jueves, 7 de octubre de 2010

Un Nobel para Los Cachorros

Esta mañana, muy temprano, a eso de las 6 y 20, cuando subí al auto para llevar a Diego y Lucía al colegio, siguiendo una rutina diaria encedí la radio mientras esperaba que el motor entrara en calor. Cesar Miguel Rondón, el locutor que conduce el programa que solemos oir cuando estamos en Caracas a esas horas, hacía la revisión de la prensa diaria, pero se detuvo en una noticia que provenía de las páginas web, porque acababa de producirse apenas unos minutos atrás y, por supuesto, no estaba entre los titulares de la prensa escrita: La Academia Sueca le había otorgado el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa.

De inmediato se me dibujó una sonrisa en la cara y me vino a la cabeza, en eso que los estudiosos del mercado y el mercadeo llaman "top of mind" , una única y específica obra: Los Cachorros, publicada bajo el ostentoso título de "publicación definitiva" en 1980 junto al volumen de cuentos "Los Jefes". Publicada en esa fecha en lo que a mi refiere, porque fue la edición que conocí en los tempranos 80s, que compré en una librería del Centro Plaza y que conservo. Los Jefes había sido publicado inicialmente en 1959 y Los Cachorros lo había sido en 1967.



Los Cachorros fue lo primero que leí de Mario Vargas Llosa; tendría entonces 14 o 15 años, más o menos, y me encantó. Lo compré con criterio de administrador de recursos escasos, pues era el libro más barato de este autor y con el dinero de que disponía, producto de ahorrar los bolívares del almuerzo y los pasajes a mi casa de regreso del colegio, pude comprarlo junto a Los Adioses, de Juan Carlos Onetti.  Lo leí de un solo tirón, en apenas unas horas. Quería  escribir libros así, que atraparan a los demás. Quería escribir sobre lo que le pasaba a personajes de mi edad, aunque mis problemas poco tuviesen que ver con los de los protagonistas del libro. Quería parecerme a Mario Vargas Llosa.

Los Cachorros era mencionada en las escasas referencias a las que tenía acceso entonces, en aquellos tiempos previos al internet, como una suerte de obra menor, cultivada a la sombra de sus hermanas mayores: La Ciudad y Los Perros, La Casa Verde, Conversación En La Catedral, Pantaleón y Las Visitadoras y, la que era su obra más reciente entonces, La Guerra del Fin del Mundo. Pero a mi me encantaban las descripciones y peripecias miraflorinas de Los Cachorros y la contundencia de su factura. Estaba enamorado de esa forma de escribir y no pocas veces copié literalmente frases de este libro como inicio de cuentos a los que luego de terminarlos les reescribía esas líneas.

En los meses y años siguientes, entre el 82 y el 84, los últimos años de la secundaria en el Santiago de León, me leí La Casa Verde en una primera edición que conservaba mi papá en su biblioteca, y que me llevé a mi cuarto sin que él lo echara en falta, porque los libros de un peruano con porte de galán del altiplano que había desdeñado del ideal justiciero de la revolución cubana no merecían un lugar en sus altares. También me leí La Ciudad y Los Perros en una vieja edición que había perdido la carátula y que compré a precio de saldo a los vendedores de libros usados en Capitolio, donde también compré meses más tarde y también a precio de saldo el ensayo sobre García Marquez, la historia de un deicidio. Y me leí como poseido por la narración - y maravillado por el trabajo de investigación asociado- La Guerra del Fin del Mundo, en una edición que tomé prestada de la Biblioteca Enrique Bernardo Nuñez, que funcionaba cerca de mi casa en Los Chorros. Pero el único que volvi a comprar para regalarlo, en varias oportunidades, fue esa reedición de Los Cachorros de 1980.

Pasaron muchos años, décadas. Cuando viajé por primera vez al Perú, en una noche de finales del 2005, mi destino era Arequipa, a donde llegué una mañana fría tratando de adivinar los vínculos de la ciudad blanca con su hijo ilustre. Todas las contracarátulas de sus libros tienen una foto en blanco y negro y empiezan su descripción diciendo "nacido en Arequipa en 1936, en el seno de una familia de clase media...". En viajes sucesivos fui en busca de la calle donde estuvo su casa y caminé por Miraflores, en Lima, buscando los sitios a los que se hacía mención en sus libros (y tambien en algunos de Bryce Echenique, para ser justos, que sigo siendo fan de las aventuras exageradas de Martín Romaña...) y escaneaba el rostro de aquellos con quienes me cruzaba en mis viajes al Perú, que fueron varios en esos años, buscando a los personajes de los libros de varguitas.

Una vez, hace años, le vi en Caracas y lo que recuerdo de su discurso es la energía, el apasionamiento con que expresa sus puntos de vista, con los que uno puede estar o no de acuerdo. Tambien siento enorme respeto por alguien que publica de manera sucesiva, durante décadas, tantos trabajos de diversa índole, pero todos con evidencias de un amplio esfuerzo de investigación. En sus libros hay mucho de inspiración, pero seguramente mucho más de transpiración, de constancia, de trabajo.

Hoy los periódicos y páginas web se debatían en Caracas entre la felicitación del premio, la remembranza de sus enfrentamientos con la cúpula chavista y  preguntas tales como ¿por qué los venezolanos no tenemos un premio nobel de literatura? Yo ya tengo uno. ¿Alguien sabe como se dice Los Cachorros en sueco?.




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