martes, 28 de septiembre de 2010

Camino de Guadalajara, parte I (estampa costumbrista en un aeropuerto venezolano)

El día comenzó bien.  No llovía, como los días previos, y la ciudad amanecía callada despues del desvelo electoral, con poco tránsito, como adormecida.
La lista de cosas por hacer es larga, pero la soledad de las calles hace que todo sea posible. Facturas, pagos de impuestos, deudas, trámites de los teléfonos corporativos, cobro de anticipos, programación de trabajos de campo. La mañana alcanza para todo lo previsto y el viaje al aeropuerto comienza dentro del horario previsto.
En el taxi comienzan las malas nuevas, aunque no es hasta más tarde cundo se conocen estas noticias. El teléfono no está en su sitio, pero ya ha quedado atrás inmigración y aduanas.
Al vuelo previo de Copa Airlines, el 222,  lo ha paralizado un rayo; al nuestro, el 225, la Guardia Nacional Bolivariana, ese rayo que no cesa. Ambos están parados en la pista, uno cerca del otro, aunque el 222 debía comenzar a volar hacia el istmo 2 horas antes que su compañero. La información oficial de la línea aérea es que todo está dispuesto para nuestro viaje, el avión está listo, pero a la Guardia Nacional Bolivariana se le ha estropeado una de las máquinas de rayos x y tiene muchas demoras acumuladas en  la revisión de los equipajes, sin lo cual no autorizan el embarque de los pasajeros.
Estos coños de madre se están vengando de lo de ayer, pero no importa, les metimos medio palo, dice un joven de camisa naranja, americana marrón, pantalón jean azul y evidente acento maracucho.
Otro joven que está a su lado, le pregunta: ¿también vas para mayami?¿ a qué hora es tu conexión?
Llega una señora preguntando si hay hora establecida para el embarque. Más allá viene un señor corriendo, motivado por un mensaje en las pantallas que anuncia el embarque, que en realidad está lejos de producirse. Ha bajado las escaleras corriendo, maletas en mano, mientras su esposa le sigue, muchachita en brazo. Jadeando se recuesta del mostrador “¿ya está embarcando?”. ¿No? No es la línea, es la Guardia Nacional que no nos deja embarcar. ¿Y Copa no puede comprar una máquina de rayos x y prestársela a la Guardia para que revise las maletas más rápido? No señora, imagínese, eso no funciona así, ese es un servicio que tiene que prestar el aeropuerto, no la línea aérea.
Se han agrupado 3 empleados de Copa tras el mostrador y comienzan a discutir sobre qué cenaran. Son las 5 de la tarde. El vuelo estaba anunciado para las 5.30. Se ha comenzado a regar el rumor del inconveniente de la máquina de rayos x.
Este país está cada vez peor”, comenta un señor, cabello castaño, americana azul oscuro, camisa blanca, evidente acento español, alrededor de unos 50 años. “yo vengo muy seguido a este país, pero esto está cada vez peor, este año, cada vez que vengo, funciona peor”. Es de los pocos en la sala que no tiene el meñique violeta. A un lado, luego de escuchar la explicación de la demora, un hombre flaco, alto, muy blanco, pómulos rojizos, cabello escaso y canoso, se lleva la mano a la cabeza y gesticulando mientras mueve la cabeza de un lado al otro deja caer en un perfecto acento inglés ”…my god, only in a third world…”.
Son las 6 y 30 y se han acumulado en la sala los pasajeros de 3 vuelos diferentes. El vuelo de Iberia con destino a Madrid también está demorado, en la puerta de al lado, pero los empleados de Copa comentan: “ese seguro sale primero, Iberia siempre les manda cajas de jugos y comida a la Guardia; Copa no, Copa no está con esa jaladera de bolas…los de Copa no entienden cómo funciona esto…hasta pasajes les regalan los de Iberia de vez en cuando”. Uno de los mirones del mostrador le responde gesticulando con los brazos “pero a que el vuelo de Cubana de las 5 si que salió a la hora…y el de teheran de Conviasa, a esos no los revisan estos coños de madre”. Varias personas a su alrededor asienten al escuchar el comentario y uno de los empleados de Copa sonríe y asiente con la cabeza antes de decir “ a los militares no se les puede dar tanta cancha, todo lo que agarran lo joden y son unos autoritarios, unos abusadores…aquí en el aeropuerto antes no era así, ahora ellos controlan todo y nada funciona” . Varios celebran el comentario, un par de personas lo escuchan y voltean hacia otro lado con cierta mueca en la cara.
Parte de la tripulación del avión ha bajado de un autobús y se queda parada junto a la puerta de embarque. Uno de ellos comenta que van a comenzar a revisar las maletas del 225, gracias a los buenos oficios del Gerente de Copa, que ha ido a reunirse con la Guardia. Cada vez hay más gente de pié, aun cuando hay sillas vacías. La gente se frota las manos, camina en círculos arrastrando el equipaje de mano.
Un Guardia Nacional, uniforme nuevo, cara de soberbia, risa irónica, se para junto al mostrador. Alguien comenta a sus espaldas el tema de la máquina de rayos x y la vinculación de la Guardia y la demora en el vuelo. El guardia voltea, tratando de adivinar el origen del comentario. Todos los que tiene alrededor tiene el dedo pintado de morado. Alguno se queja de trasnocho del día anterior, de la demora en la entrega de los resultados.
Señores, vamos a comenzar a embarcar, por favor háganme una fila aquí” dice en voz alta un empleado de Copa y antes de terminar la frase tiene que enfrentarse a un amasijo de 4 o 5 filas que se entrecruzan. “Por favor, los de clase ejecutiva primero…”.
El primer autobús se llevó una  parte del pasaje y los restantes pasajeros quedamos a la espera del autobús, que luego de 15 minutos no ha vuelto. Los autobuses pasan frente a la puerta, pero ninguno se detiene en la puerta 17. “Ay, a mi nunca me gusta esta puerta, tener que ir al avión en autobús, seguro nos vamos a mojar” se queja una señora mientras abraza contra su pecho un bolso de mano. Diez minutos después siguen pasando los autobuses, pero ninguno se detiene en esta puerta. Un empleado de Copa da tres pasos hacia la pista y comienza a hacerles señas con los brazos. “vamos a tener que salir a la pista y parar un peo, si no nos vamos esta noche…” grita un señor, cuarenta y tantos, corbata desanudada, chaqueta colgada del brazo.
El GuardiaNacional está conversando con una muchacha que tiene tomada del brazo a una niña pequeña. Hace unos minutos vino acompañada de un militar que le dio instrucciones al Guardia para que la acompañara durante el proceso de embarque. Están en una esquina de la sala, lejos del resto de los pasajeros.
Un empleado de Copa trae a cuatro chinos, tres de ellos con peinados muy modernos. Uno tiene un mechón azul en el cabello. Otro tiene una chaqueta parecida a la de Michael Jackson en Thriller. Alguien pregunta y un empleado de Copa comenta en voz alta “no tienen papeles”. Detrás del mostrador, alguien comenta “pensé que eran los del Cachi-Chien…” y las carcajadas se dispersan entre los que lo rodean.
Ustedes me tienen que responder por esto” grita una señora, camisa rosada con el nombre de Venezuela bordado en un lado del pecho.” Mi suegra se está muriendo y voy a perder la conexión a Guayaquil…no voy  a llegar a verla viva, la tienen pegada a una máquina esperando que yo llegue…” la gente la mira, entre la incredulidad y la consideración.
El autobus llegó por una puerta al otro lado de la sala. En medio del desorden de las filas de personas que corren hacia el otro lado de la sala, al comenzar a rodar por la pista en el autobus comenzamos a creernos que si viajaremos hoy. 3 horas tarde, estamos saliendo en el primer tramo de nuestro viaje. 

