lunes, 23 de agosto de 2010

Alma de Blues



Escuché por primera vez la voz de Soledad Giménez, durante más de dos décadas cantante del grupo español Presuntos Implicados, una tarde de enero o febrero de 1991, en mi cuarto del Colegio Mayor de San Ildefonso, Plaza San Diego sin número, Alcalá de Henares, Madrid. Estaba escuchando un aparato de color azul, parecido a un walkman, que me había llevado desde Caracas y que permitía poner un casette o la radio, para escucharlo con unos audifonos o a través de una corneta de una calidad de sonido francamente deprimente. Por ello tiene aún más mérito el que la voz de quién cantaba a través de la radio una canción que se llamaba "alma de blues" lograra captar mi atención, aunque en ese momento no llegué a escuchar el nombre de quien cantaba. Tuve que preguntar unos días despues en "El Corte Inglés" como se llamaba la cantante y en que disco estaba esa canción para enterarme de quién se trataba.

Había llegado a España los primeros días de 1991 a estudiar un postgrado, cortesía de unas personas en Madrid a las que les convenció una carta (y un montón de papel anexo) que había enviado el año anterior desde la oficina de correos de Chacao y a la que me contestaron, unos 3 o 4 meses despues de mi carta, con un telegrama de septiembre de 1990 que decía, palabras más, palabras menos, "D. Gonzalo Tovar Ordaz, aceptado postgrado planificación y gestión urbana, beca aprobada, favor presentarse  Plaza San Diego S/N Alcalá de Henares  Madrid el 15 de Enero 1991  9.30 am". Así, sin más anestesia.


Colegio Mayor de San Ildefonso, desde la Plaza San Diego

Llegué al aeropuerto de Barajas no sin cierta predisposición: las madres de mis amigos hijos de españoles me decían cuánto me envidiaban, que Madrid y el cielo eran lo mismo y que el resto de Europa quedaba a la vuelta de la esquina; mis amigos me enfatizaban que no me quedara en Alcalá, que eso era un pueblo de obreros, un lugar gris, pobre, triste y aburrido. La primera vez que ví a Alcalá, desde la ventana trasera derecha de un citroen blanco con una linea roja en la puerta y la palabra taxi en letras negras, era una mañana fría de invierno y  había hielo en las cunetas de la carretera nacional I Madrid-Barcelona. Esa primera vez me gustó, me pareció estar inmerso en una de esas películas antiguas que veía en la Cinemateca Nacional. Mis amigos de Madrid me recalcaron hasta el cansancio en los siguientes meses que aquello podía acompañar como ilustración en el diccionario la definición de "cutre", pero a mi me pareció aquel día, con los sentidos dominados por el trasnocho del viaje desde Caracas, que habían apagado la luz de la sala y estaba comenzando una película, mi película.


Plaza Cervantes de Alcalá de Henares, una cuadra al sur de la Plaza San Diego

Hay muchos factores que ayudan a explicar la felicidad del momento y que pueden justificar la valoración del sitio y la circunstancia: Tenía 23 años, una beca de unos 800 US$ al mes, tenía 2000 US$ en una cuenta del Banco Exterior de España-Agencia Calle Libreros de Alcalá, no le debía nada a nadie, estaba inscrito en un postgrado en Madrid, tenía un cuarto con vista al patio de los filósofos con una cama-un escritorio-un escaparate-un baño, no tenía mayores compromisos, la palabra urgente no existía y, ciertamente, España y Europa quedaban a la vuelta de la esquina.

Para ser justos, el tiempo que viví allí no me detuve mucho en Alcalá, bastaban unas horas libres en la universidad para correr hasta la estación del tren y agarrar el de cercanías, que en unos 35 minutos me llevaba a la estación de Atocha, o caminar a la estación de autobuses de la Continental, desde donde podía llegar a la Avenida de América en unos 25 minutos. Madrid estaba a solo unos minutos y para allá corría casi a diario, gracias a mi abono de transportes que compré en el estanco de tabaco de la calle mayor de Alcalá.

Calle Mayor de Alcalá de Henares, hermosa judería donde dicen que nació Cervantes
Ese año pasaron muchas cosas, en Madrid y en el Mundo:  desapareció formalmente la URSS; se decretó el fin del apartheid en Surafrica; explotó la central de Chernobyl; interrumpimos una fiesta en la universidad para ver por tv a medianoche la transmisión en directo, vía CNN, del comienzo de la guerra del golfo; murieron Stan Getz, Miles Davies y Freddie Mercury; Indurain gano el tour qué veía desde el bar de la esquina, junto a los esposos echados de su casa por la esposas que veían sin falta "La Dama de Rosa"...muchas cosas de las cuales no recuerdo que nivel de conciencia tuve.

Lo que si recuerdo es que aquel invierno hizo mucho frío en Madrid y el verano fue un infierno. Recuerdo unos cielos muy azules que veía a través de unos lentes de sol franceses que había comprado en una óptica de Sabana Grande. Recuerdo la gabardina beige de Cortefiel que me prestó José Enrique. Recuerdo una americana azul que compré en el Corte Inglés y una a cuadros que compré en un remate de la calle Goya. Recuerdo el restaurante Topeka de la Plaza Cervantes. Recuerdo la tienda de fotografía donde compraba rollos vencidos porque eran más baratos, en la calle de la Estación...


Quien cuenta estas líneas, en el Patio de los Filósofos, Colegio Mayor de San Ildefonso. Primavera de 1991.

No se que tan cutre era Alcalá, porque cuando la recuerdo solo me viene a la mente la palabra felicidad.

2 comentarios:

  1. Epa Gonzalo, me acerco por acá y me uno a cierta saudade peninsular, yo padezco del síndrome de abstinencia de la calle Galileo en Madrid, cada quien con sus fantasmas, no? Me pasaré más seguido, felicitaciones por el blog, va un abrazo!

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  2. gracias gustavo...aqui y en los de los cuatreros nos vemos...un abrazo!

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