciendo mis clases de primaria en el Santiago de León de Caracas, es considerado solo un actor secundario).
La Plaza san Martín es mi plaza preferida en el centro de Lima (mucho más que la Plaza de Armas, a escasas cuadras, el verdadero centro del poder, con el Palacio Presidencial, la Catedral, la Alcaldía y uno de los dos clubes más tradicionales de la ciudad, el de la Unión, con una arquitectura que me recuerda y mucho a la reurbanización de El Silencio por parte de Villanueva). Es imponente, como lo es la estatua ecuestre del escultor español Benlluire en su centro (que, vista desde lo lejos, podría ser de Bolívar con solo cambiarle el nombre, el escultor hizo una suerte de monumento genérico que podría atribuirse sin mayor dificultad a varios heroes de la independencia americana). La plaza tiene a un costado el Gran Hotel Bolívar, construido para el centenario de la Batalla de Ayacucho (y bautizado originalmente con el nombre de la batalla y no el de Bolívar), el que fuera hace muchos años el principal hotel de Lima y uno de los dos (el otro es el Maury, a unas tres-cuatro cuadras) que disputan ser la cuna del pisco sour, esa bebida local con la que se comienzan tantas comidas y conversaciones. Sigue siendo grande y hermoso un edificio que tras su evidente decadencia mezcla el art noveau con cierto potpurri estílistico al que tanto se acercó cierta arquitectura premoderna peruana. El Bolívar hoy es solo un hotel de 3 estrellas con puertas con apliques de bronce, con un McDonalds en la planta baja. En el otro extremo de la plaza se ubicaba uno de los mayores cines de Lima, el Metro, donde alguna vez se estrenó "Lo que el viento se llevó". Hoy pueden verse a través de una reja cerrada una alfombra roja sucia, los restos de la taquilla y las puertas de la sala con apliques de bronce, los restos de su pasantía como iglesia evangélica. Alrededor de la plaza, los edificios con portales crean una envolvente común, aunque fueron construidos en distintos momentos, entre los años 20s y los 40s del siglo pasado. Siempre hay gente en la Plaza San Martín, más en la propia plaza que en sus alrededores, donde están tambien el Club Nacional y el teatro Colón, que transmiten cierta sensación de soledad, cierta tristeza, cierta nostalgia por los tiempos en los que esta plaza era el centro de la bohemia limeña, nostalgia que hace juego con los cielos grises de Lima.
La Plaza san Martín es mi plaza preferida en el centro de Lima (mucho más que la Plaza de Armas, a escasas cuadras, el verdadero centro del poder, con el Palacio Presidencial, la Catedral, la Alcaldía y uno de los dos clubes más tradicionales de la ciudad, el de la Unión, con una arquitectura que me recuerda y mucho a la reurbanización de El Silencio por parte de Villanueva). Es imponente, como lo es la estatua ecuestre del escultor español Benlluire en su centro (que, vista desde lo lejos, podría ser de Bolívar con solo cambiarle el nombre, el escultor hizo una suerte de monumento genérico que podría atribuirse sin mayor dificultad a varios heroes de la independencia americana). La plaza tiene a un costado el Gran Hotel Bolívar, construido para el centenario de la Batalla de Ayacucho (y bautizado originalmente con el nombre de la batalla y no el de Bolívar), el que fuera hace muchos años el principal hotel de Lima y uno de los dos (el otro es el Maury, a unas tres-cuatro cuadras) que disputan ser la cuna del pisco sour, esa bebida local con la que se comienzan tantas comidas y conversaciones. Sigue siendo grande y hermoso un edificio que tras su evidente decadencia mezcla el art noveau con cierto potpurri estílistico al que tanto se acercó cierta arquitectura premoderna peruana. El Bolívar hoy es solo un hotel de 3 estrellas con puertas con apliques de bronce, con un McDonalds en la planta baja. En el otro extremo de la plaza se ubicaba uno de los mayores cines de Lima, el Metro, donde alguna vez se estrenó "Lo que el viento se llevó". Hoy pueden verse a través de una reja cerrada una alfombra roja sucia, los restos de la taquilla y las puertas de la sala con apliques de bronce, los restos de su pasantía como iglesia evangélica. Alrededor de la plaza, los edificios con portales crean una envolvente común, aunque fueron construidos en distintos momentos, entre los años 20s y los 40s del siglo pasado. Siempre hay gente en la Plaza San Martín, más en la propia plaza que en sus alrededores, donde están tambien el Club Nacional y el teatro Colón, que transmiten cierta sensación de soledad, cierta tristeza, cierta nostalgia por los tiempos en los que esta plaza era el centro de la bohemia limeña, nostalgia que hace juego con los cielos grises de Lima.