CONTINUARA....próximo capítulo, escena en un aeropuerto panameño 

martes, 21 de septiembre de 2010

Anexo 1: las fotos que no colgué en el artículo anterior....

Como ya comenzaron las quejas respecto del artículo del blog, qué como es eso que pongo el nombre de Cartier Bresson en el título y luego solo pongo una de sus fotos, considérese el siguiente como un anexo del artículo anterior. La selección no es un ranking ni pretende ser nada parecido. Lo que aquí presento puede considerarse como estrictamente de todo...

Henri Cartier Bresson (1908-2004)

































Al maestro con cariño: seis grados de separación entre Cartier Bresson y Susana Benko

Es viernes, son las 6 y media de la tarde y a esta hora queda muy poca gente en la oficina. Escucho sonidos de llaves, puertas que se cierran, pisadas por los pasillos. Afuera está lloviendo. Hace media hora que todo está oscuro y  como una hora que no suena el teléfono.

Henry Cartier Bresson
Comencé a escribir estas líneas pensando en hacer una nota sobre Henry Cartier Bresson, el fotógrafo frances cuya obra ha sido asociada durante décadas con el título de la edición americana de uno de sus libros: el momento decisivo. Pensaba escribir sobre la exposición que tuve la oportunidad de ver el pasado mes de junio en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y el amplio (y, por cierto, poco atractivo en términos de diseño) catálogo que la acompañaba. Queria hablarles de las imagenes alli presentes, y de como conocí parte de ese trabajo en los años 80s, a través de una exposición organizada en el Museo de Bellas Artes de Caracas.



Comencé a escribir y la exposición del Museo de Bellas Artes me llevó rápidamente al catálogo de la misma, el cual apareció hace poco en mi casa, donde, luego de 3 años de haberme mudado, todavía estoy abriendo el remanente de las 300 cajas que formaban la mudanza, mientras trato de encontrar un lugar a tanto libro o revista. Y el catálogo me llevó directamente a la curadora de la exposición.


Entrada al Colegio Santiago de León de Caracas

Susana Benko fue mi profesora de literatura en el 4to año de secundaria en el Colegio Santiago de León de Caracas. Por muchas circunstancias que no vienen al caso, a mi generación en el Colegio, en el cual estudié la educación primaria y la secundaria hasta graduarme de bachiller en 1984, le correspondieron algunos de los últimos años del ejercicio laboral de algunos de los profesores y profesoras que había trabajado allí durante décadas. Algunos de los compañeros de clases, siguiendo una tradición no escrita en "el santiago", que es como se le llamaba y se le sigue llamando a este colegio caraqueño, eran hijos de exalumnos, y al comienzo del año escolar tenían un reporte hecho por sus padres de lo que nos esperaba con algunos de nuestros profesores. Ese no era el caso de Susana.


