Parte 1: de las listas de fin de año
Siempre por estas fechas que se aproximan al fin de año, esté en Caracas con sus cielos azules de estos días decembrinos, su clima entre los veintipocos y los diecitantos grados y una brisa fresca y su ritmo sosegado de ciudad mediocerrada o esté de viaje en otros lares más fríos, suelo hacer un balance del año y escribir unos papelitos, nunca más de media página tamaño carta, en donde suelo anotar mis aspiraciones materiales - desde cosas triviales, como sustituir los zapatos marrones de diario o comprar un par de camisas de vestir, hasta cambiar el auto o terminar de reunir el enganche para una casa, así como una meta de ahorro- para el año por venir, con un estimado grueso de los costos asociados, como una suerte de meta a lograr durante el nuevo año.
Hago esto desde que estudiaba en la universidad, en los lejanos años 80s, y en los meses siguientes voy tachando aquellas cosas que se van logrando. Luego, por estas fechas, vuelvo a esos papeles, usualmente guardados en alguna gaveta de mi oficina o en el cuarto de Patricia y un servidor, para hacer un balance del año. De más está decir que no todos los años y sus papeles asociados son iguales: hay unos papeles que evidencian el logro de muchas cosas; hay otros que dejan varias cosas pendientes o solo parcialmente conseguidas, en cuyo caso no llego a tacharlos y me limito a colocarles una suerte de óvalo alrededor.
Debo reconocer que con los años las listas, usualmente divididas en cosas personales, cosas para la casa y cosas para la familia, se han hecho cada vez más cortas, evidenciando cierta satisfacción material, alterada a veces solo por la necesaria renovación, como por ejemplo, la de la aspiradora de la casa, que pasó a mejor vida y me obliga a colocar la compra de una nueva en mi lista de deseos de año nuevo. Tambien es usual la inclusión en cada lista de algún cacharro tecnológico no necesariamente necesario, que debo reconocer son un vicio personal no ausente de críticas en el hogar, y que en la lista del próximo año creo corresponderá a un Ipad, esa máquinita de Apple con la que ya he jugado varias veces y que no deja de atraerme, desde que la vi en la tienda Apple de NY.
En este año que termina el centro de la lista estaba en torno a pagar algunas deudas de corto plazo contraidas para completar la inicial del apartamento de Brooklyn, cosa que cumpli a cabalidad; sin embargo, tambien me propuse comenzar a amortizar la hipoteca, cosa que, la verdad, no me dieron la cuentas para comenzar a hacerlo, por lo que acabo de ponerlo de nuevo en la lista del 2011, esa que estoy escribiendo mientras se imprimen un montón de planillas que debo llevar al SENIAT, en esta mi décima visita en el último mes, haciendo trámites administrativos propios de quien trata de llevar una empresa en Venezuela.
Para el próximo año he comenzado la lista, esa que estoy haciendo, aqui, solo, en mi oficina, porque todos los demás están de vacaciones y yo también debería estarlo, en vez de andar leyendome no se que historias de Bangladesh y Ruanda, además de las consabidas planillas del SENIAT, apartando el dinero necesario para la impresión de "El Cuarto Oscuro de las Revelaciones", un libro de cuentos que escribí 25 años atras y por el que me dieron el premio de la Bienal José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia, que, además del dinero que financió la compra de mi primer auto, incluía la publicación, que nunca fue, en buena parte por mi desidia. Estos últimos meses he escuchado a tantas personas decir que la vida es corta y que es necesario tener todo en orden y establecer prioridades, que me he contagiado del espíritu de ese comentario. Quizas por eso no he comenzado la lista de este año con otra cosa que no sea apartar el dinero para pagar a la imprenta las copias de ese libro, aunque solo sea para regalárselo a los amigos, que son pocos, para ser sincero.
Parte 2: de las expectativas de año nuevo
El 2010 termina con varias semanas de noticias y eventos que se suceden, en lo personal y en lo que al país se refiere. No alcanzan los días para procesar lo que ocurre a nuestro alrededor, con conflictos que no llegan a madurar cuando se superponen otros, tan o más importantes. Con ese panorama, el que se ve el la televisión, en los diarios y en la calle, es difícil ser optimista en un país como este, incluso para aquellos que siguen pensando - que no es mi caso- que las cosas no pueden ir a peor.
Es raro que pase una semana y no se encuentre uno con alguien que le comente que está preparando su viaje, sin retorno, hacia otros lares porque "no quiere esto para sus hijos". O que te cuente que la empresa donde trabajaba ha cerrado sus puertas o que se ha mudado o vendido el carro, porque ya no podía con las cuentas. Y uno, que no está en esos trances, no deja de preocuparse, viendo tantas barbas arder.
En la comida de navidad de las clases de Kárate de Diego, alguien me comentó que en el 2011 se iba del país, que no aguantaba más, que esto se iba a poner peor y que se iba ahora que podía y no luego, cuando ya no pudiese hacerlo. Lo dijo con un acento que denotaba que llegó a Venezuela hace años, cuando era un niño, desde el norte de Europa. Patricia y yo lo comentamos en la noche, con la luz del cuarto apagada, para no despertar a Teresa, y, como tantas otras veces, no llegamos a ninguna parte.
Mi trabajo trata de ver hacia el futuro, y aunque hace ya décadas que dije que este país es un edificio con las bases mal hechas, sigo debatiéndome entre la comodidad de lo alcanzado y la cercanía de la familia respecto de lo que esa visión del futuro suele decirme casi a diario.
Hay días en los que provoca salir al aeropuerto con lo puesto e irse para no volver más. Hay días en los que uno se dice que en ninguna otra parte tendrá de nuevo las cosas que ha reunido aqui. No es un tema fácil.
Las expectativas para el año nuevo no son positivas, porque el gobierno avanza en una forma de autoritarismo a la venezolana; porque la vida cotidiana sigue descomponiéndose bajo el desarrollo de la "anarquía del siglo XXI" y porque la relativamente buena situación personal y familiar comienza a hacerse sospechosa en medio de tanto desastre.
Varias personas me han dicho que están a la espera de lo que pasará en el 2012, en las próximas elecciones. Otros no tienen los ahorros, o las ganas o la energía para comenzar de nuevo. Tambien hay quien se han ido y ha vuelto. Hay quienes ven oportunidades en las crisis. Hay quienes las han pasado peores. No es un tema fácil.
Mientras tanto, sigo haciendo cartas de recomendación para exalumnos que se van a Canada o a Australia o a Colombia. De alguna manera, nos estamos quedando solos.
Mientras tanto, sigo haciendo cartas de recomendación para exalumnos que se van a Canada o a Australia o a Colombia. De alguna manera, nos estamos quedando solos.
Por ahora, Patricia y yo seguiremos preguntándonos, con las luces del cuarto apagadas, ¿ y qué vamos a hacer nosotros? Me gustaría tener una respuesta, que, por ahora, no tengo.
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