Plaza San Martín. Monumento de Benlluire. (Foto GTO) |
A pocas cuadras de la plaza San Martín se ubica el barrio chino, tan decrépito y caótico como interesante, tan marginal como intenso, tan chino y tan peruano a la vez, barrio chaufa. A un costado del barrio chino está el mercado central, un edificio moderno, de mediados del siglo pasado, algo desabrido y bastante descuidado, pero vivo. Trato de ir cada vez que puedo, desoyendo ciertos mensajes que desaconsejan la zona por razones de seguridad. Allí fui a comprar no hace muchos días una aguja para coser un pavo relleno, por allí fui a buscar una bandeja para meter el ave en el horno. Allí volveré pronto.
En el centro de Lima hay iglesias y conventos y edificios públicos magníficos, como la sede del Ministerio de Relaciones Exteriores. Tambien están las antiguas oficinas principales de los bancos y empresas de seguros, algunos de ellos reconvertidos en instalaciones culturales ante la mudanza de las sedes centrales al distrito financiero, a San Isidro, centros culturales de mayor o menor vida a los que suelo ir de vez en cuando a ver exposiciones, algunas excelentes, como una que vi hoy en la sede del banco de Comercio del Perú, sobre obras patrimoniales restauradas con el auspicio del banco. Tambien hay muchos edificios en ruinas y zonas degradadas, con edificios subdivididos y tugurizados, con una sensación de enorme pobreza en las calles, que contrasta con la monumentalidad y riqueza de otros espacios cercanos. Tambien hay elementos sueltos de arquitectura moderna, de mediados del siglo pasado, muchos de ellos descuidados más no severamente intervenidos, con potencial para recuperar su imagen y vistosidad original.
Tambien hay en el centro de Lima la manifestación de una costumbre local, la agrupación de los comercios según su especialidad. Asi se puede encontrar la calle de las imprentas, de los libros de segunda mano, de las zapaterias, de las ópticas o de la venta de medicinas naturistas. Una costubre que Caracas tambien tuvo y fue perdiendo.
Miraflores
Aqui es donde vivo, aqui es donde tengo más referencias, porque es en esta zona de Lima a donde siempre llegué a dormir todas las otras veces que vine por razones de trabajo, a partir del año 2005. Tambien me resulta familiar porque conserva mucho del sabor que tuvo en décadas pasadas, muchos de los elementos físicos y espirituales que uno puede leer en Los Cachorros (Vargas Llosa) o en los cuentos de Bryce Echenique que acompañaron mis años de secundaria y la universidad.
Miraflores era hasta hace pocas décadas una zona de casas con jardín de clase media alta y colegios de curas y de monjas, pero la última década de bonanza económica (que parece estar perdiendo fuelle, a juzgar por las cifras oficiales) se ha encargado de convertirla en una zona de edificios de clase media alta, comercios y restaurantes. Edificios de mejor o peor factura, muchos de ellos correctos en términos de arquitectura, aunque algo repetitivos. Miraflores tambien es una zona de calles arboladas y parques muy bien mantenidos, de paisajismos clásicos como los que uno veía en las viejas postales de Caracas, como los que se ven en un viejo libro que tengo en casa y que muestra los parques y plazas de la sultana del Avila en los mediados años 50s. Es Miraflores tambien una zona de cafes y restaurantes, de mucho turista y residente-por-razones-de-trabajo-no-se-hasta-cuando-me-quedo-que-si-la-cosa-mejora-en-España-me vuelvo-a-Madrid.