Benjamín Armas Camero y Berta Salazar

Hace muchos años, décadas inclusive, que no pronuncio los nombres de esos profesores y profesoras, aunque de vez en cuando, por una o por otra razón, los recuerdo. Nunca he tenido buena memoria con los nombres y los números, a veces me cuesta incluso recordar mi propio numero de teléfono; pero siempre he sido bueno con las imagenes, puedo recordarlas con facilidad y con mucho detalle. Estoy tratando de escoger algunas fotos de Cartier Bresson, pero tratándose de él, las que me gustan siempre serán más de las que pueda publicar aqui, además, en la exposición del MoMA pude ver algunas que nunca había visto, por lo que el panorama incluso se ha ampliado, haciendo más difícil la selección. Sin embargo, cuando cierro los ojos frente a la computadora, tratando de recordar cuáles de las expuestas en NY estaban tambien en la exposición del MBA de Caracas, no dejo de mirar los pasillos de piso de granito del Santiago y puedo ver claramente al profesor Luis Toro, chaqueta marron claro a cuadros, parado en la puerta del laboratorio de biología. Pasan los minutos, mientras suenan las cornetas de los carros abajo en la calle, y puedo ver al profesor Benjamin Armas Camero, corpulento, traje gris-camisa blanca-corbata angosta a rayas en el salón adyacente al auditorio del colegio, llenando de números un pizarron de color verde. Ha dejado de llover en Caracas, han apagado el aire acondicionado del edificio, se siente adentro de la oficina el calor húmedo de la calle y pienso en Cándido Millán, siempre con un gesto bondadoso, en los salones del edificio de la biblioteca, enseñándonos historia del arte o dibujo técnico; en Rafael Emilio Guillen sonriente, dando las clases de Geografía; en el profesor Pernalete, pantalón gris-chaqueta azul, tratando de enseñarnos algo de historia; en Bertha Salazar riéndose de nosotros mientras tratamos de pronunciar el inglés; en el profesor Echezuría, cara seria, traje gris oscuro, camisa blanca y corbata negra; en la actitud maternal de Clemencia Clemente, que puso su nombre a nuestra promoción en calidad de madrina de graduación...

Profesor Candido Millán
En medio de aquel staff de profesores de la vieja guardia santiaguera (aunque algunos de ellos muy modernos en sus métodos y/o conocimientos), Susana Benko llegó a darnos clases de literatura a mediados del año escolar, porque el profesor inicialmente designado para el cargo, Rodolfo Porro, había abandonado su curso debido a que lo nombraron director del fondo nacional del cine o algo parecido. Con algunos contactos del profesor Porro habiamos creado meses antes el enésimo cineclub del colegio, que presentaba en el auditorio lo que nadie quería ver, con un viejo proyector verde de 16 mm, pero la verdad no recuerdo sus clases como nada memorable. Eran finales de 1982 o comienzos de 1983, teniamos 15 años. Con esos profesores de largos años de magisterio y amplia experiencia en esas mismas aulas solíamos mantener una relación en principio distante, enmarcada en el respeto, que se iba suavizando con el paso de las clases y el descubrimiento del caracter jovial de algunos de ellos, que se escondía tras la seriedad aparente. Con Susana fue diferente desde el principio: debía tener unos veintipocos, el cabello castaño y usaba ocasionalmente una boina roja. Alguien nos dijo que era exalumna del colegio. Era en cierta forma - aunque ella se esforzaba por imponer cierta distancia y respeto- una más de nosotros y sin que ella supiese - al menos eso creo yo - al poco tiempo se había conformado un grupo conocido como el "club de fans de Susana Benko" que sumaba entre sus filas a no menos de 5 o 6 miembros, incluso recuerdo a alguno que no era su alumno. Más de una vez mientras Pierre, Víctor y yo esperábamos la hora de la película de la Cinemateca Nacional, sentados en la puerta de la Galeria de Arte Nacional, la vimos salir del vecino Museo de Bellas Artes, donde trabajaba por aquel entonces.


Han pasado los años y lamentablemente cuando se de alguno de esos profesores, comunmente son malas nuevas. Antes de su muerte, supimos de la enfermedad de Cándido y participamos cuando su familia solicitó colaboración para sufragar los gastos médicos, con gusto pero no sin cierta amargura que deja el pensar que una persona talentosa como él, luego de tantos años de trabajo, necesitase de la colaboración para atender necesidades tan básicas como un tratamiento médico. El año pasado supimos de la muerte de Berta y este año de la de Benjamín. A Susana la veo de vez en cuando - la última, desde lo lejos, en una exposición de fotografías de los hermanos Gasparini, en Las Mercedes - en alguna visita a alguna galería de arte o a algún museo, aunque para ser sinceros, esa es una costumbre que hemos perdido por completo, la de reservar el domingo en la mañana para recorrer los museos de Caracas. Quizas porque las responsabilidades y los ritmos son otros. Quizas porque sentimos que esos museos poco nos recuerdan lo que fueron. Quizas porque las últimas veces que fuimos nos sentimos tan solos y tan tristes en aquellas salas, que lo que provocaba era salir corriendo directo al aeropuerto de Maiquetía y montarse con lo puesto en el primer avión que saliese para cualquier parte. Pero ese es otro tema, de cual podemos hablar otro día.

