martes, 31 de agosto de 2010

El Avispón Verde

Los habitantes de otras ciudades recuerdan sus esquinas, sus aceras, sus calles. En Caracas, esa parte menguante de la población a la que los publicistas llaman clase c y a la que otros llaman clase media, asocia diferentes etapas de su vida a los carros en que lo llevan a uno o los que uno maneja. Esta ciudad donde vivo creció soñando con que cada uno de nosotros viajara en un carro particular, y cada una de nuestras familias creció pensando en que en esta ciudad no se puede vivir sin un carro.


Eso último es cierto a veces, y a veces no.

He vivido épocas de mi vida donde he tenido la dicha de no necesitar un carro a diario o sólo usarlo para fines muy específicos. Una de las cosas que me gustan de NY es que a pesar de toda la actividad que concentra, uno se puede pasar la vida sin montarse en uno. Cuando viví en España recuerdo haberme subido a un carro no más de 5 veces en todo el tiempo que estuve allí, y eso incluye al Citroen blanco que me llevó de Barajas a Alcalá de Henares en enero de 1991. Desde hace 3 años agradezco poder ir a mi oficina en Caracas caminando, pero aunque no use cotidianamente mi carro, siempre lo tengo presente como objeto. Desde siempre me han atraido los carros, como objeto de diseño, como proyección de las personalidades humanas, como ícono cultural, como proyección de un modo de vida asociado a la modernidad y a un momento de Venezuela y el mundo, como objeto de deseo, como símbolo de independencia...

Avenidas Urdaneta / Andrés bello. El terreno a la derecha es el actual Sambil La Candelaria

Mi padres cuentan que mi entretenimiento preferido en mis primeros años era aprenderme las marcas de los carros y que a los 5 años de edad podía reconocerlos en la carretera: "ahí va un chevrolet azul, y aquel es un ford blanco...". El primer trabajo fijo que tuve, en los años 80s, cuando estaba a mitad de la carrera en la Universidad Simón Bolívar, estuvo relacionado con el automóvil, porque, como respuesta a un aviso de prensa que apareció en El Nacional, me presenté en una oficina que funcionaba en el segundo piso de una casa en la Avenida Los Mangos de La Florida, como candidato a redactor de la revista "Actualidad Automotriz", que dirigía el periodista José Bernardo Jacobi Wende y en la que trabajaban, entre otros, Antonio Pontes - que podía diagnosticar el funcionamiento de un carro solo con oirlo- y Galo López Quintanilla, un viejito español entrañable, que vivía solo en una pensión de La Candelaria ( lo que él atribuía a que nadie le aguantaba su pasión diurna y nocturna por los carros...) y había depositado su muy surtida biblioteca sobre el automóvil y su historia en la sede de la revista, a disposición de quienes teniamos ganas de aprender sobre ese asunto. Todavía no tengo claro por qué, entre los periodistas recién graduados y los estudiantes de periodismo que estaban esa mañana haciendo el examen conmigo, me llamaron a mi a la semana siguiente para que me incorporara como redactor a medio tiempo, con un sueldo mensual de 2000 bolívares de los de entonces, pero con la condición de decir a todos que estudiaba periodismo y no urbanismo.... Allí trabajé unos 3 años, primero como redactor, luego llegué a tener mi propia columna y asistía a los eventos que organizaban las ensambladoras e importadoras de carros en Venezuela, además de probar carros en circuitos de carrera y autopistas del interior, incluso algunos que aún no estaban a la venta en el país...

En el segundo piso de esta casa funcionaba la revista Actualidad Automotriz. En la ventana de la izquierda estaba la diseñadora y parte de la biblioteca de Galo López. Mi escritorio tenía una ventana en la fachada lateral, con vista al avila y la casa vecina. 
Cuando comencé a trabajar en la revista aún no tenía carro, recuerdo haber caminado el día de la entrevista desde la Avenida Libertador hasta bien arriba de la Avenida Los Mangos de La Florida, unas 12 cuadras en pendiente, buscando la dirección. Compré mi primer carro en 1987, un Volkswagen escarabajo bautizado por alguno de los amigos como "El Rancho", que fue primero negro y luego  blanco, pero siempre con los asientos de plástico rojo y un forro de tela de cuadros. El Rancho había salido de la fábrica de Wolfburgo en Alemania un año antes de mi nacimiento. La mitad del dinero que costó ese VW provino del primer premio de la bienal de literatura José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia, en 1987, otorgado a un libro de cuentos que se llamó "El Cuarto Oscuro de la Revelaciones".


VW Escarabajo 1966. El mío era igual a este...

