La primera barbería de Víctor, el barbero italiano de la Avenida El Rosario de Los Chorros, estaba bajando las escaleras que están al costado sur del quiosco de periódicos del señor Lorenzo. Eran un par de pequeños locales, pintados de color pistacho, que servían de remate a ese pequeño patio que estaba como un metro por debajo de la acera oeste de la avenida, y en el cual nunca faltaban las botellas vacías. En el local a la derecha estaba el zapatero, con una máquina grande llena de cepillos, correas y piezas para las que nunca entendí la utilidad y un permanente olor a pegamento; en el local de la izquierda estaba Víctor, al que muchos llamábamos Vito, tal como él llamaba a su pequeña barbería, consistente en una sola silla de barbero y un par de sillas para la espera, el periódico del día y unas revistas y un espejo en la pared. Agarradas con los ganchos que fijaban el espejo a la pared estaban un par de postales de dos lugares de Italia que nunca llegué a identificar.
Víctor era entonces joven y más flaco que como lo conocimos luego y cuando iba a cortarme el cabello, alguna vez acompañado de mi mamá, que daba instrucciones sobre cómo era el corte que debía hacerme y dejaba pagados los 5 bolívares del servicio antes de retirarse dándome indicaciones de regresar a la casa al terminar, lo escuchaba hablar con los otros visitantes de la barbería de los planes que tenía para montar una barbería más grande en un lugar más transitado.
Aquel local olía a colonia barata que viene en frascos grandes de plástico, esas de olores cítricos que asociamos a las barberías de antes y sonaba, además de las conversaciones propias del lugar, siempre sobre futbol, política y noticias parroquiales, a lo que sonaba en una radio o a lo que se veía en un televisor pequeño a blanco y negro conectado a una antena de bigotes con accesorios de papel aluminio. En ese televisor vio Víctor los partidos de la selección de Italia en el mundial del 82 que se jugó en España y en ese pequeño local de la Avenida El Rosario celebró Víctor la victoria de la Azzurra en el mundial de naranjito cortándole el cabello gratis a todo el que pasó por su local al día siguiente.
Los sueños de Víctor comenzaron a hacerse realidad y se mudó a una barbería más grande, con varias sillas de barbero, en un local de la Avenida Principal de Montecristo. Hasta allá, a una media hora caminando desde la casa seguimos yendo a cortarnos el cabello más o menos cada mes y medio y aprovechábamos para comernos una empanada con un jugo en una lunchería que quedaba allí cerca o un cachito de jamón en la panadería que está en la esquina donde también estaba, cruzando la calle, la cauchera Estense.
Mientras estuvo en la urbanización Montecristo en los 80s por no sé qué historia inmobiliaria que nunca llegue a entender, pero de la que hablaba Vito cada vez que íbamos a cortarnos el cabello y que involucraba siempre abogados y tribunales y contratos y órdenes de desalojo y la posibilidad de quedarse incluso con el local, lo que al principio parecía la realización de ciertos sueños de prosperidad se convirtió en un conflicto de varios años que al visitar la barbería generaba cierta sensación de inestabilidad, de conflicto permanente y con el tiempo se convirtió en un desgaste que a Víctor se le notaba en la cara..
Sin mayores explicaciones, pasados unos años, Víctor volvió con su barbería, de nuevo modesta de una sola silla, a la Avenida El Rosario, pero ahora una cuadra más abajo de su ubicación original y en la acera de enfrente, un local blanco con un arco en la puerta, justo en la esquina antes de los antiguos depósitos del CADA. En esa época me llamaba la atención que Víctor también vivía en parte de ese mismo local, apenas separado por una cortina del espacio donde nos seguía cortando el cabello hasta los 90s, ahora con más peso y una barba poco poblada. No se hablaba ahora de grandes proyectos, pero se seguía hablando de futbol y política y de los personajes de la calle, mientras uno escuchaba el chasquear de las tijeras que pasaban junto a las orejas.
Cuando en octubre de 1994 me casé con Patricia, Víctor me cortó el cabello para la fecha en que me mudé de la casa de mis padres. Volví a su barbería pocas veces más luego de esa fecha. Como nuevo vecino de La Carlota comencé a frecuentar un sábado cada mes la Barbería Roma, frente al antiguo Centro Comercial Los Dos Caminos, donde otros dos italianos, mayores a Vito, recortaban entonces mi cada vez más escaso cabello y me daban unos masajes de quinina que, aseguraban ellos, hacían que la cabeza se le oxigenara a uno, sea lo que fuese que eso quisiese decir.
Cada vez que volvía en los años siguientes de visita a la casa de mis padres veía a Vito en la puerta de su local o en la puerta de alguno de los locales vecinos, usualmente con una cerveza en la mano, pero con los mismos lentes de siempre y la misma barba de escaso cabello castaño. Ha envejecido con el sector y a veces da la sensación de que se ha empobrecido con él.
La última vez que me senté en su silla fue hace como 20 años. No había cambiado la silla donde me sentaba de niño y seguía viviendo tras la cortina. En la puerta del local estaban unas gaveras de cerveza. Ya no se guardaban muchas formas. Pero allí sigue, o seguía la última vez que pasé por allí hace dos años y lo saludé desde la acera, hablando de futbol y política.
Espero volver a sentarme en esa silla y a mirarme en ese espejo, aunque ahora hay poco que cortar en mi cabeza y estoy a varios miles de kilómetros de distancia. Ojalá pueda reconocerme a mí mismo al mirarme al espejo y decirle a Víctor, mientras me muestra la parte de atrás de mi cabeza con un espejo pequeño de mano, que todo está bien, que vamos a salir adelante, que vamos a volver a vernos pronto.
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