martes, 14 de septiembre de 2010

El show debe continuar

He vuelto en estos días de lluvia caraqueña a una película maravillosa que siempre me encantó, y es complicado adjetivar de esa manera algo que los críticos han calificado como deprimente y sombrío, pero esa misma contradicción -porque ciertamente es una contradicción, porque en ella conviven de manera integrada lo maravilloso y lo deprimente, la alegría y el miedo, la euforia y la tristeza- deben haberla percibido esos mismos críticos, que la nominaron en su oportunidad, hace 3 décadas, a nueve premios Oscar (de los cuales ganó 5) y le otorgaron la Palma de Oro del Festival de Cannes.



Bob Foose, afamado bailarín, coreógrafo, director de teatro y cine, premiado previamente como director de la película Cabaret, dirigió en 1979 All That Jazz - bautizada en estos lares como "El Show debe continuar" - película que muchos han calificado, no sin razón, como autobiográfica, porque su protagonista, el personaje del director de teatro y cine y exbailarín Joe Gideon, interpretado por Roy Scheider, guarda un enorme parecido físico con Fosse, por no hablar de sus mañas y costumbres.

Gideon/Fosse es un personaje exigente, obsesivo, atormentado y esta historia/película es su puesta en escena más importante, su testamento vital, su espectáculo más personal: su propia vida. Y como la vida misma, el final - con independencia de la trascendencia de las obras y los recuerdos - es la muerte, que en este caso es un espectáculo delirante, denominado Bye Bye Life, probablemente uno de los momentos más impactantes de esta película, en lo emocional y en lo musical, porque sí, All That Jazz es una película musical, con referencias evidentes al mundo de Broadway y a los clásico del género.


 
En la medida en que la película transcurre, Gideon va coqueteando con Angelique, una hermosísima personificación de la muerte interpretada por Jessica Lange, "nuestra señora de la bombona de oxígeno". La carrera de Lange estaba muerta en si misma cuando afrontó esta, apenas su segunda película, luego del bochorno que significó su trabajo de "rubia que grita" en King Kong, en 1976. A partir del trabajo con Fosse, su carrera logró, en apenas los 3 años siguientes, gran notoriedad con trabajos como Tootsie y El Cartero Llama 2 Veces.



Además de las muy buenas actuaciones, unos diálogos inteligentes y la excelente banda sonora; la luces de esta película radican en la energía y el talento desbordante con el cual afronta su trabajo Gideon, al igual que como lo afrontara Bob Fosse. Ambos murieron infartados, en la ficción y en la realidad, respectivamente. Las sombras que acompañan tanta luz están asociadas a los procesos autodestructivos que vivieron ambos personajes.

Luego de mi escrito anterior, por mucho el más leído en la corta historia de este blog (por mérito de la capacidad de atraer gentes de Nelliana, claro está) me encontré preguntándome ¿como seguir adelante? ¿sobre qué quiero escribir ahora que quien motivó la aparición de este blog ya no nos sigue más? Y la conclusión a la que llegue -luego de escuchar a Nelliana diciendome "deja de darle vueltas, no seas pendejo, ponte a escribir"- es que, simplemente, el show debe continuar.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Nelliana no nos sigue mas

¿Cuántas veces hemos buscado
una ciudad a la cual pertenecer
una ciudad que nos posea
que abra su ser
y nos ayude a recorrerla
por su sangre navegar
que nos lleve de la mano
y nos enseñe a vivirla?
Mi ciudad soy yo
la llevo dentro
no me puede poseer
porque yo la poseo primero
la llevo a todas partes
y la fundo en cada punto al que voy

Nelliana Villoria, en el encabezado de su blog "mi ciudad soy yo"


Este blog nació alrededor de un mes atrás impulsado por quien fue su primera seguidora registrada. Ella había comenzado unos días antes su tercer blog llamado Aquí estoy, así soy, así voy, (tenía uno desde hace algún tiempo para hablar de todo un poco y abrió otro asociado a un taller de escritura creativa en el cual estaba participando bajo la coordinación de Milagros Socorro) referido a su lucha diaria contra una enfermedad terrible que estaba minando cada día sus fuerzas, más no su ánimo. Ella escogió a algunos conocidos y amigos cercanos y los invitó a compartir con ella esa experiencia y cuando le contesté agradeciéndole por tomarme en cuenta, me motivó a acompañarle en su lucha desde la escritura, proporcionándole temas para intercambiar, experiencias para comentar. Y eso hicimos, hablando del Cine Prensa, la Caracas de los años 80s, el interés por hablar de las causas perdidas o las de los perdedores...