Los años previos andaba siempre en los carros de los amigos o usaba muy ocasionalmente, para ir al cine o algún evento en particular, el carro de mi papá, un Chevrolet Caprice al cual llamabamos "La Lancha". Mi amiga Viena no tenía carro, pero sus novios siempre tenían uno: Freddy El Cocodrilo tenía un buggy brasileño marca Gurgel montado en una plataforma de Volkswagen al cual llamábamos el "Cocomovil"; Gonzalo tenía una Range Rover a la que no nos dió chance de ponerle nombre, porque esa historia no duró mucho tiempo, para pena de quienes entrábamos grátis al Poliedro de Caracas y podíamos sentarnos en el palco vip gracias a él, que trabajaba allí. Hubo otros carros en esos años, pero ninguno como "El Avispón Verde", un Dogde Dart de cuatro puertas verde esmeralda que mi amigo Luife pulía semanalmente con Carnú y cera de la tortuguita y que nos llevaba a la playa o de vueltas por Caracas haciendo alarde de todas sus deficiencias de diseño: nunca la palabra manejar se asimiló tan bien a la palabra domar.


Gurgel con mecánica VW. El carro de Freddy De Bari era como este, con una viga doble t como parachoques

En el libro que financió la compra de mi primer carro hay un cuento que escribí en 1986, dedicado al Dart de Luife, mi vecino de aquellos años y luego escritor, ganador del concurso de Cuentos de El Nacional y profesor universitario, algo que en estos tiempos que corren todavía tiene algo de glamour, pero muy poco dinero asociado. El Avispón desapareció un día , hace ya muchos años, cerca del antiguo Mercado de Chacao, o al menos eso escuché. El cuento, que no se podía llamar de otra manera, se los copio aquí para quien quiera leerlo...




El Avispon Verde (1986)

Luife hunde la llave, le da vuelta. De inmediato el Avispón responde. Luife dice: “Míralo, está tequenito”. Pone marcha atrás, se atraviesa frente al Laboratorio de Química y arranca. Pasa por las canchas, rápido, tomando bien cerrada la curva. El Avispón derrapa un poco, la estabilidad no es el lado fuerte de los Dart. Pasamos raspando frente al Ampere y frenamos de golpe en el Pidecola. Luife dice: “Una para Los Chorros”. Y se ríe. Yo me río. Le tatareo una de Charlie García. Siempre le canto esa donde alguien dice estar muy verde. Luife no entiende de qué se trata porque jamás ha oído a Charlie – el papi del rock argentino -; pero sabe que me estoy metiendo con él e inmediatamente se pone a la defensiva: “Kayman, tú como que te vas en el autobús hasta El Silencio”. Y yo me río mientras Luife acelera el Avispón frente al rectorado. “¿El repro sirve? ¿Y los casetes?”Ahí bajo tu asiento. Aprovecha a ver si encuentras un portaminas que se me cayó ayer”. Yo lo miro mientras se peina el bigote con un peine de los que dan en las piñatas”. “¿No tienes por aquí el de Sally Oldfield? El que tiene Barreras de Agua”. Luife se queda pensando un rato, cuando ya yo he puesto otro casete – Crises de Mike Oldfield -, voltea y me dice: “Se lo presté ayer a una de Materiales, le di la cola hasta su casa, está buenísima, vive en Cumbres de Curumo…”

Luife siempre hacía la misma gracia en el Pidecola: Montaba a cualquiera que tuviera unas piernas más o menos y la llevaba hasta su casa aún cuando viviera en el fin del mundo. Decía siempre: “Y tú, ¿qué estudias? Yo estudio Matemáticas, cualquier cosa estoy a la orden. Yo me llamo Luis Felipe ¿y tú? … Ah! qué nombre tan bonito…” Entonces le mostraba la caja de casetes que Maurizio le había traído de Italia y le pedía que escogiese lo que iban a oír. Siempre hacía sugerencias dando datos biográficos de los grupos. Ponía un casete, subía el volumen para lucir las cornetas triaxiales de cien watios, y comenzaba a hacer gala de sus dotes de conductor: Aceleraba a fondo al entrar a Oripoto, hacía slalom evitando los huecos. El Avispón derrapaba siempre: En las curvas y en las rectas, sobre seco y sobre mojado. Falla de diseño de la Dodge. Pero Luife ya le tenía agarrado el truco y se la pasaba endiablado. Pero las muchachas no tenías motivos para tenerle confianza y entonces se ponían muy nerviosas, y comenzaban a ponerse pálidas, a apoyar las manos en el tablero. “¿Y tú siempre andas así, corriendo tanto?” Entonces Luife se reía y cambiaba el casete por un TDK de noventa donde estaba el Three Sides Live enterito. Ahora era Chester Thomson como un creyón y un portaminas: Sobre el volante, tan-tacatan-tacatan, sobre el tablero, tan-tacatan-tacatan, sobre el asiento…

Luife enciende las luces, toca la corneta. Grita por la ventana: “Apártate, torpe”. El Avispón pasa varios carros haciendo zig-zag. Luife voltea y me dice: “¿Qué estás haciendo Kayman?”Abriendo la toma de aire para que se enfríe el ecualizador”. Luife regresa al manejo y, al terminar la bajada de Tazón, hace un cambio brusco hacia el canal de enmedio, que está despejado y recién pavimentado, y hunde el acelerador al fondo. “Ajá!, chúpate esa, gringo. ¿Viste cómo quedó el Avispón?”.


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