domingo, 3 de octubre de 2010

Camino de Guadalajara, parte 2

El avión despegó de Maiquetía luego del rifirafe propio de estos casos, con la tripulación y los pasajeros hartos de esperar y los nervios a flor de piel. La improvisación hace que las familias tengan puestos separados y que a los menores de edad o las embarazadas les toquen los asientos de las salidas de emergencia. Y las 3 horas de espera hacen que nadie quiera ceder, que pocos quieran colaborar para que el avión tome su rumbo bajo la lluvia.

En el camino, la mayoría de los pasajeros tienen en mente otros vuelos. Panamá no es el destino final de dos tercios de ellos, que van en esta ruta solo para conectar en el aeropuerto de Tucumen con otros vuelos que los repartan por sur, centro y norteamérica. En Maiquetía no han dado razón de esas conexiones, aunque es evidente que salvo demoras similares en Panamá que hubiesen retenido alli a los aviones, al llegar a Panamá ningún avión estará esperando. "No se preocupen, allá en Panamá, al salir del avión, les resolveran el tema de las conexiones. ¿Pero hay otros vuelos para conectar o nos van a esperar? Aqui no podemos informarles, ellos en Panamá les prestaran el apoyo, señora. "

Al llegar a Tucumen es evidente que ha desaparecido casi toda actividad del aeropuerto. Los locales comerciales están cerrados y un par de personas limpian los pisos de una sala de embarque casi desierta. Los empleados de la línea aérea designados para esperarnos están amontonados a un lado de la salida, desde donde llaman a los pasajeros que han perdido sus conexiones a otros lugares y los invitan a acercarse al mostrador de la puerta siguiente, donde  atenderan las quejas, que no son pocas.

No es la primera vez que debo enfrentar una situación similar, pero si algo puede decirse de los panameños es que tienen un carácter como el de su música. Dos tercios de los pasajeros que viajaban desde Caracas vocifera, grita, empuja para tratar de colocarse frente al pequeño mostrador donde apenas caben 2 o 3 personas, agita al aire los pases de abordaje que señalan otros destinos, un par de señoras lloran. Han reaparecido la suegra que muere, las otras conexiones en espera, las obligaciones laborales, los compromisos de charlas o conferencias, todos los argumentos ya escuchados antes de salir el vuelo. Hay señoras que lloran, hay hombres que golpean el mostrador, hay quienes aspirar ser oidos subiendo el tono de la voz, hay quienes tratan de manipular. Y los empleados, tan sonrientes que en vez de simpatía el gesto puede interpretarse como cinismo. Los gestos, las voces, la expresión corporal  de los jóvenes empleados de Copa no habla de un momento de tensión; por el contrario, frente a los gritos y los reclamos actuan como si estuviesen en su hora libre, en algun espacio del aeropuerto comentando que harán el viernes por la noche con los amigos. A algunos de los pasajeros y pasajeras los desarma esta actitud, a otros los molesta aún más.

Luego de casi 2 horas de negociaciones, suben a la mayor parte de quienes perdimos las conexiones con otros vuelos a un autobus destartalado, en el cual nos acompañan 3 de los empleados de Copa. El hotel escogido -.con criterio económico, claro está- queda a aproximadamente 45 minutos del aeropuerto, aun a esta hora de la madrugada en la cual nos desplazamos bajo una tenue lluvia. Las ventanas poco dejan ver hacia afuera, entre el vaho y los vidrios oscuros, pero es evidente cuando cruzamos el puente sobre el Canal. 

El hotel es una suerte de fantasma en medio de la nada. El Intercontinental Playa Bonita fue pensado como un spa turístico, sus instalaciones lo delatan. Pero la mayor parte del hotel está simplemente cerrada. En una Panamá que se posiciona como centro de compras y convenciones, el turismo de playa no es el mayor músculo de la actividad turistica. El muy amplio estacionamiento está practicamente vacio.  Pocos empleados nos están esperando y luego de llenar las fichas de registro nos invitan a tomar una cena, a quienes solo tenemos entre pecho y espalda un sandwich que nos dieron en el avión. El salon comedor es una sumatoria de los cliches del trópico, resueltos con una mezcla de mal gusto, poco imaginación y torpeza artesanal. Desde los ventalales se ven a lo lejos las luces de varios barcos.

Entre los empleados del hotel que designaron con el castigo de esperar a los viajeros de Copa, que llegarían a eso de la 1 de la madrugada, se hace evidente que no escogieron ni al chef ni al dietista. No puede escogerse la cena, hay que ajustarse a un menu ya listo, preparado a nuestra espera, creo que con la firme intención de poner en contexto el viaje en avión y que no nos parezca tan malo. Crema de vegetales de sobre y spaguetti con salsa boloña. Me voy a ahorrar la crítica culinaria, para no regodearme en la tragedia.

Luego de sólo 3 horas de sueño precario hay que salir de vuelta hacia el aeropuerto de Panamá, ahora en un autobus nuevo, en bastante mejor estado que el que nos había traido en la noche. Nos acomodan en el segundo avión que sale a México; en el primero, a pesar de estar en lista de espera desde la noche anterior, no hemos encontrado cupo. Al subir al vuelo que nos ha sido asignado, luego de esperar 4 horas en el aeropuerto, nos encontramos con Ruben Blades sentado en el primer asiento de la clase ejecutiva. Maestra vida camará, te da y te quita, te quita y te dá. Sonrie igual que un empleado de Copa.


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