Conocí a Nelliana cuando ella todavía estudiaba la Carrera de Urbanismo en la Universidad Simón Bolívar y yo trabajaba como coordinador de proyectos en el Instituto de Estudios Regionales y Urbanos de esa universidad, en los finales años 90s. Parte de mi trabajo, y del de Matías Ramírez y de Adriana D Elías, mis compañeros y amigos de atrás de la puerta de vidrio (ellos saben de que va esto, perdón, es un chiste de un pequeño clan), era ver a los futuros profesionales que estaban en las aulas de clases y reclutar a los más talentosos para los proyectos del Instituto. Así llegó Nelliana al IERU, donde estuvo hasta despues de graduarse, hasta irse a California a estudiar su maestría. El día que se despidió, nos entregó a quienes habiamos trabajado con ella unos cartoncitos color naranja que comenzaban con nuestro nombre y una frase que empezaba: "muchas gracias por enseñarme que..." y procedía a una disección de la personalidad de cada uno de quienes recibimos uno de estos recuerdos. Las apreciaciones que hizo de cada uno de nosotros fueron fiel reflejo de todo su talento e inteligencia, de su capacidad de entender más allá de lo obvio y sintetizarlo en apenas palabras. El mío fue de las pocas cosas que despegué de mi cartelera personalmente, para conservarlo, en medio de mi despedida del Instituto, unos años despues.

Supimos del éxito en sus estudios en California, leimos sus artículos en revistas internacionales, supimos de su trabajo en organizaciones de vivienda y relacionadas con las condiciones de vida de los inmigrantes en los Estados Unidos, recibimos con alegría boletines de organismos multilaterales donde la citaban o la señalaban como colaboradora, supimos de su mudanza a España y del nacimiento de su hija. Como lo habíamos presagiado al verla partir de la Universidad, el cielo parecía el límite para una profesional inteligente y llena de iniciativas, que tambien era una madre amorosa y comprometida con las causas que consideraba suyas. Hoy nos tocó acompañarla en su último tránsito, en un día gris y colmado de una lluvia que no deja de caer desde que ayer se supo la noticia, como si el cielo de Caracas sintiese la misma tristeza que sentimos quienes la conocimos.

Mientras manejaba hoy hacia el Cementerio de Este en Caracas, escuchando un viejo disco de blues de Tom Waits, ese donde canta "huevos con salsa", no dejaba de recordar su energía, su forma de interactuar con los demás, su compromiso con lo que hacía.  Dos semanas atrás había cumplido 36 años. Se fue apagando estos últimos meses, víctima de los ataques de la enfermedad y de los tratamientos para combatirla. Su último correo de hace muy muy pocos días fue para invitarme a un taller de escritura de crónicas al cual la habían invitado, pero al cual ella pensaba no podría asistir, porque no se estaba sintiendo bien. Quedó pendiente una visita a mi casa, varias veces postergada por su enfermedad.

Como lo comenté ayer en mi pagina de Facebook al recibir la noticía, brilló tanto y tan fuerte, que se nos apagó muy pronto.

lunes, 6 de septiembre de 2010

No me gustan los domingos, y menos en Montevideo



Bob Geldorf cantaba hace tres décadas (aquí se los puse en otro concierto más reciente), en el concierto de la banda de la policía secreta (junto a Sting, Phill Collins, Eric Clapton, Donovan y unos cuantos más) que no le gustaban los lunes. A mi, en cambio, no me gustan los domingos. Sobre todo hacia el final de la tarde, siempre los he asociado a soledad, a tristeza, a un cierto no se qué, que no es otra cosa que un avatar de la melancolía y la ansiedad.

No es una sensación nueva. Nunca me gustaron los domingos. Usualmente de niño estaba los domingos en la casa, lo que era una circunstancia que en lo personal, no me molestaba; me molestaba la sensación de ausencia de actividad, de lentitud en el paso de las horas, de ausencia de sonidos y, además, con el correr del día, me abordaba la ansiedad del final del fin de semana, de las cosas por hacer, de la proximidad del lunes, de las tareas pendientes.

Los años de la adolescencia estuvieron asociados a una rutina del domingo en la mañana y hasta primeras horas de la tarde: museo y/o galería, eventualmente cine mañanero en la cinemateca. Almuerzo de sandwich de falafel en Sabana Grande, o pizza en el Café Gaeta, o perro caliente en el Crema Paraiso o en el Drugstore del CC Chacaito, o crema de champiñones Knorr en Le Coq d Or de Sabana Grande, o ravioles en Real Past en Las Mercedes o simplemente algo en la panadería de Los Ruices, al bajarme del carrito por puestos para subir caminando hasta mi casa, en Los Chorros. Al final de la tarde, en medio de cierta atmósfera melancólica, volvía la ansiedad del inicio de semana, del balance entre los compromisos- con otros o con uno mismo- y los hechos comprobables. Los domingos en la noche, usualmente no iba al cine, siempre estaba en casa.

Ahora tampoco me gustan los domingos. La ansiedad no es tan fuerte como antes, pero la sensación de tristeza que transmiten sus tardes sigue igual.