Miraflores es como fue Chacao y La Castellana y Altamira 40 años atrás, pero con edificios nuevos y ciclovías y turistas y Larcomar (una de las mejores inplantaciones para un centro comercial, casi invisible desde la calle, con vista al mar y 70% enterrado bajo una plaza que limita con unos acantilados). Y cuando me siento en el café Manolo, en la avenida Larco, a tiro de piedra del Parque Kennedy, me traslado de inmediato a las viejas cafeterias de Chacao a las que iba de niño o, más aún, al café Las Gradillas, al que tanto le gustaba ir a Patricia hasta finales del siglo pasado, a la vuelta de la esquina de la Plaza Bolívar de Caracas. Muchos restaurantes de Miraflores, no los nuevos, los que tratan de exprimir la moda de la comida peruana, sino los de siempre, los del menú en la puerta, me recuerdan tanto al restaurante Rex, al que solía ir en el centro de Caracas décadas atrás.
Larcomar |
Miraflores está junto al mar. Desde el borde del acantilado (en esta parte, Lima se ubica sobre una terraza, a unos 100 metros sobre la playa de piedras redondas y grises) se ven en el día el mar oscuro y uno que otro barquito que pasa. Tambien muchos surfistas y de vez en cuando parapentes que cruzan el cielo usualmente gris. En las noches no se le suele ver, salvo por el reflejo de la luz de la cruz del morro de Chorrillos sobre el mar, pero entonces, solo en las noches, se le escucha batirse sobre la orilla, revolver las piedras, golpear la costa verde, curioso nombre para un desierto.
Barranco
Vivo casi en el límite de Miraflores con este distrito que es bastante menos homogéneo que Miraflores. En Barranco hay zonas de edificios nuevos de apartamentos de lujo que ven al mar, hay zonas de casitas modestas y talleres mecánicos, hay zonas de bares y restaurantes de medio pelo, zonas de zonas, pero si alguna le caracteriza es una zona, cercana al mar, de viejas casonas del siglo XVIII y comienzos del XIX, una suerte de El Paraiso junto al mar (¿Macuto?). Muchas de esas viejas casonas están abandonadas, otras se han reconvertido en restaurantes, hoteles o tiendas. Tiene vida Barranco y muchas cosas para ver.
MATE |
En Barranco está el relativamente nuevo Museo de Arte Contemporaneo de Lima, un conjunto de edificios de una altura, bonito e interesante, que ojalá pueda crecer con el tiempo, tanto en lo físico como en su contenido. Ya he tenido la oportunidad de ver allí muy buenas exposiciones, como por ejemplo una de Vik Muñiz que visité un tiempo atrás, pero el museo adolece de una mayor colección propia. Para alguien, como es mi caso, que creció saliendo del colegio para ir a ver a Henry Moore o Robert Rauschemberg, siente que este museo está en deuda con el tamaño de Lima, una ciudad de 9 millones de habitantes. Tambien está en Barranco la sede del MATE, la casa-museo-galería del fotógrafo Mario Testino, uno de los más reputados fotógrafos de moda en el mundo y que a través de esta iniciativa pretende retribuir a su ciudad de origen algo de lo que ha generado su éxito. Realmente notable, con un estándar de calidad internacional en la intervención del edificio y en la museografía. A un lado del MATE está el museo Pedro de Osma, un palacete barranquino lleno de pinturas barrocas e imágenes de madera que, en conjunto con sus jardines, transmite una imagen de opulenta belleza.
