barbería en Bleecker Street, NY 2010 (GTO) |
Tengo algún tiempo pensando en que mi cámara ve menos cosas que yo.
Cuando voy por la calle suelo hacer muchas fotografías, constantemente, todo el tiempo. Casi nunca llevo una cámara. Solo uso mis ojos.Y voy guardando en el disco duro el detalle del tronco de un arbol, el dibujo en la pared, la grieta en el piso, la sombra sobre el muro, la luz reflejada entre las ramas, el gesto de quien espera sentado en la entrada de un edificio, la casualidad, la circunstancia.
Pero cuando salgo con la cámara, suele pasarme que al encuadrar, siento que todo lo que estoy viendo no cabe alli.
En esta Caracas de tantos miedos y limitaciones, suelo salir con una cámara que pase por la vida con discreción, que sea la materialización en la técnica japonesa del pasar agachado tan de estos lares: desde hace unos 2 años uso una Lumix LX2 con objetivo Leica, que permite jugar entre los 28 y los 70 mm. Rara vez la uso en una modalidad distinta a los 28 mm. Tengo otras, pero solo las uso cuando voy de viaje.
Hace muchos años, en un país con otro nombre y otros símbolos (yo tambien me veía mejor entonces, lo del vino viejo es un cuento chino de comerciantes de vinagre), alguien me enseñó que en una cámara de 35 mm, un lente de 50 mm reflejaba, muy aproximadamente, la visión humana. Luego he leído que esto no tiene una exactitud matemática, porque la visión de todos no es igual; pero en cualquier caso, un lente entre 45 y 50 mm debería reflejar bastate bien lo que uno suele ver a simple vista. Por ello, usando mi Lumix en la posición más angular, la de los 28 mm ,debería entrar en la foto más de lo que mis ojos pueden directamente. Pero no. Por alguna razón que no tiene explicación no lo percibo así.
Despues de darle varias vueltas a la idea y de mirar de reojo a la cuenta de ahorros, me he comprado una cámara nueva, una Lumix GF1, que parece la hermana mayor de la LX2, pero que tiene la muy importante ventaja de permitirme cambiarle los lentes. La compré en un viaje reciente, con un lente zoom que equivale a un 28-90 mm en el formato de 35 mm, pero tambien me transmite la misma limitación, de querer y no poder meter más cosas en un mismo encuadre.
Así que me decidí a comprar un nuevo lente, un angular, que le permita a mi cámara compartir mi punto de vista. Aprovechando que un familiar viene a visitarnos desde el exterior, lo compré para que lo entregaran en su casa de Brooklyn, a través de Amazon, aunque en realidad quien lo vendía era otra tienda, Adorama.
Pero no llegó. Una sumatoria de errores ajenos y falta de interés en solucionar lo que era fácilmente solucionable, en aras de no salir de los procedimientos y las normas de la empresa, impidió que el lente llegara a donde tenía que llegar. Llegó a otro lado.
Llevo una semana discutiendo con personajes que me recuerdan que su visión es aún más limitada que la de mi cámara, tratando de que me entreguen el lente o en su defecto devuelvan el dinero, en su totalidad, sin ninguna penalidad por errores que no cometí. Hoy finalmente, al parecer, porque aún no se materializa el milagro, se relsolvío el dilema, decántándose por la última opción. No hay lente, solo regresará el dinero.
Para comunicarme la solución final, luego de mucha idas y venidas, Amazon me ha enviado un correo que titula el reembolso de la porción faltante del dinero (ya habían acordado previamente reembolsarme otra parte) como "ajuste de cuentas". Por ese motivo suelen morir decenas a diario en estas tierras. A mí, de momento, solo sigue limitándome la visión.
que buenos tus relatos Gonzaliño !!! un abrazo!
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