Hace un tiempo conocí una ciudad donde todos los días parecen domingos. Y los domingos parecen primero de enero en la mañana. Esa ciudad, la capital de la melancolía, parece una ficción, pero no lo es: es la capital de la República Oriental del Uruguay; el paísito, como le oí llamarlo a varios de sus ciudadanos; o esa provincia argentina semi-independiente, como la llamó alguien en mi presencia, una mañana en el aeropuerto de Eseiza, en Buenos Aires.

Edificios en el barrio Pocitos, Montevideo (GT)

Montevideo produce sentimientos encontrados: me gusta y a la vez me entristece; le extraño y deseo huir de su presencia. He estado alli cuatro o cinco veces, siempre por motivos laborales, y los sentimientos no han hecho sino consolidarse. Y hay explicaciones para todo ello. No me encuentro ante sentimientos sorprendentes, incomprensibles. Ser trata de reacciones lógicas, comprensibles.

La capital del Uruguay alberga alrededor del 60% de la población del país, en una trama urbana de formas clásicas, que ha permanecido mayormente inalterada durante décadas. La población, con un componente muy importante de personas de eso que algunos llaman "adultos mayores" o miembros de la "tercera edad", vive alimentada por las nostagias y la melancolías, asociadas a un "todo tiempo pasado fue mejor", conduciendo sin mirar al frente, sin quitar los ojos del espejo retrovisor. La vestimenta y las costumbres también hablan mucho de esos tiempos pasados.


Desde la ventana de la oficina donde trabajábamos, en la Intendencia de Montevideo (GT)
El patrimonio construido de la ciudad refleja las riquezas de distintos momentos pasados, pero siempre lejanos, con al menos la apariencia de conservar sus formas originales, a veces desgastadas, a veces descuidadas, a veces torpemente pintadas, pero poco transformadas exprofeso. Lo anterior debería ser una fuente interminable de felicidad para un tipo como yo, enamorado sin razones genéticas que lo expliquen, de la arquitectura de la modernidad, del diseño - de muebles, de lámparas, del arte- de la postguerra. Lo anterior debería ser el equivalente a que mi hijo Diego le toque en suerte ir a pasar una semana a la isla de la película "Parque Jurásico", rodeado de todos esos dinosaurios de los que habla hasta dormido y que decoran cada rincón de su cuarto. Pero no lo es. El problema radica en que no es Montevideo una ciudad conservada, es más bien una ciudad muerta. Uno se lanza a aquellas calles aferrado a la cámara pensando que no alcanzarán todas las tarjetas de memoría y al rato cae en cuenta que está trabajando de fotografo para la dirección de medicina legal, que es parte del elenco de CSI Montevideo.  Son, en terminos funcionales, una suerte de ruinas habitadas, y eso cuando están habitadas por algo más que los recuerdos. ¿Cuántos edificios vacios? ¿cuántas calles sin una sola persona? ¿cuántas paredes con pintadas electorales de hace décadas? ¿cuántas tiendas de vitrina llena de polvo? ¿cuánta avenida amplia con un solo carro parado en el semáforo en pleno mediodía?  Y la tristeza y la melancolía son - y han sido por mucho tiempo, según entendí de las historias que me contaron unos cuantos de sus habitantes- amalgama importante de la construcción de esta sociedad. Onetti, uno de sus hijos predilectos, hizo de eso su obra, pero no tuve armado el rompecabeza hasta que, parado enfrente del edificio de apartamentos donde había vivido el escritor, trataba de unir los cuentos leídos en los años 80s en ediciones de bolsillo que inspiraron muchos de mis escritos de entonces con aquel lugar en donde estaba, bajo la luz amarilla de la tarde de domingo.

"Es de cuando eramos ricos" me dijo un señor entrado en años, muy educado él, como tantos de los uruguayos, a menos en lo que a las formas corresponde. Yo estaba parado en una acera, haciendo fotografías de un edificio de apartamentos que debía tener unos 60 años."le molesta si hablo un rato con usted, yo conocí al arquitecto; tambien al constructor...los dos murieron ya" me dijo, cigarro en mano. Estábamos los dos en una amplia avenida por la que apenas pasaba de cuando en cuando un carro o un autobus. Terminé invitándole un café y escuchando historias de Montevideo.

La cubierta de uno de los edificios que diseñara décadas atrás el ingeniero Eladio Dieste en el Puerto de Montevideo (GT)
Golpeados por sucesivas crisis económicas, que ya casi es una sola que dura 50 años, los que decidieron quedarse a vivir en Montevideo (porque buena parte del país, especialmente los jóvenes, se han marchado a muchas otras partes, especialmente a Brasil y Argentina, pero también a España e Italia) se han ido desplazando hacia la periferia, en búsqueda de alquileres más baratos. Como no hay atascos, aunque te vayas más lejos no implica grandes tiempos de viajes. Como resultado de ello, el centro de la ciudad se ha ido despoblando. Y esa realidad abarca zonas ricas y pobres, zonas comerciales y residenciales. La primera vez que fuí, le pregunté al taxista que me llevaba desde el aeropuerto a la dirección que me habían dado de un hotel en el barrio de Pocitos si había algún feriado ese día, si siendo miércoles como era había alguna razón para tanta soledad en las calles. El hombre no me entendió o entendió mis palabras en el sentido contrario al cual yo quería orientarles y comenzó a hablarme de lo complicado que estaba el tránsito, que cada vez había más autos en la calle. Estábamos parados al final de la mañana en un semáforo, en una esquina cualquiera de una avenida de tres canales por sentido y solo había otro auto esperando el cambio de la luz. No había peatones en ese cruce.