En Barranco está el puentecito al cual cantaba Chabuca, en Barranco tambien están muchos de los bares a los que van los jóvenes los viernes y sábados por la noche. A Barranco tambien llegó la moda de la comida peruana y hay muchos restaurantes donde comer ceviches y causas, lomos saltados y tacu-tacus, suspiros limeños y picarones. Tambien hay tiendas de artesanías y galerías de arte, un rubro, este último, donde creo hay una oportunidad de crecer importante, donde hay por desarrollar una cultura de coleccionismo y de un mercado del arte con cierta sustancia, como lo tuvo y todavía parcialmente tiene Caracas.
San Isidro
Aqui es donde trabajo. San Isidro fue asiento de grandes casonas y urbanizaciones de clase media alta, a la par de su vecina Miraflores, pero incluso - es mi percepción- con más dinero, con mas tradición alrededor del campo de golf y su club. Ahora es el centro financiero de Lima, con grandes edificios nuevos de oficinas y hoteles, con centros comerciales y edificios de apartamentos para altos ejecutivos internacionales, con algunos de los colegios privados tradicionales de clase alta en Lima.
Es bonito San Isidro, con su olivar que las leyendas locales asocian a las siembras de los primeros españoles, con su campo de golf y su club de estilo californiano, con sus tiendas de lujo y sus restaurantes (aqui se ha mudado hace poco desde su anterior dirección en Miraflores el Astrid y Gastón, el más famoso restaurante peruano) pero no tiene a mi entender el espíritu de Miraflores. Provoca más caminar por Miraflores que por San Isidro, a pesar de los muchos parques de este último, de las calles arboladas, a pesar de de los buenos ejemplos de edificios de arquitectura moderna (Hay unas cuantas joyas del midcentury en las calles de San Isidro, muchos de ellos muy bien mantenidos).
Olivar de San Isidro |
Lima tambien tiene, aunque esa de momento no es mi Lima, una periferia de barrios, los conos, pueblos de invasión, lugares a los que han llegado los inmigrantes de la sierra, los que vinieron huyendo de la violencia o la pobreza. Me recuerdan en muchos casos a los barrios de Caracas, pero bastante menos densos. Su imagen me recuerda los barrios del interior de Venezuela, los de las colinas de Puerto La Cruz y Barcelona, por ejemplo, menos compactos que los de Caracas o, tal vez, a las fotos de los barrios de Caracas en los finales 50s o en los años 60s.
Lima tambien tiene un puerto, El Callao, que tiene formas familiares a una mezcla de Catia la Mar con La Guaira, un coctel de tradiciones y marginalidad que me es muy familiar, que me recuerda tanto a los fines de semana en que con mi papá bajaba al litoral central a visitar a sus primos.
A Lima no llegó nunca el petróleo, ni aun en los años más recientes de bonanza económica. Años en los que comenzaron a aparecer autopistas y estaciones de metro, centros comerciales (el mayor, el Jockey Plaza, al costado del Hipódromo, podría estar en Orlando o Miami sin cambiarle ni un ladrillo), teatros y hoteles de 5 estrellas. El dinero se reparte muy desigualmente, todavía tiene una tasa de motorización menor a la de Caracas y un transporte público que deja mucho que desear. El comportamiento señorial de los limenos se deshace en cuanto toman un volante, cruzar en carro una esquina suele ser un asunto que se regula según la ley de la selva. Ni hablar de los peatones.
Surco, Surquillo, Pueblo Libre, Magdalena del Mar, La Molina son algunas otras zonas de Lima a las que he ido alguna vez o suelo ir. La Molina tiene un no se que con las urbanizaciones de periferia venezolanas, esa mezcla de colegios, centros comerciales y casas. Por allí estudia Diego. Por allí no siento nada en particular, hay un vacío de espíritu. En el resto de Lima suelo encontrar referencias muy fuertes a lo que fueron zonas de Caracas como Los Rosales o Las Acacias, tantas avenidas como la Avenida Victoria, o tramos de la Andrés Bello o la Nueva Granada o la San Martín de muchos años atrás. En ese contexto, es inevitable sentir, caminando por Lima, un Deja Vu a la Caracas de mi primera niñez.
Sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, una de las casonas mejor conservadas en el centro de Lima. |