Calle céntrica de Montevideo
Al segundo o tercer viaje encontré en Montevideo otra dimensión para los sentimientos, un vínculo directo con nuestra realidad de Caracas. Me imagine en unos años diciéndole a alguien, que mira cámara en mano, por ejemplo, las ruinas de la Plaza Altamira o de una estación de metro cualquiera, "es de cuando éramos ricos". La nuestra es una ciudad enferma, pero aún está viva, a pesar que los síntomas de actividad son cada vez menos evidentes. Para muestra un botón: prueben salir a darse una vuelta más allá de las 10 de la noche y verán calles vacías, ausencia total de actividad, incluso en zonas tradicionalmente asociadas a la vida nocturna, incluso en los alrededores de locales vinculados con el trasnocho. O prueben darse una vuelta por el tramo oeste de la Avenida Urdaneta, el que va más allá de la Avenida Fuerzas Armadas, incluso en un día de semana y cuenten cuántos locales están cerrados a las once de la mañana, cuántos edificios están deshabitados.

No se si llegará ese día en que extrañemos la congestión de Caracas. No sé si ese día quedará algo en pié, a salvo de nuestro enamoramiento con la metodología del "acoso y derribo" como técnica de aproximación a la ciudad. Vivimos tiempos de demolición y emigración en lo urbano, en lo social, en lo político y en lo económico. No se si algún día la "Sucursal del Cielo" acompañará en sus sentimientos a la "Atenas de América".

Es domingo en la tarde en Caracas y Jorge Drexler está cantando - eso sí, desde España, porque hace años que no vive en Uruguay- que "en un sistema cerrado, nada se destruye, todo se transforma...". Hace un rato ya que Los Traidores cantaron una del disco Montevideo Agoniza.


Carátula del disco y letra de una de las canciones del grupo uruguayo de rock  Los Traidores

SOLO FOTOGRAFÍAS


Vidas en blanco y negro
vidas que no son nada
película y fantasías
identidad revelada.

Luces que juegan solas
luces que no alumbran
que solo apuntan y acusan
para que nos descubran

Solo fotografías
en las calles de todos los días.
Solo fotografías
de vidas que no son nada
que no son vidas.

Lugares donde nadie antes
ha puesto sinceridad
tocados, colgados con guantes
lugares en la oscuridad.

Solo fotografias
en las caras de todos los dias.
Solo fotografias
de vidas escondidas
de vidas que no son vidas.

Vidas en blanco y negro
vidas que no son nada
pelicula y fantasias
identidad revelada.

Solo fotografias

jueves, 2 de septiembre de 2010

Aeropuertos

Desde siempre me han gustado los aeropuertos. Me gustaban antes, cuando un viaje en avión era un evento excepcional y me gustan ahora, que viajar en avión se ha hecho un tema cotidiano, de bolsa de maní y cocacola.

Me gustan los aeropuertos como punto de inicio de un viaje, que por más rutinario y desvinculado del ocio o el placer, como son a veces los viajes repetitivos por motivos de trabajo, no deja de ser un viaje y por ende una aventura. Siempre hay algo de adrenalina en el ambiente. Siempre hay alguna duda: se llegará a tiempo, el avión saldrá a la hora prevista, habrá mucha o poca gente abordo.

Maiquetía años 50s

Los tiempos han cambiado, de eso no hay duda: En un pasado remoto, viajar en avión era un privilegio limitado a muy pocos y en muy contadas ocasiones. Quizá por ello o quizás por se vivía más despacio y había tiempo para poner énfasis en ciertos asuntos, la ocasión de volar, ese hecho tan antinatural para los seres humanos, era una ocasión singular, que se celebraba como tal. La familia  -incluso la extendida- acompañaba al viajero o viajera al aeropuerto y este viajaba vestido con sus mejores galas. La conseja popular decía que "por la maleta se saca al pasajero". Escribo lo anterior pensando en una foto, que vi hace poco, mi suegra rodeada por su familia, unas 20 personas tal vez, en la terraza del viejo aeropuerto de Maiquetía en los mediados años 50s:  la despedian antes de su viaje a Italia, donde la esperaba su esposo, el escritor y entonces director de la revista El Farol, Alfredo Armas Alfonzo. 

tiempos de aerolinea bandera...el tiempo pasó volando

Conocí de niño el viejo aeropuerto de Maiquetía, donde los vuelos nacionales salían de un edificio tal vez de los años 50s, sino de los años 40s. El terminal internacional, probablemente construido en los años 60s, era un edificio racionalista de estructura vista de concreto y paredes de ladrillo, muy discreto para los estándares actuales, donde los aeropuertos son las catedrales de nuestro tiempo.. Pero no tengo memoria de viajes en avión, se que los hubo, pero no los recuerdo. El aeropuerto era un sitio al que se iba a despedir familiares o a recibirlos. Cuando entró en funcionamiento la primera etapa del aeropuerto de Maiquetía proyectado en los años 70s, se destinó a terminal internacional y el terminal nacional abandono el viejo edificio para pasar al terminal de los años 60s. Los años 90s vieron nacer el nuevo proyecto del aeropuerto, que aún está en ejecución, con ampliaciones sucesivas, instalaciones más grandes y cómodas, pero - para mi gusto- faltas de personalidad, como no sean las que le dan los avisos publicitarios del gobierno.

Maiquetía con la obra cinética de Cruz Diez (1974) en los pisos

De Maiquetía siempre me llamaron la atención la obra de Cruz-Diez, que cruza bajo los pies de los viajeros,  y las terrazas, que a estas alturas se han perdido, en medio de los procesos de ampliación. Desde las terrazas se veían los aviones aterrizar y despegar, en medio de, normalmente, mucha gente, que incluso comía y bebía al aire libre, esperando la llegada o la salida de sus familiares y amigos. Desde esa terraza vi el Concorde un mediodía de los finales años 70s de la Venezuela saudita, hay una foto de colores pálidos que da fe de ello y prometo buscarla en casa de mis padres para compartirla en otra ocasión.

El Concorde en Caracas

He tenido oportunidad de ver unos cuantos aeropuertos, grandes, medianos y pequeños. Por supuesto algunos me gustan más que otros. En América Latina se han renovado unos cuantos durante la última década, cambiándole radicalmente su aspecto, capacidad y funcionalidad. Vi pasar al Jorge Chavez, de Lima, de la vieja terminal a una más amplia y cómoda con un mobiliario de porte internacional. Vi crecer notablemente el aeropuerto de Panamá, suerte de mezcla de centro comercial y terminal de pasajeros. Descubrí los dos terminales de México, comunicados por un monorriel, de un tamaño ajustado a la magnitud interminable de la ciudad. Me decepcionó Eseiza, en Buenos Aires, que esperaba más acorde a la grandilocuencia del ego de sus pobladores. El de Santiago de Chile me pareció sobrio como los chilenos y ajustado al afan de competitividad moderna de esos lares. Montevideo tiene un tamaño asociado a la modesta dinámica económica y social del país, que es casi la ciudad. El Dorado en Bogotá no brilla tanto como su nombre y parece haber sido dejado atrás por sus pares de la región. El de San Salvador me sorprendió por su amplitud, que no parece corresponder con el tamaño y actividad del país al cual sirve. El de San José de Costa Rica es una mezcla de modernidad a muy pequeña escala con una terminal de 50 años de uso, algo inusual para los venezolanos, acostumbrados a la demolición y sustitución como metodo constructivo. De Tegucigalpa guardo la poca distancia para aterrizar y el aviso de "se venden bombonas de gas" justo enfrente a la cerca que limita el final de la pista. El de San Juan no lo recuerdo especialmente, no debe tener nada de particular.

Donde más he corrido es en Atlanta, donde por alguna razón siempre tengo unas conexiones a prueba de electrocardiograma. Miami me es tan ajena como el estilo postmodernistas de los 80s con que está decorado. Heathrow me gustó, en su mezcla de viejo y nuevo; el de Frankfurt también, con ese look años 70s mezclado con los edificios high tech más recientes. El de Madrid no me gustó cuando amanecí allí en enero de 1991, pero tengo a la Terminal 4 de Rodgers y el Estudio Lamela en los puestos más altos de mi ranking, porque transmite esa sensación emocionante que uno atribuía a viajar en avión. No es un lugar para la rutina. Allí uno se siente importante, aunque tenga por delante el escaneo de los tios de inmigración, el Río Bravo europeo.

T4 Barajas Rodgers / Estudio Lamela
En el tope de mi ranking está un aeropuerto que visité sin proponérmelo. Quizá fueron las circunstancias. Quizas tiene que ver con que no he vuelto a ese sitio, pero cuando aterrizé en el aeropuerto Dulles en Washington, en medio de una tormenta de nieve que impidió nuestro aterrizaje en NY una hora antes, la tarde previa al fin de año y al fin de milenio, y caminé bajo ese enorme lienzo de concreto tendido según el diseño de Eero Saarinen, sentí que la palabra belleza tenía un significado profundo, que abarcaba lo técnico y lo estético como una sola cosa.

Dulles Int Airport. Eero Saarinen

Siempre me ha gustado el terminal de Delta, y que fuera de la Pan Am, en el JFK de Nueva York, me traslada a otros tiempos, con los aviones llegando bajo su techo; pero sin duda el que siempre me ha llamado la atención es el que fuera de la TWA y ahora, luego de muchos años en desuso, de Jet Blue y también obra de Saarinen. Sin embargo, siempre lo he visto desde el carro. Nunca he caminado por sus espacios, que si hacen un poco de justicia a la fotografías, que de él abundan, debe ser la materialización del glamour que tenía viajar en otros tiempos menos veloces, menos prácticos y ya pasados.
Terminal TWA / JFK NY E.Saarinen

Terminal TWA Aeropuerto JFK NY E. Saarinen